A veces, el silencio grita más fuerte que cualquier explosión.Lo sentí en el aire, justo antes de que todo se desmoronara. Esa sensación pegajosa de que algo no encaja. Como si el mundo estuviera conteniendo el aliento, esperando el golpe.Eran las 08:37 de la mañana cuando entré a la embajada. El sol del desierto pegaba fuerte contra los ventanales y el café que sostenía en mi mano ya estaba casi frío. Mis tacones resonaban en el mármol del pasillo, y todo parecía… normal. Demasiado normal.—¿Otra vez tarde, Elena? —dijo Samira con una sonrisa cómplice desde su escritorio.—¿Tarde? ¿Oportuna para evitar a Mark y su sermón matutino? —respondí, con una ceja levantada.Ella rió, y me guiñó el ojo. Su risa fue lo último cálido que recordaría ese día.Mi oficina estaba igual de fría que mi café. Me senté frente al monitor, revisando los informes de rutina. Archivos, patrones de comunicación, análisis de posibles amenazas... nada nuevo. Y sin embargo, había algo. Algo que no lograba defin
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