En un café abarrotado de personas, ella da un sorbo a su taza. Habitualmente va allí todas las mañanas a desayunar y disfruta en esos momentos, de la tranquilidad que el aroma a café puede emanar. Mira alrededor las inmensas y concurridas calles de San Francisco, sitio donde decidió establecerse hasta que su corazón al menos dejara de sangrar, hasta que pudiese valerse por si sola.
La muerte como enemigo común de todo ser humano, cuando toca a las puertas no hay nada que se pueda hacer o dar a cambio de vivir. La muerte solo entra sin más, sin precedentes, sin importar quién eres o qué fuiste. Irrumpe en planes, amor, felicidad, familias y juventud; simplemente llega a cobrar con intereses valiéndonos nada. Ella la ha tenido cerca tres veces y siente que cada vez que se aproxima rompe y agrieta todo la fortaleza que ha construido desde antes. Millares de preguntas llegan a tu mente cuando presencias la muerte tan cerca de ti, preguntas que por mucho que hagas seguirás sin encontrar respuesta, ni siquiera el tiempo las responde. Todos hablan de seguir adelante. Todos a su alrededor se lo intentan taladrar una y otra vez en la cabeza, sus padres, amigos, compañeros de trabajo, familia política y más en especial los psiquiatras, esos malditos e insufribles profesionales que solo se sientan a hablar de simpleza sobre algo que es lo más enrededao y duro de la vida. Y aún cuando dejaste atrás físicamente a esa persona que ya no está contigo, dejar atrás sus recuerdos y las cosas vividas juntos es lo más desgarrador que pueda haber. No, no es simple. Y es que aunque solo sean como ellos mismos dicen, cinco puñeteras fases de duelo, todo se va más allá al punto de siquiera llegar uno mismo a reconocer en cuál está. Es tanto lo que se acumula dentro cuando pierdes a alguien que apenas se puede respirar, es como un jodido parásito que se alimenta una y otra vez de tu dolor, te va consumiendo lentamente y para cuando te logras ver por ti mismo, sigues deseando morir de igual forma. Todo es muy difícil de decir, todos alrededor de uno con parlotear tienen la solución a tu problema, aún cuando nadie la entiende a ella. Esa fue la única y gran razón de peso que le hizo alejarse a otro estado, a millas de su vida habitual, de su casa donde pasó tanto tiempo junto a él. El sonido de la campanilla de la puerta de la cafetería le llama la atención y mira hacia allí. Unos ojos gélidos le devuelven la mirada y le hacen remover cosas dentro, podría quizás llamarle temor o incluso hasta nervios, al punto en que se encuentra su vida, ya a penas sabe ni que ropa usó ayer. Pero Giselle sí sabe algo, y es que percibe el odio que le tiene, el mismo lo ve aflotar en su interior, pues el único objetivo que tiene ese hombre de mirada fría es ponerla tras las rejas. Lo ve caminar hasta ella con todo su porte derrochando seguridad, tanta que ella por segundos escanea con su mirada cada facción de él. Luce tan varonil y masculino que percibe cómo acapara casi todas las miradas femeninas del café. —Señora West... —intenta saludar pero sus buenos modales los dejó como siempre en su casa en alguna gaveta de su closet—, ¿ahora por cuál apellido cree usted que debería llamarla? Su maldito atractivo se esfuma como humo en las narices de Giselle cada que abre su boca. El detective Isaiah es un moreno de cabellos negros y ojos del mismo color, pero sus perfilados rasgos masculinos es lo que lo hace tan singular ante cada persona del sexo opuesto. Ella blanquea los ojos sintiéndose inmune a sus encantos. Pues ese hombre se pasa el santo día jodiéndole la existencia y el que le tenga frente a frente demuestra porqué le aborrece tanto. —Espero detective que no se haya tomado la molestia de viajar en avión, sólo para pregutarme por cuál de mis apellidos de viuda querría que me llamase —habla dándole otro sorbo a su café manteniendo su compostura y luego poniéndolo sobre la mesa. La mujer de cabellos negros levanta la mano y en segundos la camarera joven a tiempo completo llega hasta ellos, pero su mirada está fija en el detective, literalmente se lo está comiendo con los ojos. Giselle se raspa la garganta para que le atendian y la chica ríe nerviosa al darse cuenta de lo obvia es. —Una taza de café para el señor, Patricia... —Que sea expreso por favor —le interrumpe el detective él mismo haciendo