Roxana estaba sentada en primera fila en la clase de Anatomía, sin embargo, no estaba prestando la atención debida, porque había comenzado a sentir un leve malestar en su vientre.Deslizó su mirada por las páginas del libro de texto, sus dedos marcando líneas, la luz del aula bañaba su rostro concentrado, iluminando la determinación que había cimentado su lugar entre los estudiantes. Habían sido meses de esfuerzo que se reflejaban en notas sobresalientes, y en el respeto tácito de sus compañeros, que la habían aceptado como su futura reina y la admiraban.—Señorita Roxana —llamó el profesor, su tono interrumpiendo el silencio estudioso de la sala. —¿Podría venir aquí y explicar a la clase el funcionamiento del aparato unitario?Ella asintió, recogiendo su postura real, y caminó hacia el frente. Pero cada paso parecía desatar algo dentro de ella, una sensación peculiar. Sintió cómo una especie de hilo de agua salía de su interior. Al llegar junto al profesor, una oleada de humedad la
Roxana, ya en su habitación del palacio, observaba un par de cunas gemelas, los pequeños lobeznos ronroneaban en su sueño. Sus pechos subían y bajaban en un ritmo tranquilo y sus diminutas manos se aferraron a las mantas que los envolvían.Harvey a su lado sonrió al mirarlos, su corazón lleno de amor y orgullo. Apenas podía creer lo afortunado que era: tener una compañera y a sus dos pequeños, recordar que estuvo a punto de perderlos, todo por no escucharla, lo hizo sentir miedo y su cuerpo estremecerse, pero le daba gracias a la diosa Luna que le hubiese dado una segunda oportunidad con la mujer que amaba, porque ahora era feliz.—Gracias, Roxy, por este regalo, por hacerme feliz —dijo en un susurro.—A ti por enseñarme lo valiosa que soy, una nueva vida y por darme la oportunidad de demostrarle a todos que a uno no lo define ser hijo de quien es.—sonrió Roxana, acariciando suavemente la piel de Harvey.Ella se quedó dormida en esa posición, mientras Harvey la observaba feliz, en ese
El corazón de Roxana latía con fuerza mientras se acercaba a la entrada del aula magna. Sus pasos resonaron en el pasillo, marcando el ritmo frenético de su emoción contenida. Podía sentir cómo cada respiración era un suspiro de anticipación, una cuenta regresiva hacia el instante en que vería cristalizados años de esfuerzo y sueños.—¿Pueden creerlo? —preguntó ella, girándose hacia los rostros amorosos de sus padres, porque Nubia había ocupado el lugar de su madre, y sus suegros, quienes la flanqueaban como guardianes de su destino.—Siempre supimos que llegarías lejos —dijo Yara con una sonrisa cálida, ajustando un mechón rebelde del cabello de Roxana detrás de su oreja.—Estoy tan orgulloso, hija —dijo su padre, su voz teñida de emoción.—Gracias por estar aquí, por todo —murmuró Roxana, sintiendo cómo el peso de la gratitud llenaba su pecho.—Y Harvey... —comenzó ella, volviéndose hacia su esposo cuyo apoyo había sido su faro. —Sin ti...—Shh —la interrumpió Harvey con una mirada
El corazón de Yara latía como un tambor desbocado, golpeando contra la jaula de sus costillas mientras la perseguía la imagen de las manos de su madre, fuertes e inflexibles, empujando a la mujer sin nombre por el borde del acantilado. Pegó un grito al despertarse. —Aahhhhh —se levantó respirando entrecortadamente y sus ojos se abrieron de golpe hacia la seguridad de su habitación. —Señorita Yara, tranquila, fue solo una pesadilla, todo está bien. La voz de la doncella, calmada y tranquilizadora, atravesó la oscuridad de sus pensamientos como una hoja de plata. —Lo sentí tan real, Marisol —susurró Yara, ocultando a duras penas el temblor que la sacudía por dentro. —Los sueños son engañosos, señorita —respondió Marisol, retirando las sábanas de seda con mano experta. Luego empezó a rebuscar en el armario y sus dedos bailaron sobre las telas hasta que se posaron en el vestido, el más hermoso que poseía Yara. —Es el gran día de su madre —dijo Marisol, mostrando el vestido a la luz
