Capítulo 3

El sonido de la música hace eco por todo el sitio y ella no puede más que sentirse fuera de lugar y las ganas de girar su espalda de vuelta a la mansión se asoman. La oscuridad aturde su sistema nervioso hasta pasar la entrada y dar con el gran salón lleno de personas bailando. El humo se esparse por todo el sitio junto a el olor a tabaco caro y a alcohol.

Sus tímpanos le vibran debido a los decibeles del sonido a todo volumen. Se dirige directo al bar del primer piso, si tendrá que soportar estar ahí necesita beber algo. Se sienta en una de las banquetas y le pide al bartender una margarita. Gira su rostro hasta la gran pista de baile buscando entre los presentes caras conocidas, ve gran parte de su equipo bailando y disfrutando de la noche.

Le ponen el trago en la repisa y ella lo toma dándole un largo sorbo que engulle y hace arder su garganta debido a los niveles de alcohol que debe tener. Vuelve a enfocar su vista en el cúmulo de personas y repasa lentamente y bebiendo su copa a las mismas. Hasta que su mirada se queda en el cuerpo masculino y grande que dichosamente encuentra.

Matthias baila con una morena de cabellos negros, cada vez la pega más así dándole a conocer que quiere más que bailar y la chica solo ríe en sus manos. Cosa que le hace a él torcer una sonrisa porque todas siempre son tan fáciles y manejables que sino fuese por su necesidad innata de saciar sus inminentes apetitos sexuales, para nada prestaría atención a las mujeres.

Para Matthias todas son un manojo de nervios, acompañado de reclamos, celos tóxicos y berrinches, cosas que él tanto detesta en ellas.

—¿Quieres ir a un privado? —sugiere la morena susurrándole al oído.

Su culo le tiene casi empalmado cada que se mueve restregándoselo. Se vio a punto de decir que sí, pero una esbelta figura se mueve y logra captar su mirada.

Está parada en la barra del bar inferior y bebe como si de agua se tratase, un trago, pero unas manos le desvían la mirada. La morena que baila junto a él lleva sus labios a su boca y él no tarda en corresponderle, le ponen mucho las mujeres que son abiertas, que no tiene que pasar una m*****a hora convenciéndola para que se abra de piernas.

La tibia lengua y el jugoso beso impestuoso que le da termina por ponerlo duro y para cuando termina se recuerda que está ahí por negocios, ve a Giselle que va hasta las escaleras del reservado VIP. Bufa con pesadez notando que no logra apartar la mirada de la peli negra mientras da pasos hasta llegar a donde su equipo reunido en el segundo piso.

La polla se le agita en los pantalones y toma de la mano a la mujer que está frente a él y la lleva hasta uno de los pasillos. Cree que con una mamada resolverá el problema por el momento, luego le pedirá su número y terminarán lo que comenzaron una vez que concluya a lo que vino. Ese es su plan en las noches que sale a follar, aunque lo único que cambia es la mujer que se abre de piernas para él.

Mientras tanto Giselle saluda a todo su equipo e irresistiblemente se le abre una sonrisa amplia cuando ve entre todos a su amiga más íntima, que anteriormente estaba de viaje.

—Jefa, ya la empezábamos a extrañar. Gracias por invitarnos esta noche, estoy flipando con este sitio —chilla eufórico Kenner del departamento de marketing.

—No se retracten de pedir lo que deseen esta noche, todo va a mi cuenta —les dice Giselle.

El grupo aulla en agradecimiento y hacen un brindis con las bebidas en sus manos. Después la peli negra se dirige hacia el amor de su vida hecho amiga y toma asiento a su lado. Rosselyn trabaja dándole vida y textura a sus diseños. La misma enrosca su mano en el cuello de Giselle y planta un sonoro beso en su mejilla haciéndola reír inevitablemente.

—Al fin sales del caparazón Gi.

Se voltea a verla y se acerca más a ella para que pueda oírla debido a lo alto de la música.

—No fue por voluntad propia debo admitir —replica la peli negra.