el pedido. La chica joven se marcha y Isaiah se toma el descaro de sentarse al ver que ella misma le abrió las puertas a una conversación. Al hacerlo, ve fijamente a la peli negra que observa con atención lo que sucede tras la gran ventana de cristal. —Intuí que serías de ese tipo de café, tan amargo como tú —añade con sorna Giselle ahora viéndole. —Mis intuiciones tampoco fallan para contigo... —señala Isaiah. La peli negra lleva sus ojos a su rostro y él condesciende el gesto desafiándola con la mirada. —¿Y cuáles serían sus intuiciones detective? Ambos han tenido varios encuentros para nada agradables. Ella no soporta el despotismo y sentido de juzgar a otros que él no se molesta en ocultar, solo por haberse graduado hace años en su m*****a y estúpida academia de "Análisis Conductual". ¿Se lo preguntan? Les responderé yo misma. Isaiah caza asesinos seriales por todo el continente de los Estados Unidos de América. Ha encarcelado a muchos y hace bastante nombró a Giselle como su próximo blanco. El pecho de la peli negra se aprieta al recordar el por qué tiene a este sujeto frente a ella. Y nuevamente siente la respiración dificultarsele. Recordarlos a ellos es recordar que tiene una herida sangrándole, una herida que cada vez se le hace más y más grande. Se remueve como reflejo ante lo que su celebro comienza a recordar. Y justo llega la chica con el pedido y se lo pone frente al detective. —Tú asesinaste a cada uno de ellos —afirma con simpleza sin molestarse en dar rodeos sobre el asunto. Giselle traga grueso y mentalmente se atornilla la máscara que desde que comenzaron esos sucesos usa ante la gente. Ríe como defensa evasiva a lo hiriente de sus palabras. —Esperaba algo nuevo de usted hoy detective Isaiah, pero ya veo que no trae consigo a su equipo para apresarme. Por tanto es una pena que siga usted intuyendo, mas no probando sus conjeturas absurdas... Ella lo ve entrabrir sus labios para contestar, pero se adelanta nuevamente. —¿Ya encontró algo que pueda de verdad culparme? ¿Como por ejemplo el arma homicida con mis huellas? Porque ya para este asesinato usted debería tener algo más que "intuiciones" —escupe haciendo las comillas imaginarias con los dedos en la última palabra. Le ve quedarse en silencio y apretar la mandíbula en su silla. —Eso pensaba detective. Pero es una pena que no tenga ganas de hablar sobre sus infundadas teorías en las que yo soy la asesina de mis difuntos esposos. Mejor vaya a hacer su trabajo porque creo que el gobierno le está pagando solo por asediarme cada tres segundos y no por el título que tanto ostenta —manifiesta nuevamente Giselle con tanta ironía que le detective aprieta su puño cerrado bajo la mesa. Odia tanto que ella sea así de sarcástica, odia que ella haya podido burlarse de la justicia y andar libre por las calles, aún cuando está más que claro que ella fue quien degolló a cada uno de sus tres maridos. La peli negra se pone de pie y toma su cartera. —¿En qué fase estás Giselle? Ella siente sus ojos empañarse pero se irgue ante él, no le dará el gusto ni a él ni a nadie de que la vean llorar. Se ve a sí misma como una mujer con demasiado carácter, con demasiadas murallas a su alrededor como para mostrarse frágil a los ojos de nada menos que el que quiere verla pudrirse tras las rejas. —Creo que usted mejor que yo sabe en cuál estoy, usted detective sabe mejor que yo todo de mí... La mirada de Isaiah la fulmina y su hastío va en aumento con cada conversación con ella. —Solo realizo mi trabajo —masculla al fin. —Pues bendito trabajo tiene detective, vigilar una mujer que no hace ni un mes le asesinaron el esposo, me asedia tanto al punto de tomar un avión solo para ver dónde se recuesta a llorar —las palabras de la viuda salen tan afildas de su boca que hace abrir asombrados los ojos del detective. Sin esperar algún otro comentario de parte del miembro del F.B.I, sale caminando fuera queriendo alejarse de todo al sentir que se ahoga en un mar tan profundo y oscuro que no puede más que aguantar bajo el agua si quiere sobrevivir. El detective Isaiah no la sigue, solo termina su café viendo a la despampante mujer dar zancadas hasta su auto fuera del local. No ha podido quitar sus ojos de ella ni por un segundo. A veces logra nublar su visión, pero su mirada angelical e inmaculada no le convencen y nunca lo