Capítulo 4

Giselle

Paso saliva recopilando en mi mente todo lo que acaba de pasarme en las últimas horas. Ni siquiera sé cómo diablos llegué aquí, es que no tengo idea de dónde estoy ahora mismo.

Me asomo mirando la preciosa ciudad desde el inmenso ventanal de cristal. Paso la camisa suya por mi cuerpo y su aroma a lavanda y limón aún cuando sé que esta ropa está limpia, me envuelve. Mi pulso se acelera con solo estar así, aunque de por mí no creí volver a estar en una situación tan comprometedora con un hombre, debo admitir que la vida a veces jode bastante cuando se encapricha con hacerte vivir situaciones así.

A mi mente viene el recuerdo de Harry, no sé por qué en una situación así lo pienso. Simplemente lo hago y con su imagen en mi cabeza abro la puerta de la recámara, tratando por todos los medios de que la camiseta que me dio me llegue más abajo, al menos a mitad de los muslos.

Aunque me queda realmente gigante, no me siento cómoda con nada de esto. Una mujer de unos cincuenta y algo me mira cuando doy pasos descalza hasta la cocina.

Sus ojos se arrugan con incredulidad pero al instante sigue en lo suyo. Está poniendo la mesa de desayuno y el olor a tostadas con mantequilla remueve mis tripas.

Cruzo mis manos al frente de mi pecho por lo nerviosa que me encuentro. ¡Quiero irme!

Los pasos se oyen atrás y no giro porque sé de quién se trata.

—Clara, es de mala educación no invitar a la mesa a la señorita —reprende serio a la mujer.

Aunque Matthias habla con educación, el tono imperativo no se le va. Desprende autoridad por todo él.

—Disculpe señor, la mesa está lista.

Y se marcha mirándome de reojo una vez más. Trago sintiendo mi garganta seca y no soy de las que dan el primer paso, soy bastante retraída e introvertida por esa parte.

Matthias se sienta en la silla que encabeza la mesa y con su mano me señala la que está a su derecha.

Camino a pasos lentos bajo su mirada, y una comezón me tienta a rascarme por doquier. Intento no corresponder a sus ojos.

Tomo el zumo de manzana y lo bebo. Mi garganta lo agradece, a penas sentía saliva en mi cavidad bucal. Prosigo con las tostadas y los huevos revueltos. Nadie habla nada y él ni siquiera menciona nada de ayer.

Los toques en la puerta principal me hacen suspirar al fin. La empleada va y trae más de un conjunto de ropa femenino en sus manos. Están envueltos en fundas que hacen ver las respectivas marcas de las prendas.

—Ponlo en mi habitación —pide y tras asentir se marcha.

Vuelco la vista a su rostro con las palabras atoradas en mi garganta. Estoy realmente avergonzada con todo lo que ha pasado.

—Voy... —Me raspo la garganta—. Voy a vestirme —repongo en un hilo de voz.

Él ni siquiera me mira, sigue desayunando y no tiene muy buena cara. Me pongo de pie y voy hasta su habitación, la única del apartamento por lo que veo. Es inmenso y lujoso pero consta de solo una recámara o eso parece.

Veo las perchas sobre la cama, abro las fundas y en todas solo hay vestidos.

Uno es color carne, entallado completamente y de cuello alto sin mangas. Tiene una fina pedrería en todo el borde del cuello y no luce corto, a la vez destapo una de las caja con los zapatos de tacón que estaba sobre cada una de esas prendas. Estos son del mismo color y de puntas finas.

Busco con la mirada por todo el sitio tratando de encontrar los que traía en vano, seguramente los tiró como hizo con mi ropa —que era de marca y me costó una pequeña fortuna el conjunto—, este sujeto hace sentirme extraña.

Opto por el mismo vestido beige sin molestarme en observar detalladamente los otros. Quiero acabar de largarme y no incordiar más.

