Capítulo 3: La muerte de Yara

La luz del sol se filtró a través de las cortinas de encaje, proyectando un cálido resplandor sobre la hoja que Yara tenía en sus temblorosas manos. Desplegó la carta con un tacto casi reverente, sus ojos escudriñaron la escritura, emocionada porque Brad le había enviado una carta.

"Queridísima Yara", empezó la carta, y ella casi podía oír la voz de Brad acariciando cada palabra. "Mi corazón está decidido; late únicamente por ti. Esta noche, bajo el halo de estrellas de la gran velada, en mi casa, proclamaré al mundo que eres la reina de mi corazón".

Se quedó sin aliento, las palabras encendieron un fuego en su pecho. Una declaración tan audaz, tan pública, era todo lo que había anhelado en secreto.

El amor de Brad, sería ahora tan innegable como la luna en el cielo nocturno.

—¿Podría estar ocurriendo de verdad? —murmuró a la habitación vacía, con una sonrisa en los labios.

Su reflejo en el espejo le devolvió el gesto, con los ojos llenos de posibilidades.

En un arrebato de excitación, Yara se levantó del borde de la cama, le dejó una nota a su padre, para que llegara hasta donde ella estaría.

Luego, sus manos comenzaron a buscar en el closet, porque Marisol su nana no estaba, escogió un vestido que había comprado días antes: una visión en azul noche que se ceñía a sus curvas como una segunda piel. La tela brilló cuando se lo puso, con la luz de las estrellas entretejida en cada hilo.

—Perfecto —susurró para sí misma, girando a un lado y a otro, admirando la forma en que el vestido la hacía sentir poderosa y vulnerable a la vez.

Era la armadura que necesitaba para lo que le esperaba esa noche.

Se acercó a su tocador, donde le esperaban pinceles y paletas como si fueran las herramientas de un artista.

Se pintó la cara cuidadosamente, esculpiendo sus rasgos hasta dejarlos tan radiantes como el cielo bañado por el sol y pintó sus labios de carmesí.

—Esta noche, no soy sólo Yara—declaró a su reflejo, ajustándose un delicado pendiente al lóbulo. —sino, la encarnación de su amor.

Mientras se agarraba el pelo en un elegante recogido, Yara se permitió un momento de vulnerabilidad. Los recuerdos bailaban detrás de sus ojos: los besos, el toque eléctrico de la mano de Brad sobre su piel, suspiró feliz.

¿Esta noche cambiará todo? La pregunta quedó flotando en el aire y su corazón respondió con un latido esperanzado. Respiró hondo, calmando los nervios.

—Brad, mi amor —practicó, su voz apenas por encima de un susurro —. Esta noche será nuestro comienzo.

Con una última mirada al espejo, Yara cogió la carta y la acercó a su corazón. Era un talismán, una promesa escrita a la que se aferraría hasta que las palabras cobraran vida ante sus propios ojos.

—Que el mundo vea nuestro amor —dijo ilusionada y sin dejar de sonreír.

Cuando llegó al lugar, la grandeza del salón de baile se desplegó ante sus ojos, un tapiz de brillante alegría y susurrante elegancia. Las relucientes lámparas goteaban diamantes desde lo alto, arrojando una luz prismática sobre el mar de vestidos y trajes a medida. Entró, con el corazón como un tambor que resonaba en los pasillos de sus costillas.

—¿Brad? — murmuró en voz baja, escudriñando la sala con ojos fervientes.

Las risas burbujeaban a su alrededor, el aire estaba impregnado del aroma del jazmín y de algo más embriagador: la expectación. Sus manos alisaron la tela del vestido, un gesto nervioso que delataba su agitación interior.

"¿Dónde estás?” La pregunta fue muda, un pensamiento envuelto en deseo.

—Yara —una voz se abrió paso entre el ruido.

