56. ¿SEBASTIÁN ME SALVÓ?
Tengo mucha sed, los labios resecos y un dolor en el pecho. Trato de abrir los ojos, pero los párpados me pesan y, poco a poco, empiezo a adquirir conciencia de otras cosas. Un incómodo sonido electrónico de fondo, el olor a medicamento y lejía, y de pronto recuerdo lo que pasó: fui herido. Fuimos citados para negociar un traslado grande, por eso debía ir yo a una parte específica y reunirme con Yoshua Ben Gion, pero en el camino fuimos emboscados.

Todo sucedió tan rápido que incluso yo no estoy seguro de todo lo que pasó. Creo que fue cuestión de los dos minutos más largos en toda mi existencia. El vehículo blindado frenó en seco cuando un coche cambió repentinamente de carril y se vino de frente hacia nosotros. Fue como ver una de esas películas de acción en las cuales, en el último segundo, el experto piloto hace derrapar el vehículo terminando de lado para poder sacar las armas por las ventanas o abrir la puerta.

La vía estaba vacía, afortunadamente, pero eso mismo fue lo que permi
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