Los ojos de Giselle vuelan sin querer a la pista de baile y para su sorpresa no lo encuentra allí. La amargura se le instala en el sistema debido que siente que la hicieron venir por gusto.

—¿Quién movió cielo y tierra y alineó los planetas para hacer mover tu precioso culo aquí? —inquiere la amiga como siempre.

Cosa que nuevamente hace sonreír a Giselle, que le da otro abrazo debido a que reconoce ahora cuánto la extrañó esos años. Chica que no tiene una amiga así media loca no sabe lo que es la vida, no sabe lo que es disfrutar de burlarse del botox o de las operaciones de cualquier plástica que les camine enfrente, piensa Giselle.

—Solo la línea de las pasarelas más famosas del mundo tienen ese poder Rosse —le dice Gi en broma y la ve reír.

Ambas dan un trago a sus bebidas pero el de Giselle es aún más largo.

—Nena me estás diciendo que fracasé en mi intento de sacarte de esa cama solo por no poseer esas malditas pasarelas —bufa haciéndose la enojada.

Antes en el aereopuerto cuando regresó a Miami, Rosse le había enviado un mensaje diciéndole que regresaba hoy y que antes que fuese media noche iría a visitar a la reina de las nieves. Siempre le ha llamado así, desde que ambas eran crías.

La desesperación por acabar la dichosa reunión la recorre, vuelve a mirar al tumulto que abajo baila y nuevamente no lo encuentra. Aunque la está pasando bien debe reconocer, pues ahora baila con Rosse al compas de Dua Lipa, su objetivo en ese sitio es la ruenión de lo contrario no hubiese puesto sus tacones ahí.

—Esta mañana me comentaron sobre el bombón árabe que tuviste en la empresa, de esos de piel morena y ojos que provocan orgamos solo posándose en ti...

Giselle niega por las ocurrencias de Rosse y termina su trago antes de tiempo.

—Dime Gi, ¿ese moja bragas como me han dicho fue quién te hizo venir? —pregunta en su oreja gritando más de lo debido.

Bailan ahora levantando las manos, ambas se sincronizan muy bien al moverse en una pista.

—Sí, aunque creía que las cadenas esas pertenecían a William Turner —responde la peli negra.

La canción termina y ambas chicas toman asiento nuevamente en el lujoso sofá del reservado. Giselle toma otro trago y su amiga da un sorbo del que antes bebía.

—Dicen que William es su tío. Matthias se crió en Dubai pero hace cinco años vino a seguir el legado de su tío fallecido, aunque no se saben las razones por las que dejó su país aún pudiendo perfectamente encargar a alguien del negocio que le dejó el tío. Aquí usa Turner ya que es el apellido de su madre, pero en realidad es Hakam. Los cotillas reporteros de este país afirman que tiene líos familiares en su país natal y que tiene un maldito harem, aparte de estar casado con seis mujeres —le informa todo eso Rosse a Giselle.

Los ojos de la última mencionada se abren como platos por tales confesiones, en especial más bien por lo último.

—Buenas noches señorita Evans —saluda una ronca y gruesa voz frente a ellas, su acento enmarca cada sílaba.

Ambas mujeres dan un respingo en el sitio por justo estar cuchicheando sobre él. Se giran y ven al espécimen de hombre que tienen ante ellas. El mismo las ve con su gélida mirada y en segundos Giselle tiene la garganta seca.

Usa un traje casual, esta vez gris y enmarca sus fornidos músculos.

—Buenas noches, ella es mi amiga Rosselyn del departamento de confección —le presenta Giselle al árabe.

Su amiga comienza a sacar todo su arsenal de armas contra él, echa suavemente su cabello hacia tras y hace relucir sus voluptuosos pechos casi a la vista por el vestido que trae. Aletea las pestañas al árabe sonriendo de más mientras Giselle ríe por las conocidas tácticas de Rosse, tácticas que vuelven loco a la mayoría de los hombres.