Se giró y allí estaba él: Brad. Su sonrisa era un faro, un encantador canto de sirena que tiraba de las cuerdas de su corazón.

Tenía todo el aspecto del futuro que ella había imaginado: elegante, seguro de sí mismo, la encarnación de sus aspiraciones románticas.

—Brad —. El nombre escapó de sus labios, un suspiro disfrazado de saludo.

—Ven conmigo —dijo él, con la mano extendida, una invitación que ella no podía rechazar.

Sus dedos encontraron los de él, tentativos pero confiados. Se movieron juntos, alejándose del alcance de la multitud, como si fueran los dos únicos seres que existían.

—¿Adónde vamos? —preguntó ella, con un tono que mezclaba la curiosidad con la más leve preocupación.

—A un lugar privado—respondió Brad, con una sonrisa que le hacía un hoyuelo en la mejilla —. Tengo una sorpresa para ti.

—¿Debería preocuparme? —ella intentó darle un tono juguetón a su voz, pero vaciló, producto de los. nervios que sentía.

—Nunca —le aseguró él, apretándole suavemente la mano —Confía en mí.

Se alejaron por un pasillo y se adentraron en una alcoba oculta por cortinas de terciopelo. Los sonidos de la fiesta se redujeron, su aislamiento contrastaba con la diversión que había afuera.

—Ya hemos llegado —anunció Brad, con los ojos clavados en los de ella.

—Brad, ¿de qué va esto?

El pulso en su garganta marcaba un ritmo de anhelo y temor.

—Paciencia, mi hermosa Yara —susurró él, con su aliento como una cálida caricia sobre su piel —Todo será revelado.

En aquel mundo privado, los dos solos, Yara sintió el precipicio del cambio bajo sus pies. Su pecho subía y bajaba con respiraciones superficiales, su mente era un torbellino de "y si..." y "tal vez" no era lo qye esperaba. Y en medio de todo ello, su corazón se atrevió.

La mano de Brad se posó en la parte baja de su espalda, guiándola hacia delante. El silencio de la alcoba aislada parecía un mundo aparte de la alegría que habían dejado atrás.

El aire que los rodeaba estaba cargado de expectación, y Yara podía sentir los latidos de su propio corazón como el eco lejano de unos tambores.

—Aquí estamos —dijo Brad, señalando una gran pantalla que parpadeó. —Mirad.

El proyector bañó la habitación con un resplandor fantasmal, captando por completo la atención de Yara. En la pantalla se proyectaban la, siluetas de dos personas entrelazadas en una cama en un momento apasionado.

Era el apartamento, donde ella y Brad habían compartido un momento privado, aunque el rostro de él permanecía oculto, el de Yara era visible.

—¿Brad? —Su voz era un susurro entrecortado, la confusión marcaba su frente mientras se volvía hacia él buscando respuestas.

—¿No es hermoso? —murmuró él con una risa maliciosa.

Observando la reacción de ella más que la confesión visual que se desplegaba ante ellos.

Pero la belleza estaba lejos de la mente de Yara. Sus ojos se posaron fijos en la exhibición íntima, en los gestos gemidos que reconocií como propios. Una mano recorriendo la piel, la suave presión de los labios sobre el cuello. Cada caricia era un recuerdo, un secreto que ahora salía a la luz.

—¡Basta ya! ¿Qué es todo esto? ¿Por qué eso está grabado allí? —preguntó.

Las palabras subieron por su garganta, ásperas y crudas.

—¡Apágalo¡ ¿Qué diablos significa esto?

Él no se movió. Su expresión era ilegible, una máscara de satisfacción mientras el vídeo seguía revelando lo que debía ser sólo suyo.

—Yara, así como se está transmitiendo en esta habitación, lo esta haciendo allí afuera, que todos sepan la naturaleza de la hija de la.luna de esta manada —dijo Brad con frialdad, su voz una nota discordante contra los suaves suspiros procedentes de la pantalla.