Justo cuando voy a abrochar el zíper del mismo la puerta se abre. La figura masculina que se apodera de mi atención fija sus ojos en mí.

Resoplo por el comportamiento mal educado.

—¿Podrías acaso tocar antes?

Frunce el ceño de forma incrédula, me escruta entera y aunque tenga ya ropa decente encima me siento como si nuevamente estuviese desnuda.

—Es mi casa —refuta y se cruza de brazos dejando su espalda repostar en la puerta que cierra tras su paso.

Nuevamente estamos juntos los dos entre cuatro paredes. La inquietud me recorre como junto a la sangre en mis venas y trato de ignorar el hecho de estar con un maldito pero jodidamente atractivo hombre a solo cuatro metros. Y lo más importante: estoy vistiéndome.

Me fajo con el zíper nuevamente y no cede, queda demasiado justo el vestido aunque quiero este mismo. No deseo volver a poner otra cosa sobre mi cuerpo.

Y no tengo cara ya para decirle que salga. La que tiene que acabar de largarse soy yo.

Entre tanto pensar no me había dando cuenta de que lo tengo justo detrás y doy un pequeño respingo, cuando siento sus yemas en mi espalda.

El jodido zíper sube casi sin problemas cómo sino me estuviese dando la 4ta guerra mundial a mí.

Su cercanía y loción me abruman los sentidos. Está a centímetros de mi cuerpo y siento su respiración relajada. No se mueve, está como una estatua clavando los ojos en mí.

Me trato de alejar a por los zapatos y me siento sobre la cama a calzármelos.

—Te luce muchísimo ese color —halaga pero a secas.

Su personalidad no va con estas cosas, lo siento un poco forzado como sino quisiese decir cosas así, pero lo hace al fin.

No entiendo, porque nadie pide que adulen a otros, cada uno es dueño de su lengua y pensamientos. Y ese tipo de comentarios no le van a su persona, aunque sería apresurado decir tal cosa ya que no le conozco.

—Gracias —murmuro y me pongo de pie.

Debo admitir que el árabe tiene buen gusto. Miro mi reflejo en la pared que tiene un gran espejo en toda ella.

El vestido se acopla perfectamente a mi figura resaltando mis curvas. Aliso mi cabello con las manos y agradezco al cielo tenerlo tan lacio. Ni siquiera se nota que el peine no ha pasado por el.

Mis ojos van al hombre que tengo a mis espaldas y está viéndome. Su mirada encierra muchas cosas y realmente no quiero quedarme a averiguarlo.

Camino a por mi cartera que es lo único que al parecer es de mí pertenencia y saco de ahí el celular. Pido un uber y doy pasos hasta él.

—Disculpa que haya sucedido esto. No fue mi intención crearte tantas molestias. Luego envío el dinero por el vestido. Nos vemos Matthias —expongo y prendo a salir sin más.

Él tampoco opina nada por ende busco la salida. La mirada molesta de la empleada llamada Clara no deja de asediarme, sin embargo me acerco a ella.

—¿Has visto unas llaves en un llavero lleno de girasoles?

Pregunto tratando de mantenerme tranquila. Esta mujer se le nota bastante la edad pero el rostro se le arruga mucho más al mirarme con muy mala cara.

—No he visto nada —replica con hastío.

—Tienen que estar aquí, no están en mi cartera. Seguro están entre la ropa que traía —expreso inquietándome.

No me abruma el hecho de perder las llaves sino el llavero que las portaba. Fue un regalo de Harry cuando éramos novios en la preparatoria.

Los pasos del dueño del apartamento se escuchan llegar hasta ambas.

—¿En qué papelera tiraste mi ropa? Necesito buscar las llaves de mi casa —comento y él levanta una ceja.

Nadie habla nada, ninguno contesta mi pregunta y comienzo a tener ansiedad.

—Llegaste aquí sin ropa —responde Matthias cabo de varios segundos extensos.

