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Capítulo 4: Hasta la última gota.

El corazón de Yara, antaño un recipiente ardiente de amor y esperanza, ahora estaba en ruinas entre los fragmentos destrozados de su confianza, el dolor le laceró el alma.

Cada respiración entrecortada era un paso, cada pulso un martillazo contra su voluntad.

"Basta", se susurró a sí misma, su voz apenas se elevaba por encima de su tormenta interna.

Sus ojos recorrieron la habitación en busca de una salida. El ruido de la fiesta era abrumador, las risas y el parloteo se mezclaron en una sinfonía caótica.

Cuando intentó levantarse, las piernas se le doblaron y cayó al suelo.

Sus dedos se agarraran a la alfombra y sus nudillos se pusieron blancos mientras luchaba por ponerse de pie.

Oyó el ruido ensordecedor de la fiesta a su alrededor, las risas mezclándose con la música en un caos abrumador. Decidió que debía alejarse de allí, aunque sólo fuese por un momento.

La fuerza volvió a sus miembros como el primer deshielo de la primavera, y comenzó a caminar, luchando contra las lágrimas que amenazaban con escapar de sus ojos.

—¿Por qué tuve que ser yo? —, se preguntó en voz baja, sintiendo cómo la rabia y la tristeza se mezclaron en su interior.

Cada paso era un esfuerzo, cada respiración un recordatorio constante del dolor que sentía. Pero siguió adelante, decidida a encontrar una salida, un lugar donde pudiera estar sola por un momento hasta recuperarse.

—¡Maldit4 sea! —escupió cuando un grupo de hombres se cruzaron en su camino, riendo y empujándose unos a otros.

Los miró fijamente, preguntándose cómo podían ser tan insensibles ante su dolor.

Finalmente encontró un rincón tranquilo detrás de un seto y se dejó caer contra él, cerrando los ojos.

—¿Cómo he llegado hasta aquí? —se preguntó sintiendo como la tristeza la invadía de nuevo —¿Cómo dejé que me hicieran esto".

Pero no tenía respuestas, sólo vacío y dolor. Yara se abrazó a sí misma mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.

Tuvo intención de ir a buscar a su padre, pero antes de que pudiera ir por él, dos hombres la agarraron

Sintió sus garras en los brazos mientras buscaba la manera de liberarse.

—¡¿Qué ocurre?! —gritó, desesperada por escapar.

Su corazón latió con fuerza mientras luchaba contra ellos.

—¡Suéltenme! —exigió con feroz determinación.

Sabiendo que no podía permitirse caer en manos de esos hombres.

Sus pensamientos se volvieron hacia su padre, preguntándose dónde estaría.

"Debo encontrarle", pensó, buscando una salida.

Pero los hombres no cedieron, sujetándola con mayor firmeza.

—¿Quiénes son? —preguntó, intentando averiguar qué querían.

Pero no hubo respuesta, sólo silencio y el sonido de la fiesta a lo lejos, mientras la arrastraban al exterior.

La capucha que le pusieron en la cabeza holía a sudor rancio. Sintió su aliento caliente en el cuello mientras la conducían por un sendero con ramas que le arañaraban la piel.

—¿Dónde me llevan? —preguntó, pero ellos guardaron silencio.

Caminaron por un buen tiempo, hasta que finalmente, se detuvieron y le quitaron la capucha. Yara parpadeó, intentando adaptarse a la repentina luminosidad.

—Por favor ¿Qué quieren de mí? ¿Por qué me hacen esto? —preguntó—.Déjenme ir.

—Lo siento, señorita—, se burló uno de ellos —, son órdenes del alfa Brad. Te necesitan por tu sangre poderosa.

—¿Alfa Brad? ¿Sangre poderosa? —murmuró, desconcertada: ¿por qué él?

—Como su prometida es híbrida, necesitamos tu sangre para alimentarla —, continuaron.

—¡No, no lo haré! —gritó ella, intentando liberarse.

—Lo harás —dijeron los hombres, estrechando su agarre—, y no te dejaremos marchar hasta que consiga lo que quiere.

"Mi padre me encontrará", se dijo a sí misma, resistiendo al miedo y tratando de encontrar una esperanza en ella.

"Todo saldrá bien", se repitió una y otra vez, luchando contra las lágrimas que amenazaban con salir.

—Déjenme ir —dijo, sintiendo que su cuerpo se debilitaba.

—No te irás hasta que Rosalinda tenga hasta la última gota de tu sangre.

El corazón de Yara pareció detenerse ante la terrible realidad a la que se enfrentaba.

"Debo escapar", pensó frenéticamente.

Pero sabía que era inútil, estaba atrapada en las garras de esos hombres.

La dejaron en otra parte de la choza, mientras un médico, intentaba introducirle una aguja gruesa, no sabia de qué material está hecho, pero solo sintió un profundo dolor, que la hizo doblar, lágrimas de desesperación empañaron su mirada mientras el médico la insertaba en su brazo. Cada gota de sangre que fluía hacia el recipiente significaba su debilitamiento, pero también el sostén vital de Rosalinda, la prometida de Brad.

—¡Deténganse! ¡Por favor! —clamó Yara, luchando por liberarse, pero su voz resonó débil en la choza.

Los hombres permanecieron impasibles ante su sufrimiento, mientras el médico continuaba con su labor sin el menor indicio de compasión. Yara se aferró a la esperanza de que alguien acudiera en su auxilio, que su padre o alguien llegara en su rescate, pero nada sucedió, nadie llegó.

Cada sacudida de dolor se convirtió en un eco de su resistencia interior. Sintió cómo su fuerza iba menguando, pero su espíritu se mantuvo firme, una mezcla de rabia y desesperación bulló en su interior y la rabia se abrió paso peligrosamente en su interior.

Las palabras de los hombres retumbaron en su mente: " Son órdenes del Alfa Brad” “Rosalinda necesitaba hasta la última gota de tu sangre". El propósito de su sufrimiento era para sostener a la prometida del hombre que ella habúa aprendido a detestar y que odiaba con toda su alma.

Incapaz de soportar más la agonía, Yara dirigió una mirada desafiante hacia el médico y los hombres que la custodiaban. En sus ojos se reflejó una mezcla de miedo y valentía, una lucha interna entre la rendición y la determinación de no ceder ante ellos..

El rostro pálido y los temblores se intensificaron mientras el médico continúo extrayendo bolsas tras bolsa de sangre. Cada segundo era una lucha contra la pérdida de conciencia, pero se negaba a ceder.

En un momento de audacia, con lo poco que le quedaba de fuerzas, Yara lanzó un manotazo, logrando derribar una bandeja metálica cercana.

El ruido metálico llamó la atención de los hombres, quienes la sujetaron con mayor firmeza, y le propinaron un golpe brutal que la hizo perder el sentido.

El sonido de sus propios latidos se desvaneció lentamente, el zumbido en sus oídos la arrastró a una vorágine de desespero, el mundo se oscureció mientras se sumergía en un abismo de inconsciencia, su última resistencia ante la tiranía que le había arrebatado la libertad y la dignidad.

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