Ella alzó la voz, aguda por la incredulida

—¿Le estás enseñando nuestros recuerdos privados a cualquiera que pueda estar merodeando allí?

Brad se sonrió y sin dejarla continuar protestando, la besó y comenzó a acariciarla, mientras ella se quedó estática, sin podee luchar contra esas sensaciones que Brad le hacia sentir.

La comenzó a desvestir, y de pronto Yara sintió un aire frío, cuando reaccionó, se dio cuenta que la tela de la habitación correspondía a un telón y había sido retirada y allí pudo ver como todos los presentes se quedaban viéndola.

Un murmullo de risas surgió de la fiesta al otro lado de las cortinas, ignorantes del drama que se desarrollaba en su interior.

Se sentía humillada, traicionada, se negaba a creer en las malas intenciones de Bras.

Se puso nerviosa, se cubrió el cuerpo como pudo y comenzó a hablar con voz entrecortada.

—Brad y yo… estamos comprometidos, él va a anunciar ante todos hoy que tenemos una relación ¿Verdad Brad? —trató de justificarse frente a la multitud.

El aire estaba impregnado del aroma del engaño, una mezcla embriagadora que se posó sobre los hombros de Yara como un manto indeseado.

La silueta de Brad se alzó ante ella, como una figura siniestra envuelta en sombras y medias verdades.

—Brad —susurró, cada sílaba cargada de una esperanza que se deshilachaba rápidamente —¿ verdad?

—¿La verdad? —se burló él, y la agudeza de su voz atravesó el espacio poco iluminado —Bien. Nosotros no existimos, Yara. Nunca hubo un nosotros.

Ella sintió el aguijón de sus palabras, un golpe físico.

—¿Qué estás diciendo?

Sus ojos, antes cálidos, ahora se clavaban en los de ella con gélido desapego.

—No te quiero. No puedo casarme contigo porque esto solo es venganza en contra de tu madre, Minerva, para que pague por lo que le hizo a mi madre —Una sonrisa cruel torció sus labios, mientras veía a la mujer de su padre—, y no puedo comprometerme contigo porque ya estoy comprometida con otra.

El corazón de Yara se hizo añicos, cada fragmento un testimonio de su ingenuidad. El suelo bajo ella pareció inclinarse, sus rodillas se doblaron como si la tierra misma compartiera su conmoción.

—¿Comprometido? ¡No! Esto debe ser una locura —expresó en tono de angustia.

—¿Acaso crees que voy a comprometerme con una humana débil como tú? ¿Qué no vale nada? Déjame explicarte algo Yara, yo soy un poderoso alfa de una manada, y debo involucrarme con una mujer fuerte proveniente de un legado importante, no con una pobre muchacha insignificante como tú —continuó Brad, su tono cínico, distante.

A Yara le temblaron las manos, una tempestad de ira y dolor se gestó en su interior.

—¿Y yo qué era? ¿Una distracción? ¿Un juguete?

—Más o menos —respondió él, encogiéndose de hombros con desdén.

Las lágrimas amenazaron con derramarse, pero ella las contuvo, negándose a darle esa satisfacción. La habitación le dio vueltas, un carrusel de sueños rotos, cada uno de ellos un trozo mellado de su corazón roto.

—¿Algo de eso fue real? —.Su voz era un susurro, una hoja atrapada en una tormenta.

—Lo bastante real para lo que necesitaba —admitió sin remordimientos.

Las piernas de Yara cedieron y su cuerpo se desplomó sobre el frío suelo. Se agarró el pecho, donde irradiaba el dolor, un faro de su locura.

Sobre ella, la silueta de Brad se difuminaba a través del brillo de sus lágrimas, un espejismo que se disolvía en la dura luz de la verdad.

—Suerte Yara —dijo con burla y se alejó, mientras Yara sentía en su corazón, el peso del dolor y supo que desde ese día esa Yara había muerto.

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