harán. Él sabe que es ella, ella es la culpable, lleva años jugando y haciendo cosas a su antojo pero volverá a caer. De un momento a otro no demorará en encontrar a su próxima víctima y si la conoce tanto como cree, dentro de unos meses volverá a casarse. Ese es su maldito patrón. Dos meses. Sesenta días. Luego los asesina sin piedad alguna. Giselle llega hasta su propiedad en las afueras de San Francisco, es una mansión vacacional. Se escucha el crugir de las gomas contra el asfalto cuando frena el auto. Baja, se adentra a la casa y va directo hasta su habitación, más exactamente hasta el baño que la misma posee. Se deshace de todas sus prendas y modula el agua para después introducirse en la tina y dejarse dominar por todo lo que tiene dentro. Solo han pasado días de esa última muerte, aunque quizás digan que debe estar acostumbrada, el nudo en la garganta no merma, las sensaciones de pánico se incrementan y sus ojos supuran lágrimas llenas de dolor. A la muerte nadie se acostumbra, el ser humano tiene la capacidad de adaptarse al cambio, se adapta al frío, al calor, a vivir con más, a vivir con menos, mas no tiene el poder en sus manos de adaptarse a perder a alguien que ama. Los sollozos inundan la habitación de baño, sus barreras caen entre las cuatro paredes del sitio sintiéndose libre de sacar todo fuera, los jodidos recuerdos hacen mella en su interior y con los de él, se juntan los de los otros. Varios y extensos minutos pasan y sale envuelta en el albornoz, se viste con un simple pijama y baja a cenar. Luego sube hasta la cama y tras tomar sus pastillas ansiolíticas trata de dormir. Cada día tiene horribles pesadillas con sus muertes, con cada uno de los asesinatos, ya los mismas son como un tatuaje marcado en ella, el cuál quema por dentro cada vez que cierra los ojos y recuesta su cabeza. Ella sabe que no es la asesina, pero algo muy muy dentro la hacer sentirse culpable. Ella fue en cada una de las escenas del crimen, la única testigo. Pensarse ahí con ellos y no haber podido siquiera ayudarles la atormenta en sobremanera ya que los forenses dicen que fueron muertes lentas y tortuosas. El asesino sabía perfectamente donde y como cortar para que no murieran de inmediato cuando degolló sus cuellos. Cosa que demuestra que quería hacerles sufrir. Quizás una muerte pudo haber sido coincidencia, dos aún era pasable, pero una tercera vez deja mucho que pensar. Y todo gira endemoniadamente alrededor del matrimonio, entorno a una firma en un papel con ella. Todo se trata de Giselle. Tres años después El enjambrado aeropuerto de Miami la pone de los nervios y hace que nuevamente mire su reloj con impaciencia, para comprobar que solo le queda media hora antes de que comience la reunión con el cliente más importante que ha tenido desde que levantó su marca. Con solo treinta y seis años ya posee el suficiente dinero para no tener que trabajar en nada, una gran parte por heredarla de sus padres, otra debido a enviudar tres veces y la última gracias al trabajo en el que se desempeña desde joven. Dirige una compañía de diseño de ropa interior, siendo su marca actualmente una de las más reconocidas en el mundo. Sin made Woman es el nombre de la misma. La cual compite hombro a hombro con Victoria's Secret. El tintineo de su zapato sobre la acera fuera del aeropuerto enmarca su ansiedad al esperar a su chofer. Las impuntualidades en su horario no están permitidas y le jode llegar tarde a alguna junta o a algo que tenga que ver con el trabajo, pues su ética profesional está muy por encima de todo, eso más su eficiencia es lo que le ha llevado al éxito. Divisa un auto a toda velocidad que frena casi frenta a sus pies. Del mismo baja un hombre de casi cincuenta años, corre hasta su sitio y toma las maletas y las va guardando en el maletero. Giselle sube y espera que termine mirando cada segundo el minutero del reloj moverse. El chofer se incorpora en dos minutos y arranca el auto para salir hasta el destino previsto. Los bufidos y maldiciones que salen de los labios de la peli negra no se tardan en aparecer cuando el tráfico inminente le estanca el auto. Por meses había olvidado lo tediosas que eran las carreteras de Miami aún cuando esta es su ciudad natal. La mujer ve a su alrededor con frustración, hasta que visualiza a un sujeto envuelto completamente en