Abro los ojos como platos por su confesión. Bufo con ironía por su ridícula broma, es imposible que yo...

Flashback

Todo me da vueltas y la ciudad me parece verla como una m*****a atracción de un parque temático.

Estoy en un auto que se mueve, sin embargo siento mi cabeza pesada y mis ojos igual. Las nauseas se apoderan de mí y sin medirlo vomito.

Todo me lo derramo arriba sin pensarlo y los alaridos a mi lado los escucho a lo lejos. Todo lo que miro es mi cuerpo apestando a vomito y mi ropa llena del mismo fluido.

En la nube en la que me encuentro, voy quitando los botones de mi vestido. Uno a uno como si fuese algo placentero.

Soy un poco maniática con el orden y la pulcredad. No escucho al que está a mi lado porque se oye tan lejano, hasta que una mano me detiene cuando voy a deslizarlo por mis piernas pero la manoteo y me desprendo de la prenda.

Rio satisfecha y aún con toda la ebriedad en mi sistema, abro la ventanilla y tiro el vestido fuera quedándome en el encaje que elegí antes de salir.

Cierro los ojos y no sé cuánto tiempo pasa. Pero al nuevamente abrirlo noto mis párpados pesados y me enderezo en el asiento del auto aún en movimiento. Los mareos se intensifican a los minutos y las arcadas me estremecen nuevamente.

El carro frena de pronto llevándome alante y golpeándome con él parabrisas. Todo eso hace que vuelva a vaciar mi estómago sobre mi cuerpo.

Actualidad

Se cruza de brazos notando que recordé algo. Tapo mi boca y todo el calor me sube a las mejillas. Miro mi cuerpo y no hay rastro de mis fluidos estomacales en él.

Suelto una exaltación desde mis entrañas. La señora se marcha por un gesto que él le hace y estoy realmente tiesa, repitiendo una y otra vez lo que pasó, en mi mente.

—Tú... tú... ¿me bañaste?

Blanquea los ojos con fastidio. ¿Él...?

—Estabas llena de suciedad e ibas directo a mi cama —explica excusando su acción.

—¿Tú me tocaste desnu...?

Ni siquiera puedo decirlo sin contraerme entera.

—Bueno no creo que alguien pueda ser bañado con los pies —se mofa con sarcasmo.

Abro la boca en forma de O por su incordiante respuesta y su tono irónico. El muy desgraciado lo dice tan así, tan así como sino hubiese sucedido nada.

«Solamente tocó todo tu cuerpo, cada rincón y parte la palpó sin tú estar en tus completos sentidos»

La molestia y el cabreo comienzan a recorrerme. Todo me burbujea dentro y me siento demasiado alterada.

—¡Cómo te atreviste a tocarme! ¡Te aprovechaste de mí! —reprocho gritándole.

Se cruza de brazos con la mirada bastante intimidante, pero no cedo esta vez. Mi nivel de mosqueo es enorme.

—¿Preferirías dormir en el parqueo sola a merced de cualquiera que pasara?

—Vete al diablo Matthias. ¡Te aprovechaste de mí! ¿Qué tipo de hombre eres?

Emana tanto enojo por mis palabras, que toma una de las sillas del comedor y la levanta dejándola caer sobre la mesa de cristal.

Los pedazos del cristales se zambullen por todo el sitio y reacciono cubriéndome ante su violento ataque repentino.

—Nunca me aprovecharía de una mujer así. Y porque soy un hombre no te iba a dejar tirada frente a un club. No ibas a acostarte en mi cama sucia y apestando a vomito —contraataca enfadado.

—Pero...

—¡Déjame terminar! La culpable fuiste tú, no tenías que haberte emborrachado. Deberías tener límites cuando bebes porque en realidad no sé qué hubiese pasado si me hubiese largado y te hubiese dejado tirada en ese parqueo. Pierdes el control rápidamente —reprocha exasperado.

