Capítulo 1

En un café abarrotado de personas, ella da un sorbo a su taza. Habitualmente va allí todas las mañanas a desayunar y disfruta en esos momentos, de la tranquilidad que el aroma a café puede emanar. Mira alrededor las inmensas y concurridas calles de San Francisco, sitio donde decidió establecerse hasta que su corazón al menos dejara de sangrar, hasta que pudiese valerse por si sola.

La muerte como enemigo común de todo ser humano, cuando toca a las puertas no hay nada que se pueda hacer o dar a cambio de vivir. La muerte solo entra sin más, sin precedentes, sin importar quién eres o qué fuiste. Irrumpe en planes, amor, felicidad, familias y juventud; simplemente llega a cobrar con intereses valiéndonos nada.

Ella la ha tenido cerca tres veces y siente que cada vez que se aproxima rompe y agrieta todo la fortaleza que ha construido desde antes. Millares de preguntas llegan a tu mente cuando presencias la muerte tan cerca de ti, preguntas que por mucho que hagas seguirás sin encontrar respuesta, ni siquiera el tiempo las responde.

Todos hablan de seguir adelante. Todos a su alrededor se lo intentan taladrar una y otra vez en la cabeza, sus padres, amigos, compañeros de trabajo, familia política y más en especial los psiquiatras, esos malditos e insufribles profesionales que solo se sientan a hablar de simpleza sobre algo que es lo más enrededao y duro de la vida. Y aún cuando dejaste atrás físicamente a esa persona que ya no está contigo, dejar atrás sus recuerdos y las cosas vividas juntos es lo más desgarrador que pueda haber.

No, no es simple.

Y es que aunque solo sean como ellos mismos dicen, cinco puñeteras fases de duelo, todo se va más allá al punto de siquiera llegar uno mismo a reconocer en cuál está. Es tanto lo que se acumula dentro cuando pierdes a alguien que apenas se puede respirar, es como un jodido parásito que se alimenta una y otra vez de tu dolor, te va consumiendo lentamente y para cuando te logras ver por ti mismo, sigues deseando morir de igual forma.

Todo es muy difícil de decir, todos alrededor de uno con parlotear tienen la solución a tu problema, aún cuando nadie la entiende a ella. Esa fue la única y gran razón de peso que le hizo alejarse a otro estado, a millas de su vida habitual, de su casa donde pasó tanto tiempo junto a él.

El sonido de la campanilla de la puerta de la cafetería le llama la atención y mira hacia allí. Unos ojos gélidos le devuelven la mirada y le hacen remover cosas dentro, podría quizás llamarle temor o incluso hasta nervios, al punto en que se encuentra su vida, ya a penas sabe ni que ropa usó ayer.

Pero Giselle sí sabe algo, y es que percibe el odio que le tiene, el mismo lo ve aflotar en su interior, pues el único objetivo que tiene ese hombre de mirada fría es ponerla tras las rejas. Lo ve caminar hasta ella con todo su porte derrochando seguridad, tanta que ella por segundos escanea con su mirada cada facción de él. Luce tan varonil y masculino que percibe cómo acapara casi todas las miradas femeninas del café.

—Señora West... —intenta saludar pero sus buenos modales los dejó como siempre en su casa en alguna gaveta de su closet—, ¿ahora por cuál apellido cree usted que debería llamarla?

Su maldito atractivo se esfuma como humo en las narices de Giselle cada que abre su boca. El detective Isaiah es un moreno de cabellos negros y ojos del mismo color, pero sus perfilados rasgos masculinos es lo que lo hace tan singular ante cada persona del sexo opuesto.

Ella blanquea los ojos sintiéndose inmune a sus encantos. Pues ese hombre se pasa el santo día jodiéndole la existencia y el que le tenga frente a frente demuestra porqué le aborrece tanto.

—Espero detective que no se haya tomado la molestia de viajar en avión, sólo para pregutarme por cuál de mis apellidos de viuda querría que me llamase —habla dándole otro sorbo a su café manteniendo su compostura y luego poniéndolo sobre la mesa.

La mujer de cabellos negros levanta la mano y en segundos la camarera joven a tiempo completo llega hasta ellos, pero su mirada está fija en el detective, literalmente se lo está comiendo con los ojos. Giselle se raspa la garganta para que le atendian y la chica ríe nerviosa al darse cuenta de lo obvia es.

—Una taza de café para el señor, Patricia...

—Que sea expreso por favor —le interrumpe el detective él mismo haciendo el pedido.

La chica joven se marcha y Isaiah se toma el descaro de sentarse al ver que ella misma le abrió las puertas a una conversación. Al hacerlo, ve fijamente a la peli negra que observa con atención lo que sucede tras la gran ventana de cristal.