Pocos son inmune a sus insinuaciones, y si Giselle fuese hombre reconoce que tampoco lo fuera, por tanto no juzga a el que cae en sus garras. Ella es un fuckboy pero en versión femenina. Rubia de cabellos lacios y tan largo que toca sus nalgas, cuerpo de infarto aún sin haberse pasado un bisturí y de ojos azules tan llenos de brillo y vida que resplanceden al que mire. Rosse es una diosa en elegancia y presencia, mas cuando abre la boca la palabra elegancia va degradándose vocal por vocal.

Pues es demasiado liberal y no nunca ha tenido pareja formal o siquiera la busca. Ni siquiera repite con el mismo ya que se cansa de ellos y los desecha como harapos, aún teniendo en su cama a sujetos tipo Chris Evans. Ambas amigas son el día y la noche aunque ambas fueron criadas por familias poderosas e influyentes. Mientras Giselle es una romántica empedernida, Rosse es empedernida pero por una verga de al menos veinte centímetros de longitud, mientras la última mencionada es el alma en las fiestas, Giselle le gusta mantener un perfil bajo.

Para sorpresa de ambas, Matthias Hakam siquiera la repara pues al instante posa la mirada en la peli negra, incluso deja a Rosselyn con la mano estirada pues solo condesciende el saludo con un asentimiento de cabeza.

—¿Podemos conversar? —le pregunta a Giselle.

La misma asiente y se pone de pie cuando él gira su espalda para que le siga. Rosse le guiña un ojo y ella no puede más que sentir su sistema nervioso hacer un cataclismo cuando nota hacia donde se está dirigiendo el árabe.

Ese club tiene tres pisos. El primero es el más grande y donde se encuentra toda la zona común, el segundo es el reservado VIP y el tercero posee habitaciones para quienes desean pasar a un segundo nivel de forma privada.

Los pasos de Giselle flaquean un palmo y varias fibras de ansiedad la recorren. Un asesino serial la persigue, mata a todos sus esposos y ella va a encerrarse con un extraño que apenas conoce, en una habitación. Si él fuese el asesino que dio muerte a sus difuntos esposos se estaría entregando en bandeja de plata, aunque hubo una testigo —en este caso su amiga—, que vio hacia dónde se dirigía en caso de que eso fuese lo último que hiciera en la vida, y eso al menos la hace suspirar.

Ambos se adentran a la habitación y al cerrar la puerta de la lujosa recámara, la música a penas se escucha.

—Ahora podremos conversar calmadamente —gruñe Matthias tomando asiento en una de las butacas.

Giselle se siente completamente desorientada e incómoda, da un saltito cuando la puerta se abre de forma abrupta y entra un batman trae una bandeja con tragos. Los pone en la mesa frente al árabe y luego se marcha.

—Toma asiento por favor —pide a Giselle.

Ella nerviosa lo hace y sus manos van directas a la bebida, la misma pasa por su garganta como si de agua se tratase pues su boca estaba seca completamente. Cuando levanta los ojos a los de Matthias, queda anonadada. Están solo a centímetros de distancia y sus rasgos cada vez lucen más perfectos que antes y las lucen radiantes le hacen destacar aún más.

Jamás había estado frente a un hombre que derrochara tanto atractivo masculino, con razón es árabe, reconoce internamente la peli negra.

—Te noto incómoda, ¿es por el club? Te cité aquí porque ibas a estar aquí según tu secretaria y para no estropear la noche con tus colegas...

—Estoy bien, ¿de qué quería hablarme? —inquiere comenzando a sentir leves mareos.

Matthias toma su trago y le da un sorbo mientras no deja de verla de forma fija, unas corrientes se extienden por las células del cuerpo de Giselle y se bebe lo que quedó del trago de un solo golpe, siente que la garganta le arde por el líquido y a ese punto se siente bien.

Sí, se siente bien.

—Espero que tengas buena tolerancia al alcohol, es el cuarto trago que te empinas de esa forma...

—¿Cómo sabes cuántos tragos llevo? —pregunta Giselle consternada.

El silencio recae sobre ellos de un momento a otro, pero en cuestión de menos de un minuto él responde:

—No es que hayas estado lejos de mí, te vi desde que llegaste pero no me buscaste —refuta de forma seca.