Bajo mi cabeza sintiendo pena, tengo una liga rara de sentimientos encontrados ahora mismo.

—Vamos a la oficina a firmar el contrato de una vez, no soporto aguantarte ni un minuto más.

Sale bufando y mis pies se sienten anclados al suelo. Estoy como pasmada, todo ha sucedido tan repentinamente.

Camino cuando lo veo hastiado mirándome desde el elevador. Doy pasos suaves bajo su mirada. Llego a su sitio y en silencio pone en marcha la gran caja metálica.

Tintineo de forma inevitable la punta de mi zapato en el piso por varios segundos. Hasta que una mano gruesa se posa en mi muslo como deteniendo el pie.

Miro en su dirección sintiendo un calor abrazarme entera, sus enigmáticos ojos verdes me miran de una forma que me seca las entrañas y me moja lugares prohibidos.

Su palma emana tanto calor sobre mi piel que me voy encendiendo internamente.

—¡Al diablo contigo! —exclama de pronto girándose a mí.

Su mano en mi muslo la mantiene y la otra va al otro. Me abre de piernas y me eleva a la altura de su cadera todo en cuestiones de segundos.

Arremete contra mis labios y su sabor y olor me agrietan el caparazón en el que me metí. No le sigo el ritmo sintiéndome perdida, hasta que introduce su lengua en mi boca.

Y ahí quedo prendada, en cada lamida y succión que hace en mis labios. Su lengua juega con la mía provocándome de todo en segundos. Sus manos aprietan mis muslos mientras su cuerpo me presiona contra a la pared.

Parecemos dos maniáticos en pleno elevador comiéndonos la boca. La falta de oxígeno va haciéndose presente, pero él solo se separa para arremeter contra mi cuello, lo siento todo tan intenso y desesperado que gimo en respuesta a sus húmedos besos.

Mis ojos se cierran involuntariamente erizándome toda la piel, estoy tan caliente que me noto levitar entre los brazos de este maldito y caliente moreno.

Su polla dura presiona mi sexo cubierto por la lencería y me restriego contra el pidiendo más.

Pero se separa de pronto de mí buscando mis ojos. Me encuentro con los suyos tan oscuros y con su mirada tan siniestra que solo correspondo mordiéndome el labio involuntariamente.

Vuelve a impactar su boca con la mía y justo cuando mete una de sus manos bajo mi vestido, las puertas se abren de par en par.

Las personas de la planta —que son pocas—, fijan su atención en nosotros. Me bajo de su cadera tan rápido como si de mi supervivencia se tratase cuando él me suelta y siento toda la sangre subirme a la cara. Tanto por él como por todo el que nos mira. Matthias solo se arregla la corbata y yo nerviosamente repongo mi vestido estrujado aún sin encontrar fuerzas para subir la mirada del suelo.

Se raspan la garganta a mi lado y sale caminando dejándome atrás. Matthias sigue de largo como sino hubiese sucedido nada hace unos segundos, y yo trato de hacer lo mismo pero fracaso cuando la vergüenza me recorre el alma.

Doy pasos tras él mirándome los zapatos todo el tiempo.

«No eres una de esas Giselle»

«No eres una de esas Giselle»

Me repito esa frase diez veces más hasta que salimos fuera de esa zona residencial. Un hombre le da las llaves de un Merecedes rojo y sube sin más al asiento del piloto.

Me quedo estancada mirándolo con pena y tan nerviosa que mis músculos amenazan con contraerse, hasta que baja la ventanilla del auto.

—¿Qué rayos esperas para subir? —su tono es demandante.

Rápido me incorporo al asiento del copiloto y el árabe arranca sin más.

Miro por todos lados el auto.

—Este no es...

—El Lombardini está siendo limpiado por dentro, resulta que alguien lo vomitó ayer en la noche. No llevo ni tres días con él y ya fue bautizado —espeta molesto mirando la carretera.