—Intuí que serías de ese tipo de café, tan amargo como tú —añade con sorna Giselle ahora viéndole.

—Mis intuiciones tampoco fallan para contigo... —señala Isaiah.

La peli negra lleva sus ojos a su rostro y él condesciende el gesto desafiándola con la mirada.

—¿Y cuáles serían sus intuiciones detective?

Ambos han tenido varios encuentros para nada agradables. Ella no soporta el despotismo y sentido de juzgar a otros que él no se molesta en ocultar, solo por haberse graduado hace años en su m*****a y estúpida academia de "Análisis Conductual".

¿Se lo preguntan?

Les responderé yo misma.

Isaiah caza asesinos seriales por todo el continente de los Estados Unidos de América. Ha encarcelado a muchos y hace bastante nombró a Giselle como su próximo blanco.

El pecho de la peli negra se aprieta al recordar el por qué tiene a este sujeto frente a ella. Y nuevamente siente la respiración dificultarsele. Recordarlos a ellos es recordar que tiene una herida sangrándole, una herida que cada vez se le hace más y más grande.

Se remueve como reflejo ante lo que su celebro comienza a recordar. Y justo llega la chica con el pedido y se lo pone frente al detective.

—Tú asesinaste a cada uno de ellos —afirma con simpleza sin molestarse en dar rodeos sobre el asunto.

Giselle traga grueso y mentalmente se atornilla la máscara que desde que comenzaron esos sucesos usa ante la gente. Ríe como defensa evasiva a lo hiriente de sus palabras.

—Esperaba algo nuevo de usted hoy detective Isaiah, pero ya veo que no trae consigo a su equipo para apresarme. Por tanto es una pena que siga usted intuyendo, mas no probando sus conjeturas absurdas...

Ella lo ve entrabrir sus labios para contestar, pero se adelanta nuevamente.

—¿Ya encontró algo que pueda de verdad culparme? ¿Como por ejemplo el arma homicida con mis huellas? Porque ya para este asesinato usted debería tener algo más que "intuiciones" —escupe haciendo las comillas imaginarias con los dedos en la última palabra.

Le ve quedarse en silencio y apretar la mandíbula en su silla.

—Eso pensaba detective. Pero es una pena que no tenga ganas de hablar sobre sus infundadas teorías en las que yo soy la asesina de mis difuntos esposos. Mejor vaya a hacer su trabajo porque creo que el gobierno le está pagando solo por asediarme cada tres segundos y no por el título que tanto ostenta —manifiesta nuevamente Giselle con tanta ironía que le detective aprieta su puño cerrado bajo la mesa.

Odia tanto que ella sea así de sarcástica, odia que ella haya podido burlarse de la justicia y andar libre por las calles, aún cuando está más que claro que ella fue quien degolló a cada uno de sus tres maridos.

La peli negra se pone de pie y toma su cartera.

—¿En qué fase estás Giselle?

Ella siente sus ojos empañarse pero se irgue ante él, no le dará el gusto ni a él ni a nadie de que la vean llorar. Se ve a sí misma como una mujer con demasiado carácter, con demasiadas murallas a su alrededor como para mostrarse frágil a los ojos de nada menos que el que quiere verla pudrirse tras las rejas.

—Creo que usted mejor que yo sabe en cuál estoy, usted detective sabe mejor que yo todo de mí...

La mirada de Isaiah la fulmina y su hastío va en aumento con cada conversación con ella.

—Solo realizo mi trabajo —masculla al fin.

—Pues bendito trabajo tiene detective, vigilar una mujer que no hace ni un mes le asesinaron el esposo, me asedia tanto al punto de tomar un avión solo para ver dónde se recuesta a llorar —las palabras de la viuda salen tan afildas de su boca que hace abrir asombrados los ojos del detective.

Sin esperar algún otro comentario de parte del miembro del F.B.I, sale caminando fuera queriendo alejarse de todo al sentir que se ahoga en un mar tan profundo y oscuro que no puede más que aguantar bajo el agua si quiere sobrevivir.

El detective Isaiah no la sigue, solo termina su café viendo a la despampante mujer dar zancadas hasta su auto fuera del local. No ha podido quitar sus ojos de ella ni por un segundo. A veces logra nublar su visión, pero su mirada angelical e inmaculada no le convencen y nunca lo harán. Él sabe que es ella, ella es la culpable, lleva años jugando y haciendo cosas a su antojo pero volverá a caer.

De un momento a otro no demorará en encontrar a su próxima víctima y si la conoce tanto como cree, dentro de unos meses volverá a casarse. Ese es su maldito patrón.

Dos meses.

Sesenta días.

Luego los asesina sin piedad alguna.