ropa negra. Está sobre una moto y al parecer hablando por teléfono. ¿Quién no usa AirPods en plena vía y hasta conduciendo una moto? Las piernas embutidas en pantis salen fuera del auto. —¿A dónde va señorita? —inquiere el chofer de Giselle. —Hugo lleva mis cosas a la mansión, voy tarde a la reunión y no puedo seguir esperando. Ve a buscarme luego. Sin pensar en nada más que llegar a tiempo a la dichosa reunión, va caminando entre los autos hasta el sujeto de la moto. Los silbidos de otros conductores le vuelven a recordar lo que era vivir en ese estado y levanta su mentón sin hacerle caso a ninguno, hasta llegar al sujeto. El mencionado no ha reparado en ella pues ahora se centra en teclar sobre su celular, por tanto sigue con la mirada en su aparato móvil. Giselle con premura levanta su mano y toca con su dedo el antebrazo del sujeto que viste totalmente de negro. El hombre levanta la mirada pero siguiendo un recorrido lento por su dedo hasta que llega a su rostro. Y en él es todo lo que se puede apreciar también, sus ojazos verdes que impactan y eclipsan los suyos al mirarle. —Necesito llegar a este sitio... —muestro el iPhone con la dirección en el GPS—. ¿Podrías llevarme? Trata de usar un lenguaje informal, la mayoría de los que usan motos son chicos casuales que no visten del modalismo al que ella está acostumbrada. Le ve arrugar el entrecejo con cara de no entenderle. Señala entonces el tráfico, la moto y luego la dirección ya enmarcada en su móvil pues al parecer no habla inglés. La mirada intensa en ella le hace recorrer nervios por todo el cuerpo aún cuando siquiera puede ver el resto de su cara a excepción de sus ojos. —¿Tengo pinta de taxista? —pregunta con total pesadez dejando a Giselle anonadada, pero al instante recupera la compostura. —Te pagaré lo que sea, solo necesito un aventón. Su fornido cuerpo bajo las ropas negras de cuero se inclina hacia ella quedando casi a centímetros de su rostro. —¿Estás segura? Soy un completo extraño, podría ser un asesino serial y te estarías ofreciendo a... —Aquí la muerte soy yo, así que el que debería asustarse de algo eres tú no yo —le interrumpe su palabrería estúpida y nota que él amplía los ojos al oírla refutar. Ríe a con sorna el sujeto después. —Súbase señorita alias Muerte, aunque con esos tacones y falda... Giselle apurada pone un pie sobre el estribo de la moto y en segundos está motada tras él. Su aroma le llega a su olfato y para su sopresa, huele a perfume caro. Obviando eso y las obsenidades que le gritan otros hombres que están en autos cerca de ellos, el sujeto arranca la moto que retumba su cuerpo con solo un ronroneo, hasta que salen disparados. El aire le impacta en el rostro y la adrenalina le corre las venas debido a la velocidad, sus ojos se cristalizan debido a recuerdos antiguos, pero trata de evadirlo. Pasan el atorado tráfico en segundos y en menos de diez minutos frena frente a la compañía. Ella se baja y cuando va a abrir su bolso para darle dinero, el hombre arranca nuevamente la moto y se pierde entre las cuadras. Alisa su cabello terriblemente lacio y pone en su lugar la falda de tubo que se había subido un tanto. Luego bufa torciendo los ojos al pensar en el sujeto de la moto y camina por las grandes escaleras de la entrada principal de la compañía. Todos le saludan a su paso dejando a un lado lo que hacen y poniéndose de pie al verle. La dueña sigue directo hacia su despacho sonriendo al mirar de nuevo a todo su equipo. Al llegar a su espacio personal las miradas siguen en ella a través del cristal, debido a que hace tres años no pone un pie sobre este sitio, ya que pasó el luto lejos, trabajando desde casa siendo todo un revuelo. Jazmine su secretaria de confianza fue quién llevó todo en su ausencia. El reloj marca casi las nueve, faltando solo dos minutos, por tanto ella deja su bolso y cosas en su despacho llevando solo el portafolio hasta la sala de reuniones donde esperará a el cliente. El mismo debería llegar en cualquier momento. La gran mesa se abre paso en su visión y Giselle va directo a la cabeza de la misma, coloca sus cosas personales en el lugar adecuando milimétricamente en la mesa. Vuelve a tintinear sus pies sobre el suelo viendo que los dos minutos faltantes pasan y no llega nadie. Bufa hastiada por la tardanza, aún cuando tuvo que montarse en una moto