La incomodidad resurge y me dejo caer en el asiento. Trato de no pensar en sus manos, en sus labios que hace segundos chocaban de manera deliciosa contra los míos.

De reojo lo miro y percibo que su mirada estaba en mis piernas. Por lo que trato de alejar todo tipo de esos pensamientos.

No soy de las que echan un polvo como si nada, para mí el sexo no es algo tan a la ligera.

Ninguno opina nada más al respecto hasta que llegamos a mi empresa. Cuando abre Lucas la puerta todos los ojos de mis empleados se enfocan en nosotros.

Matthias se adelanta y camino atrás de él. Busco con la mirada a Rosse y la veo sonreír con descaro, hace muecas coquetas sobre el árabe y niego con la cabeza ignorándola.

Voy directo a la sala de juntas. Saludo al entrar y trato de no volcar los ojos al sujeto que ha robado mi tranquilidad. Él está sentando junto al abogado que al parecer había llegado antes que ambos.

Me siento en la cabeza de la mesa redonda mirando a Thomas. Es el abogado de nuestra compañía.

—Bien, estos son los contratos junto a las pautas que ha dejado el señor Matthias.

La vista del sujeto nombrado está en mí todo el tiempo. Pero no le correspondo y trato de mantenerme indiferente, no quiero que se vuelva a repetir algo así.

Mi abogado los toma en sus manos tras ponerse los espejuelos. La puerta de cristal se abre dando paso a Jazmine que entra con una bandeja y varias tazas de café.

Las pone frente a cada uno de nosotros y se queda atrás parada.

—¿Esto que significa? —inquiere Thomas.

Me acerco y veo que tiene la hoja con los acuerdos establecidos por Matthias ayer.

—Estoy de acuerdo en todo —afirmo y noto que el árabe sonríe en su silla.

Los ojos asombrados de Thomas van a los míos y arrugo las cejas por su incrédula mirada.

—¿Vas a modelarle cada conjunto de forma privada? —cuestiona con sorpresa.

Una exaltación sale de la boca de mi secretaria tras oír eso, pero rio negando.

—No seré yo, nuestra mejor modelo lo hará. Es lo que él quiere —contesto.

Los ojos de todos van a Matthias esperando que asienta. Mi corazón se acelera con solo pensar que no sea eso, porque sería tonto pensar que quiere que sea yo la que lo modele. Pues ayer creí entender que él no se refería a mí con esta cláusula.

Bufo pensando en la idea.

—Está muy claro ahí que es la señora Giselle Evans quien quiero que me modele los conjuntos antes del estreno —señala con autoridad.

Mis ojos se abren como platos. ¿Que yo qué?

Percibo todas las miradas ahora en mí y el calor vuelve a acumularse en mis mejillas.

—Yo no... —rio nerviosa.

Esto debe ser una broma.

—Mi cliente deja claro que sino cumplen sus estipulaciones no hay contrato —repone su abogado.

Me siento desfallecer con esto. Correspondo su mirada oscura y cómo ladea una sonrisa con suficiencia.

Sino acepto todo se irá al fiasco, esta oportunidad no se dará dos veces. Un aire temerario se apodera de mi cuerpo y en segundos digo:

—Está bien por mi parte.

Tanto Thomas como Jazmine me ven impresionados.

—Perfecto —añade Matthias con voz triunfal.

La furia cobra vida en mi de nuevo.

—Pero quiero agregar algo —replico y su abogado me mira.

—Me parece que no está en posición de pedir nada.

Busco la mirada del árabe y me mira de forma penetrante.

—Habla.

—Solo será mostrarle el diseño, no puede tocarme y si lo hace tendrá que pagar la indemnización por romper el contrato —decreto un tanto nerviosa pero trato de parecer segura.

La ceja de Matthias se levanta y su ladeada sonrisa se vuelve siniestra cosa que hace que se me agite el pulso.