Giselle llega hasta su propiedad en las afueras de San Francisco, es una mansión vacacional. Se escucha el crugir de las gomas contra el asfalto cuando frena el auto. Baja, se adentra a la casa y va directo hasta su habitación, más exactamente hasta el baño que la misma posee.

Se deshace de todas sus prendas y modula el agua para después introducirse en la tina y dejarse dominar por todo lo que tiene dentro. Solo han pasado días de esa última muerte, aunque quizás digan que debe estar acostumbrada, el nudo en la garganta no merma, las sensaciones de pánico se incrementan y sus ojos supuran lágrimas llenas de dolor.

A la muerte nadie se acostumbra, el ser humano tiene la capacidad de adaptarse al cambio, se adapta al frío, al calor, a vivir con más, a vivir con menos, mas no tiene el poder en sus manos de adaptarse a perder a alguien que ama.

Los sollozos inundan la habitación de baño, sus barreras caen entre las cuatro paredes del sitio sintiéndose libre de sacar todo fuera, los jodidos recuerdos hacen mella en su interior y con los de él, se juntan los de los otros.

Varios y extensos minutos pasan y sale envuelta en el albornoz, se viste con un simple pijama y baja a cenar. Luego sube hasta la cama y tras tomar sus pastillas ansiolíticas trata de dormir. Cada día tiene horribles pesadillas con sus muertes, con cada uno de los asesinatos, ya los mismas son como un tatuaje marcado en ella, el cuál quema por dentro cada vez que cierra los ojos y recuesta su cabeza.

Ella sabe que no es la asesina, pero algo muy muy dentro la hacer sentirse culpable. Ella fue en cada una de las escenas del crimen, la única testigo. Pensarse ahí con ellos y no haber podido siquiera ayudarles la atormenta en sobremanera ya que los forenses dicen que fueron muertes lentas y tortuosas. El asesino sabía perfectamente donde y como cortar para que no murieran de inmediato cuando degolló sus cuellos. Cosa que demuestra que quería hacerles sufrir. Quizás una muerte pudo haber sido coincidencia, dos aún era pasable, pero una tercera vez deja mucho que pensar.

Y todo gira endemoniadamente alrededor del matrimonio, entorno a una firma en un papel con ella. Todo se trata de Giselle.

Tres años después

El enjambrado aeropuerto de Miami la pone de los nervios y hace que nuevamente mire su reloj con impaciencia, para comprobar que solo le queda media hora antes de que comience la reunión con el cliente más importante que ha tenido desde que levantó su marca.

Con solo treinta y seis años ya posee el suficiente dinero para no tener que trabajar en nada, una gran parte por heredarla de sus padres, otra debido a enviudar tres veces y la última gracias al trabajo en el que se desempeña desde joven. Dirige una compañía de diseño de ropa interior, siendo su marca actualmente una de las más reconocidas en el mundo. Sin made Woman es el nombre de la misma. La cual compite hombro a hombro con Victoria's Secret.

El tintineo de su zapato sobre la acera fuera del aeropuerto enmarca su ansiedad al esperar a su chofer. Las impuntualidades en su horario no están permitidas y le jode llegar tarde a alguna junta o a algo que tenga que ver con el trabajo, pues su ética profesional está muy por encima de todo, eso más su eficiencia es lo que le ha llevado al éxito.

Divisa un auto a toda velocidad que frena casi frenta a sus pies. Del mismo baja un hombre de casi cincuenta años, corre hasta su sitio y toma las maletas y las va guardando en el maletero. Giselle sube y espera que termine mirando cada segundo el minutero del reloj moverse. El chofer se incorpora en dos minutos y arranca el auto para salir hasta el destino previsto.

Los bufidos y maldiciones que salen de los labios de la peli negra no se tardan en aparecer cuando el tráfico inminente le estanca el auto. Por meses había olvidado lo tediosas que eran las carreteras de Miami aún cuando esta es su ciudad natal.

La mujer ve a su alrededor con frustración, hasta que visualiza a un sujeto envuelto completamente en ropa negra. Está sobre una moto y al parecer hablando por teléfono. ¿Quién no usa AirPods en plena vía y hasta conduciendo una moto?

Las piernas embutidas en pantis salen fuera del auto.

—¿A dónde va señorita? —inquiere el chofer de Giselle.

—Hugo lleva mis cosas a la mansión, voy tarde a la reunión y no puedo seguir esperando. Ve a buscarme luego.

Sin pensar en nada más que llegar a tiempo a la dichosa reunión, va caminando entre los autos hasta el sujeto de la moto. Los silbidos de otros conductores le vuelven a recordar lo que era vivir en ese estado y levanta su mentón sin hacerle caso a ninguno, hasta llegar al sujeto.