luego de años, solo para llegar a tiempo. Y cuando camina para salir fuera frustrada por la tardanza de varios minutos, le ve. Giselle entreabre la boca debido a lo que captan sus ojos. Esos intensos y ojazos verdes, los mismos del sujeto que hace minutos conoció y que insinuó ser un asesino. La diferencia es que ahora sí le ve todo el rostro, y la otra gran diferencia es que trae un traje a medida y de diseñador. Viene junto a otros dos hombres. Se le hace un nudo en la garganta a la peli negra diseñadora de lencería, presintiendo lo peor cuando de lejos y notándolo caminar hacia su dirección, el sujeto endemoniadamente atractivo le tuerce una maquiavélica sonrisa. ¿Él es el cliente? Se pregunta internamente.Todo el contacto visual se hace mientras él camina guiado por la secretaria a la sala de reuniones, la cual abre las puertas de cristal de la misma y eso no impide que él frene su andar, si no que sigue dando pasos hasta llegar frente a frente a Giselle.La peli negra siente sus piernas flaquear al tenerlo tan cerca, tan grande que le saca al menos tres cabezas de alto a la vez que sus ojos se clavan sin discreción en los suyos como analizándole cada poro del rostro, cosa que hace que sensaciones extrañas la recorran.El ahora trajeado cliente se mantiene impasible esperando que ella haga alguna acción que no sea sentirse cada vez más diminuta en su presencia sin embargo, la mirada no la baja en ningún momento, ella le mantiene el contacto visual que interrumpe ahora solo para mirar a sus espaldas a dos sujetos que le acompañan.Estos últimos a diferencia de él sí le sonríen con formalidad y le tienden sus manos saliendo de la espalda del cliente.—Un gusto señorita Evans, soy Wilson
El sonido de la música hace eco por todo el sitio y ella no puede más que sentirse fuera de lugar y las ganas de girar su espalda de vuelta a la mansión se asoman. La oscuridad aturde su sistema nervioso hasta pasar la entrada y dar con el gran salón lleno de personas bailando. El humo se esparse por todo el sitio junto a el olor a tabaco caro y a alcohol.Sus tímpanos le vibran debido a los decibeles del sonido a todo volumen. Se dirige directo al bar del primer piso, si tendrá que soportar estar ahí necesita beber algo. Se sienta en una de las banquetas y le pide al bartender una margarita. Gira su rostro hasta la gran pista de baile buscando entre los presentes caras conocidas, ve gran parte de su equipo bailando y disfrutando de la noche.Le ponen el trago en la repisa y ella lo toma dándole un largo sorbo que engulle y hace arder su garganta debido a los niveles de alcohol que debe tener. Vuelve a enfocar su vista en el cúmulo de personas y repasa lentamente y bebiendo su copa
GisellePaso saliva recopilando en mi mente todo lo que acaba de pasarme en las últimas horas. Ni siquiera sé cómo diablos llegué aquí, es que no tengo idea de dónde estoy ahora mismo. Me asomo mirando la preciosa ciudad desde el inmenso ventanal de cristal. Paso la camisa suya por mi cuerpo y su aroma a lavanda y limón aún cuando sé que esta ropa está limpia, me envuelve. Mi pulso se acelera con solo estar así, aunque de por mí no creí volver a estar en una situación tan comprometedora con un hombre, debo admitir que la vida a veces jode bastante cuando se encapricha con hacerte vivir situaciones así. A mi mente viene el recuerdo de Harry, no sé por qué en una situación así lo pienso. Simplemente lo hago y con su imagen en mi cabeza abro la puerta de la recámara, tratando por todos los medios de que la camiseta que me dio me llegue más abajo, al menos a mitad de los muslos.Aunque me queda realmente gigante, no me siento cómoda con nada de esto. Una mujer de unos cincuenta y algo m
Giselle Tres días.Tres malditos días en que solo puedo nomás que estrujar hojas garabateadas. No hago nada más que sentarme en mi estudio, en mi pequeño espacio donde los recuerdos no llegan, donde solo somos yo, papel y carboncillos. Sin embargo no me concentro. No puedo hacerlo porque mi mente está en otro cito. Llegan una y otra vez las horribles posibilidades de fallar con este contrato. Sin diseños no hay acuerdo. El nivel de presión en mí es demasiado grande y junto a él van acompañados unos enigmáticos ojos verdes. Trago grueso mientras exclamo una exhalación y maldigo al hacer una bola de papel el boceto que tengo ante mí. Me recuesto atrás al espaldar de la butaca dejando caer mi cabeza. Llevo tres años sin verme frente a un papel y lo más malo no es el tiempo que pases lejos de el, sino la falta de inspiración.Mi iPhone suena con una notificación y lo tomo en mis manos. «Cinco días. Ciento veinte horas exactas para tenerte frente a mí» Mi pecho se aprieta con la sen