A la mente de la peli negra llegan los recuerdos de lo que él estaba haciendo cuando lo encontró en la pista, literalmente estaba manoseando a esa mujer y una sensación de asco se apodera de ella, al pensar en eso.

—Es que os vi demasiado ocupado disfrutando de su baile, que no quise interrumpir —replica Giselle a Matthias.

Él en respuesta ladea un siniestra sonrisa, y aunque luzca malditamente espeluznante, ella la encuentra casi hechizante.

—Podrías haberte unido... —sugiere a penas en un murmuro.

Suspende sus palabras en el aire como si fuese una total e insunuante invitación directa. ¿Cómo podía este hombre siquiera no usar filtros para decir las cosas?, piensa Giselle para si misma.

Su sistema nervioso hace hervir la sangre en sus venas, de pronto siente que en vez de un aire acondicionado, lo que hay instalado en la habiactión es un maldito calefactor.

Pestañea varias veces y se avienta aire con las manos, el sudor comienza a correrle por el valle entre sus pechos cosa que siempre ha odiado.

—¿Podemos hablar de temas laborales? ¿Para eso estamos aquí no? —revate ella casi de malas pulgas.

Al árabe ahora sonriendo por ver los efectos que acaba de causar en ella, demostrándole lo que tanto se ha preguntado. Saca un papel de su bolsillo de la chaqueta, está totalemente estrujado y con decencia lo intenta alisar con las manos. Comprueba que en realidad no es buena idea hacer reuniones en un club, y menos que te hagan una mamada minutos antes de la cita laboral, aunque sería incapaz negar que lo disfrutó.

—Me voy a jugar mis cojones en este contrato, así que esto es solo lo que pido a cambio —increpa Matthias a ella.

Lo toma en sus manos Giselle y comienza a leerlo, aunque vagamente arruga el entrecejo para notar que las letras se le unen unas con otras y que siente todo darle vueltas. Un punzante dolor de cabeza le acaece y decide que es mejor leerlo por arriba, faltándose así misma a su palabra.

Aunque en realidad no va a firmar un acuerdo así, sin siquiera un abogado que lea lo que pide él. A penas lo que logra leer son requisitos básicos como cualquier otro contrato, exigen diseñar nuevas prendas que serán las que se usarán en los desfiles, hacer reuniones cada ciertos días y cosas por el estilo.

Mas Giselle abre sus ojos como platos cuando lee lo último, pero achina los mismos nuevamente tratando de descifrar lo que está escrito al final de las cláusulas. Alterna mientras tanto la vista a Matthias y él solo la escruta con fijeza muy satisfecho con sus requerimientos.

—¿Qué es lo que pides en ese últi...

—Un desfile personal cuando termines de diseñar las prendas —explica con tan petulante acento que lograr el pulso acelerarle.

¿Por qué tiene que ser tan magéticamente atractivo?, se plantea la chica a la vez que le observa.

Su incipiente barba bien afeitada enmarca todos sus rasgos masculinos, sus gruesos y rosados labios le incitan a...

Sacude su cabeza por las idioteces que está pensando ahora mismo. Sopesa lo que pidió y no se molesta más en leer el contrato, solo pidió eso y se lo dará a cambio de poder cumplir sus sueños de una vez antes de que la asesinen a ella también.

Sus chicas se encargarán de cumplir ese requisito si así es que lo pide él.

—Perfecto, en lo que me conscierne no veo inconveniente alguno con este contrato —le dice ella a él.

Nota las facciones de Matthias asombrarse levemente por un efímero momento, hasta que asiente y se pone de pie haciéndose ver gigante e impotente a su lado. Giselle repasa su torso y sus firmes brazos mientras hace lo mismo estabilizándose sobre sus tacones.

Pero el mareo que le recae la hace no lograr el equilibrio requerido, sin mas se va de lado perdiéndolo completamente, pero unos enfundados brazos en una chaqueta la sostienen de aterrizar contra la baldosa del suelo.

—Comenzaba ya a pensar que tenía gran tolerancia al alcohol —masculla Matthias mientras la sostiene.