El mencionado no ha reparado en ella pues ahora se centra en teclar sobre su celular, por tanto sigue con la mirada en su aparato móvil. Giselle con premura levanta su mano y toca con su dedo el antebrazo del sujeto que viste totalmente de negro.

El hombre levanta la mirada pero siguiendo un recorrido lento por su dedo hasta que llega a su rostro. Y en él es todo lo que se puede apreciar también, sus ojazos verdes que impactan y eclipsan los suyos al mirarle.

—Necesito llegar a este sitio... —muestro el iPhone con la dirección en el GPS—. ¿Podrías llevarme?

Trata de usar un lenguaje informal, la mayoría de los que usan motos son chicos casuales que no visten del modalismo al que ella está acostumbrada. Le ve arrugar el entrecejo con cara de no entenderle. Señala entonces el tráfico, la moto y luego la dirección ya enmarcada en su móvil pues al parecer no habla inglés.

La mirada intensa en ella le hace recorrer nervios por todo el cuerpo aún cuando siquiera puede ver el resto de su cara a excepción de sus ojos.

—¿Tengo pinta de taxista? —pregunta con total pesadez dejando a Giselle anonadada, pero al instante recupera la compostura.

—Te pagaré lo que sea, solo necesito un aventón.

Su fornido cuerpo bajo las ropas negras de cuero se inclina hacia ella quedando casi a centímetros de su rostro.

—¿Estás segura? Soy un completo extraño, podría ser un asesino serial y te estarías ofreciendo a...

—Aquí la muerte soy yo, así que el que debería asustarse de algo eres tú no yo —le interrumpe su palabrería estúpida y nota que él amplía los ojos al oírla refutar.

Ríe a con sorna el sujeto después.

—Súbase señorita alias Muerte, aunque con esos tacones y falda...

Giselle apurada pone un pie sobre el estribo de la moto y en segundos está motada tras él. Su aroma le llega a su olfato y para su sopresa, huele a perfume caro. Obviando eso y las obsenidades que le gritan otros hombres que están en autos cerca de ellos, el sujeto arranca la moto que retumba su cuerpo con solo un ronroneo, hasta que salen disparados.

El aire le impacta en el rostro y la adrenalina le corre las venas debido a la velocidad, sus ojos se cristalizan debido a recuerdos antiguos, pero trata de evadirlo. Pasan el atorado tráfico en segundos y en menos de diez minutos frena frente a la compañía. Ella se baja y cuando va a abrir su bolso para darle dinero, el hombre arranca nuevamente la moto y se pierde entre las cuadras. Alisa su cabello terriblemente lacio y pone en su lugar la falda de tubo que se había subido un tanto.

Luego bufa torciendo los ojos al pensar en el sujeto de la moto y camina por las grandes escaleras de la entrada principal de la compañía. Todos le saludan a su paso dejando a un lado lo que hacen y poniéndose de pie al verle. La dueña sigue directo hacia su despacho sonriendo al mirar de nuevo a todo su equipo.

Al llegar a su espacio personal las miradas siguen en ella a través del cristal, debido a que hace tres años no pone un pie sobre este sitio, ya que pasó el luto lejos, trabajando desde casa siendo todo un revuelo. Jazmine su secretaria de confianza fue quién llevó todo en su ausencia.

El reloj marca casi las nueve, faltando solo dos minutos, por tanto ella deja su bolso y cosas en su despacho llevando solo el portafolio hasta la sala de reuniones donde esperará a el cliente. El mismo debería llegar en cualquier momento.

La gran mesa se abre paso en su visión y Giselle va directo a la cabeza de la misma, coloca sus cosas personales en el lugar adecuando milimétricamente en la mesa. Vuelve a tintinear sus pies sobre el suelo viendo que los dos minutos faltantes pasan y no llega nadie.

Bufa hastiada por la tardanza, aún cuando tuvo que montarse en una moto luego de años, solo para llegar a tiempo. Y cuando camina para salir fuera frustrada por la tardanza de varios minutos, le ve.

Giselle entreabre la boca debido a lo que captan sus ojos. Esos intensos y ojazos verdes, los mismos del sujeto que hace minutos conoció y que insinuó ser un asesino. La diferencia es que ahora sí le ve todo el rostro, y la otra gran diferencia es que trae un traje a medida y de diseñador. Viene junto a otros dos hombres.

Se le hace un nudo en la garganta a la peli negra diseñadora de lencería, presintiendo lo peor cuando de lejos y notándolo caminar hacia su dirección, el sujeto endemoniadamente atractivo le tuerce una maquiavélica sonrisa.

¿Él es el cliente?

Se pregunta internamente.

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