—¿Dices que mi cliente tendrá que pagar cincuenta millones de dólares si llegase a tocarte? No estoy de acuerdo Matt, tú eres el que impone aquí, no dejes...

—Por mí esta bien solo si ella tampoco me toca a mí, de lo contrario sería lo mismo en su caso —expresa interrumpiendo a su abogado y asiento a Thomas.

Nuestras miradas se intensifican y no cedo, no bajo la mía. No voy a mostrar más debilidad. Yo también se jugar este tipo de juegos Matthias Hakam.

Firmamos los acuerdos y tras nuestros abogados despedirse, nos dejan solos a Matthias, Jazmine y yo.

Miro a mi secretaria indicándole que nos deje solos. Está aún como en shock por todo lo que pasa. Pero sale cerrando la puerta tras ella.

—Jugar con fuego puede ser excitante señorita Evans, aunque puedes terminar quemándote —declara desde su silla.

Me pongo de pie notando cómo repara mi cuerpo de arriba abajo sin decencia alguna. El descaro al parecer forma parte de él.

—Ahorrémonos todo esto. Solo quiero trabajar de forma profesional...

—Claro emborrachándote en plena reunión, que profesional de tu parte —bufa con sarcasmo.

Ruedo los ojos por su insufrible actitud.

—No quiero que vuelvas a hacer lo que hiciste antes —exijo con determinación.

Su mirada se endurece y se pone de pie. Su tamaño es exuberante y luzco realmente diminuta a su lado, no me refiero que soy una enana en su comparación, sino a lo musculoso que se ve él en comparación con mi esbelto cuerpo.

—Las quejas como que llegan un poco tarde, creí escucharte gemir cuando lo hacía —zanja de forma descarada acelerando mi respiración.

—No pensé que fueses tan gilipollas.

—Ni yo que tú fueses tan deliciosa —repone con la voz gruesa.

Su confesión me deja de piedra. Bajo la mirada a mis manos escuchando el ritmo furioso de mi corazón.

Camina hasta mi lugar quedándose a centímetros de mi cuerpo. Su aroma me envuelve evocándome los recuerdos de hace unos minutos atrás.

—Ansío verte en lencería Giselle —confiesa en un susurro.

Miro sus verdes ojos y me mantiene la mirada.

—Tendrás que esperar que los termine todos.

—Error, cada que termines uno tienes que ir a mi apartamento.

Rebusca algo en su bolsillo y lo pone sobre la mesa. Son sus llaves y mi cabeza hace corto circuito.

—Que sea a la media noche del día que lo termines.

—Pero...

—Te doy un plazo de una semana para que te inspires en él —habla.

Mi corazón bombea demasiada sangre y late con mucha fuerza en mi pecho.

—Pero eso no está estipulado.

—No me gusta repetir lo mismo. En una semana te quiero en mi habitación con la lencería nada más sobre tu cuerpo —expone con completa imprudencia.

Se aleja marchándose, sin yo poder siquiera refutarle nada. La cara de Rosse es un poema al entrar tras él salir.

—Por favor, dime que es mentira que mi amiga la recatada le hará un strip-tease a ese jodido bombón —inquiere cómo anonadada.

Miro sus azules ojos que esperan una respuesta de mi parte.

—Y no sabes ni la mitad —repongo angustiada.

—¡Ahh porque hay más!

Sus emocionados ojos me ven.

—Él me bañó, me empotró contra el elevador, me comió la boca y quiere que le modele en lencería Rosse —explayo perdida.

Su mandíbula se desencaja con asombro. Está perpleja por mis confesiones.

—¿Quién eres y que m****a le hiciste a Giselle? —chilla como loca.

Bajo mi mirada con pena. Ella se me acerca y pasa una mano por mi hombro cuando me dejo caer en una silla.

—Nena, ¿qué tan malo podría ser? —interroga bajito mi mejor amiga.

Y sí, eso mismo me pregunto yo.

«¿Qué tan malo podría ser Giselle?»

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