Giselle siente ahora su aroma impregnarle los sentidos haciéndola sentir nuevamente se horrible calor. Su cuerpo fornido pegado al suyo le envía corrientes por cada poro y cuando la mano de él toma su cintura, se siente completamente perdida.

Todo se le mueve alrededor.

—Vamos, voy a llevart...

Una arcada amenza con expulsar la cena que ingirió horas atrás, corre como la gravedad y el alcohol le permiten pero se trastabilla estúpidamente con sus talones y cae de rodillas al suelo, vomitándo sobre la alfombra que tiene abajo.

La garganta le sigue ardiendo y los mareos persisten, siente que se le quiere salir el espíritu ahí tirada en tal miserable momento. Intenta ponerse de pie pero nuevamente se va de lado contra el suelo y esta vez cayendo sentada.

Matthias se acerca a su lado y sosteniendo sus hombros la ayuda a ponerse de pie, sus piernas flaquean pero persisten hasta que lo logra. Nuevamente se vuelve de mantequilla en sus brazos y antes de que se le escabulla de las manos, la tira sobre su hombro como si de costal de patatas se tratase.

Trata de no escucharla quejarse y bufar groserías mientras sale con ella del maldito club. Busca por todos lados la chica con la que antes ella charlaba y no la encuentra, ni siquiera ve a nadie de su empresa ahí. Molesto porque se le acaba de frustar una noche saciadora con la morena que antes conoció, sale con la dueña de esa marca de lencería fuera.

Llega al parqueo y la incorpora sobre sus pies, tiene los ojos cerrados hasta que de un momento a otro los abre, casi, casi asustándole debido a lo claros que son, casi tal como un cristalino cielo en verano.

—¿Qué es lo que suced...

Vuelve a tener arqueadas que le revuelven la vida, hasta que llega una lo tan fuerte para hacerla inclinarse y expulsar lo que aún su estómago tenga dentro. Las salpicas le llegan a las botas de Matthias que no puede más que estar hastiado de todo, pero llenándose de paciencia le recoge el cabello hacia atrás hasta que la ve terminar.

Giselle limpia con su mano los restos del vómito y saliva dándose cuenta repentinamente de todo el espectáculo que ha montado. Varios hasta le graban vídeos y otros se mofan de ella, pero lo que más le preocupa es ver la cara de fastidio del árabe.

Jodida impresión profesional le estás dando Giselle, se dice a sí misma.

—Este es mi auto yo puedo... —persisten los mareos y tiene que cerrar los ojos porque de lo contrario volverá a caerse.

Él vuelve a sostenerla de impactar contra el suelo.

—Déjame, pediré un taxi, debes estar ocupado —le dice a penas con la voz en un hilo.

—No te creas que voy a dejarte sola a las tres de la mañana borracha a las afueras de un club —brama y la ira le sale de las entrañas—. Te llevaré a tu casa.

Ella asiente porque en realidad ni siquiera puede mover la lengua para refutar. Y nuevamente al dar varios pasos todo se le vuelve negro.

***

El martillazo que recibe en la cerebro al abrir los ojos sintiéndolos pesados, le hace tomar su cabeza con las manos. La luz en su cara le va a reventar los sesos.

—¡Jane! ¡Jane, cierra la m*****a cortina! —chilla como desquiciada aún acostada en la cama.

Su empleada no llega y eso le hace gruñir en su sitio, vuelve a gritarle otras tres veces más sin respuesta percibiendo las punzadas en su encéfalo taladrándole el mismo con cada que respiración.

M*****a resaca, se reprocha ella.

Destapa su cuerpo de las cobijas y sale de la caliente cama para cerrar la puñetera cortina que deja entrar la luz solar. Cuando pone sus pies sobre el suelo que logra abrir bien sus ojos, es que escanea el lugar.

Todo de negro, muebles grises, cama, decoración... Esa definitivamente no es su habitación.

La sequedad en su garganta le hace tragar aún sin sentir saliva alguna. Desvía la vista hasta su cuerpo y casi mete un respingo al verse en lencería, aunque luego suspira al darse cuenta que es la misma que eligió en la noche.