El miembro le palpita en sus pantalones de sport. Siente la sangre fluirle y el pulso a millón en su cuello. La frustración arrolla todo su cuerpo al verla marcharse. A penas y pudo apreciarla por cinco minutos y huyo despavorida como alma que lleva el diablo. Matthias lleva su mano a su bulto que ahora casi duele y sabe que su mano no le dará el consuelo que necesita.No la escuchó entrar, tampoco pensó que en solo tres días estaría hecha la prenda.—Maldita peli negra —masculla yendo hasta su cuarto de baño. Tira su celular sobre la cama y se quita las zapatillas. Creo que una ducha bien fría ayudaría, piensa él. Modula el agua y cuando está en el punto más bajo se mete en ella poniendo las manos sobre la pared dejando que caigan los chorros sobre su nuca. Lleva tres jodidos días en que no puede sacársela de su cabeza. Desde que palpó su piel y la tuvo tan cerca de su miembro, ella aparece en su mente cuando cierra los ojos. Cosa que le ha llevado a contar las horas exactas que
Giselle Se escuchan absurdas sus palabras. Es una locura lo que acaba de sugerir y no puedo entender si es una broma o no, la verdad es que luce totalmente normal.—¿Estás tomándome el pelo verdad? —inquiero comenzando a reír.Al menos mis nervios están calmados por el momento. Arruga su entrecejo mientras me mira de forma escueta.—Tú quieres que tú madero de tormento acabe —dice y sí me gustaría poder caminar sin sentirme tan acechada.—¿Qué ganarías tú con eso? Es totalmente absurdo lo pides —increpo esperando la estruendosa carcajada que sea señal de que es todo una broma.—Joder a mi padre, eso es lo que ganaría —responde como si fuese algo totalmente obvio.Elevo una ceja de forma analítica.—¿Cómo sé que no eres tú el asesino serial? —pregunto aunque sé que no es él.—Tendrás que darme el beneficio de la duda peli negra —sisea y se irgue poniendo un poco de distancia entre ambos.Su forma de llamarme hace que un burbujeo me invada de pronto.—¿Por qué quieres joder a tu padre
La mirada recriminatoria que ve a Matthias sí que le causa un poco de ansiedad. No había nunca pasado por algo semejante en su vida, sí, es un hombre, sí, él ya ha tenido y tiene sexo a diestra y siniestra como todos los especímenes de su clase, sin embargo que su madre presencie el acto ya es otro asunto.Krista Hakam. Esposa del gobernador de Dubái, de Emiratos Árabes Unidos. Mientras el hijo y la madre se quedan guerreando con la mirada, Giselle no puede estar más que nerviosa. La ansiedad es apremiante y el que la incertidumbre se apodere de ella, se podría decir que no es un punto a su favor, jamás contó con otra presencia en la estancia.Solo puede apreciar la espalda de Matthias tensarse y un silencio infernal y espeso cernirse sobre ellos.—Madre... —murmura en voz baja el árabe.Giselle ahora sí cree que le dará un paro cardíaco. No concibe que esto haya podido suceder. ¿Desde cuándo ella es ese tipo de mujer?, se reprocha de forma interna tratando vagamente de cubrirse los
Giselle No sé cómo logré articular esa pregunta. Solo me deje llevar por mis más primitivos instintos y ahora me estoy muriendo de la vergüenza. Noto sus ojos penetrantes en mi rostro, debatiéndose, cavilando, pensando en lo que dije. —Sí —expresa en sus tan típicos monosílabos.—Espérame aquí, voy a cambiarme —balbuceo en ápice de voz.Lo veo asentir y salgo escaleras arriba hasta mi habitación, luego de tomar la bolsa con la otra prenda diseñada.La pongo sobre mi cuerpo con cuidado, aunque casi siento mis manos temblar. No sé cómo puñetas me he llenado de valor para hacer algo así, solo sé que estoy decidida a no luchar contra la corriente.Rehuyo de mi mente los rostros que aparecen al instante, hoy no quiero pensar en ellos. Hoy solo deseo pensar en mí, en complacerme.Tras ponerme las medias pantis que hacen juego con la pequeña braguita tipo hilo, me miro en el espejo. Sonrío con satisfacción al ver mi reflejo y con decisión bajo los peldaños, notando mi corazón cada vez cab