Un par de días después.La camisa negra se deslizó sobre sus hombros como una segunda piel, los botones ascendiendo uno a uno bajo sus dedos ágiles. Brad se miró al espejo, el reflejo de un hombre decidido lo encara con ojos que destellan una determinación feroz.—¿Estás seguro de esto? —pregunta su amigo Jayden, apoyándose en el marco de la puerta, las cejas fruncidas tejiendo una expresión de duda.—Más que seguro, le voy a dar a Minerva donde más le duele —expresó con tranquilidad—, ahora deberías irte, porque cuando la pequeña llegue no quiero que se cohíba y mucho menos que sospeche de nada.—Brad… —empezó a decir su amigo titubeante.—¿Qué quieres? Habla de una vez —exige y su amigo hizo un gesto de irritación.El tono de su amigo sugiere una advertencia, pero Brad solo escucha el llamado de la venganza, ese antiguo susurro en su sangre.—Quizás a Minerva no le importe mucho, después de todo, no la veo buena madre, además,Los hijos no son responsables de los errores de sus padres
La luz del sol se filtró a través de las cortinas de encaje, proyectando un cálido resplandor sobre la hoja que Yara tenía en sus temblorosas manos. Desplegó la carta con un tacto casi reverente, sus ojos escudriñaron la escritura, emocionada porque Brad le había enviado una carta."Queridísima Yara", empezó la carta, y ella casi podía oír la voz de Brad acariciando cada palabra. "Mi corazón está decidido; late únicamente por ti. Esta noche, bajo el halo de estrellas de la gran velada, en mi casa, proclamaré al mundo que eres la reina de mi corazón". Se quedó sin aliento, las palabras encendieron un fuego en su pecho. Una declaración tan audaz, tan pública, era todo lo que había anhelado en secreto. El amor de Brad, sería ahora tan innegable como la luna en el cielo nocturno. —¿Podría estar ocurriendo de verdad? —murmuró a la habitación vacía, con una sonrisa en los labios. Su reflejo en el espejo le devolvió el gesto, con los ojos llenos de posibilidades. En un arrebato de excita
El corazón de Yara, antaño un recipiente ardiente de amor y esperanza, ahora estaba en ruinas entre los fragmentos destrozados de su confianza, el dolor le laceró el alma. Cada respiración entrecortada era un paso, cada pulso un martillazo contra su voluntad. "Basta", se susurró a sí misma, su voz apenas se elevaba por encima de su tormenta interna. Sus ojos recorrieron la habitación en busca de una salida. El ruido de la fiesta era abrumador, las risas y el parloteo se mezclaron en una sinfonía caótica. Cuando intentó levantarse, las piernas se le doblaron y cayó al suelo. Sus dedos se agarraran a la alfombra y sus nudillos se pusieron blancos mientras luchaba por ponerse de pie.Oyó el ruido ensordecedor de la fiesta a su alrededor, las risas mezclándose con la música en un caos abrumador. Decidió que debía alejarse de allí, aunque sólo fuese por un momento. La fuerza volvió a sus miembros como el primer deshielo de la primavera, y comenzó a caminar, luchando contra las lágrima
Brad está dudoso después de lo que pasó Leo no lo deja en paz, martirizándolo por lo que le hizo a Yara."Debes buscarla porque está en peligro, y reconocer que actuaste mal con ella, los hijos no deben pagar por los errores de sus padres, si no me haces caso te vas a arrepentir".Las recriminaciones de Leo eran constantes, si algo tenía su lobo era su persistencia, así que sin poder aguantar más ordenó a su beta organizar la búsqueda de Yara, y él decide también hacerlo, solo por aliviar la furia e intensidad de su lobo, pero mientras va caminando, se encuentra con Rosalinda quien al verlo termina desplomándose, sin embargo, antes de que toque el piso, el corre hacia ella y la sostiene llevándola al consultorio médico de la manada.Despues de llevarla, se queda a esperar impaciente el diagnóstico médico, cuando este por fin sale, le pregunta por la condición de su amiga. —¿Qué le pasó doctor? ¿Por qué se desmayó? —interrogó con preocupación, porque ella se había criado con él, además