Las náuseas le acaecen nuevamente y corre hasta la puerta que parece ser el baño. La abre y cuando lo hace va directo al inodoro descargando todo lo que su cuerpo ha rechazado. Las ácidas bilies le hacen incendiar su garganta recordándole porqué odia tanto ir a los clubs.

Se incorpora hacia el lavado para enjuagar su boca y haciéndolo es que se percata a través del espejo que hay una persona en la ducha mirándola directamente.

Giselle paralizada se gira despacio corrompida por la vergüenza y el pavor.

—¿Nosotros...

—No me van las mujeres borrachas —replica casi como una daga directa a su persona.

Intenta con todas sus fuerzas no verle, pero inevitablemente sus ojos bajan por su cuerpo mojado y completamente desnudo. Pero los mismos no pasan de su ombligo sino que los vuelve a subir sintiéndose sucia por hacer tal cosa.

Matthias luce tan relajado y disfrutando de la situación que siquiera opta por cubrirse.

—¿Podías taparte por favor? —bufa ella a él.

La risa torcida de el árabe hace casi eco.

—¿Por qué debería taparme aún cuando estaba tomando una ducha en el baño de mi casa?

Ella no responde, solo sale fuera como alma que lleva el viento y cautivada por la vergüenza. Busca por todos lados su ropa y no la encuentra por ningún sitio de la habitación. Hincada sobre el suelo mientras busca bajo la cama, la puerta del baño se abre.

Se sobresalta en el sitio y toma unas sábanas.

—¿Qué no estabas en el baño? —masculla tomando una sábana de la cama y cubriéndose el cuerpo.

—Es mi casa —replica serio enfatizando eso nuevamente.

—Ya sé que es tu casa, solo dime dónde está mi ropa y me largaré ahora mismo de tu casa —manifiesta sintiendo timidez Giselle.

Matthias blanquea los ojos por el tono usado y esta vez ya cubierto al menos por una toalla en la cadera, se recuesta en la pared contigua de la habitación.

—Ayer te atiborraste de alcochol...

—Créeme, mi cabeza lo sabe muy bien, pero eso no explica porqué estoy semidesnuda y que no encuentre mi vestido —susurra la peli negra, volviendo a buscar por todos lados la prenda.

Siente que sus mejillas arden por tan situación, de pensar solo en que él haya dormido en la misma cama que ella le da repulsión. La necesidad de irse pica en su ser y solo quiere encontrar la ropa para poder salir de tal embarasosa situación.

—Tu ropa no está aquí —comenta alto y seco.

Ella se voltea para que siga explicando lo que acabó de decir.

—¿Dónde está?

Nuevamente esa espeluznante sonrisa se le tuerce en los labios.

—¿Dónde está mi ropa? ¿La mandaste a lavar? Espera... ¿tú me desnudaste? Yo no recuerdo haber...

—Te vomitaste encima y perdiste el conocimiento, estabas tirada en el maldito estacionamiento a merced de cualquier extraño.

—También eres un extraño —contraataca ella de forma gélida.

—No dudaste en subir a mi moto cuando estabas atascada en el maldito tráfico —escupe con molestia rebatiendo su punto, un lógico punto.

Traga grueso notando el puslo acelerado, el dolor de cabeza persiste y la repugnancia de la situación la asusta. Pero ella vuelve a bajar la mirada a sus pectorales, sus bíceps, sus abdominales, su piel luce tan tersa y morena que por segundos se queda observándole de más.

Sin embargo, él hace lo mismo con ella aunque ahora está cubierta, recuerda su perfecta figura pues en el baño no puedo dejar de ver sus rosados pezones que se marcaban bajo el encaje del sujetador y luchó para no bajar la mirada a su entrepierna de lo contrario esa situación hubiese terminado y no en ella envuelta en una sábana.

A duras penas pudo pegar ojo en toda la noche pues no durmió nada mirándola a ella en su cama. Pudo haber dormido en un sofá, sí, pero él odia dormir en eso y menos sintiendo un punzante dolor en su verga cada que le llegaba a la mente la imagen de ella en lencería, acurrucada en sus sábanas, con su cabello desparramado por las almohadas y dando unas espectacular vista de…

Sacude su cabeza odiando la situación.

Matthias jamás se había cachondeado tanto de una mujer en ese estado, pero tampoco es que algo así le haya sucedido antes y menos que su polla ya estuviese metalizada en tener un maratón de sexo literalmente toda la noche, plan que se vio totalmente frustrado por su causa. Así que no podía culpar a su miembro de ello, ya que una mamada no basta en casi una semana entera que lleva sin follar.

Toda la culpa es de ella —se recuerda él—. Ella es la culpable por no saber cuándo parar.

Una necesidad que antes creía Giselle que había muerto junto con cada esposo resucita en su cuerpo. Baja ahora la cabeza apenada por todo, porque ella que siempre tiene algo ingenioso que refutar no obstante, no encuentra nada en realidad. No debió tomar alcohol en primer lugar.

—Lo siento, solo estoy abrumada. ¿Podrías prestarme algo de ropa para poder marcharme?

Arruga las cejas el árabe mirándola muy extrañado.

—Estamos en la zona más adinerada de Miami, de mi apartamento no vas a salir mal vestida, tengo una reputación que mantener...

—Maldito vividor —farfulla ella a lo que dijo.

—¿Qué dijiste? —inquiere Matthias airado porque en realidad no le escuchó.

—Pues entiendo que no quieres aparentar que te tiras a cualquier tía de quinta, pero es una urgencia y no deseo estar aquí por más tiempo —manifiesta ella manteniendo otra postura ahora.

—Pues es una pena que en realidad tengas que esperar más tiempo —se burla Matthias con sorna, la falta de sexo arruina el humor de cualquiera—, porque mandé a pedir ropa para ti que debe estar al llegar. Bastante tuve con las fachas que llegamos anoche —afirma hastiado—, así que primero bajemos a desayunar.

Giselle siente el sudor correr por su sien y que sus manos no dejan de moverse nerviosas. Maldice haber elegido el conjunto de lencería de los más transparentes y descarados que tenía en su armario.

Nota que Matthias espera que se mueva pues no deja de examinarla de forma fija.

—Necesito algo para cubrirme mientras tanto —le dice Giselle.

Lo nota bajar las manos hacia su toalla y por inercia él ve a la peli negra tapar sus ojos. Para Matthias es toda una parodia disfrutar —entre comillas—, del momento, pues ella tiene una personalidad rara, siempre él ha sabido observar bien a las personas y cómo actúan, casi premedita sus pasos o formas de actuar, pero con Giselle todo es diferente, la m*****a peli negra es una caja de sorpresas cada vez que trata con ella.

En cambio la chica no quiere conocer su cuerpo entero, no ve la necesidad de que eso suceda, desde ahí escucha los gritos de Rosse reprochándole lo santurrona que ha sido siempre. Aún habiendo teniendo tres hombres en su vida, le costó mucho abrirse a ellos, y no fue cuestión de días, en casi veinte años fueron esos tres.

Una carcajada fuerte llena los oídos de Giselle y mira con mala cara y de forma fuminante a un aparentemente divertido Matthias Hakam, el cuál camina hacia el closet y toma una camiseta suya y la lanza a la cama.

—Entraré al cuarto de baño a cambiarme, adelántate tú y espérame abajo —añade y tomando varias prendas de ropa va hacia el baño y cierra tras si.

En tanto el corazón de Giselle no deja de bombear con fuerza por todo lo que ha sucedido. Acabó conociendo al hombre que hará que cumplir su sueño profesional, para luego verse despierta en su cama solo en ropa interior.

Siempre ha detestado a las mujeres que solo abriéndose de piernas han llegado a la cima. Y si alguien se entera que ella está en la casa Matthias Hakam, Turner o como sea que se apellide, su reputación se va a ir por el caño. La van a tildar de ser el tipo que ella tanto ha odiado.

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