2

El miedo no tiene sabor. No huele, no duele. Pero se instala en el pecho como un huésped indeseado que no piensa irse. No pienso cederle espacio. No a él. No ahora.

La puerta metálica se cierra tras Damián Kane y mi cuerpo se tensa como si fuera cuerda de arco. Cada músculo recuerda lo que él me hizo. Cada pensamiento se activa con una rabia que grita venganza. Pero no grito. No me muevo. Solo lo miro.

Él camina con esa seguridad endiablada, esa arrogancia que siempre usó como escudo. Las sombras del cuarto lo abrazan, lo visten mejor que cualquier traje. Y en su mirada… no hay burla. Ni culpa. Solo esa maldita calma de asesino profesional que siempre me irritó.

—¿Tú? —mi voz suena como un latigazo.

—Yo —responde con esa maldita sonrisa ladeada que tanto odié. Y que, en alguna versión más joven y estúpida de mí, una vez me atrajo.

Marruecos. 2017. La misión tenía un objetivo claro: extraer a un activo doble antes de que los rusos lo hicieran desaparecer. Damián y yo éramos parte del mismo equipo. O eso creía. Hasta que el muy bastardo se llevó la información, dejó atrás a nuestros hombres… y a mí. La embajada tuvo que negociar durante tres días para sacarme viva. Cuando volví, Damián había desaparecido. Lo tacharon de traidor. Yo lo taché de malnacido.

Y ahora está aquí. Cerrando la puerta de mi celda desde dentro como si fuera el dueño del lugar. Como si no lo odiara con cada célula de mi cuerpo.

—No tengo tiempo para tus rencores, Elena —dice, acercándose.

Retrocedo un paso, instintivo. Y me odio por eso.

—No tengo tiempo para tus juegos, Kane —escarbo su apellido como si fuera veneno. Ojalá lo fuera.

Él se detiene, sus ojos escaneándome. No con lujuria. No con desprecio. Con estrategia. Como si estuviera calculando mi valor. El mismo maldito hombre que me dejó pudriéndome en una celda del norte de África ahora se atreve a mirarme como si necesitara algo de mí.

—No estoy con ellos —dice, sin adornos. Sin titubeos.

—¿Y eso qué significa? ¿Que eres un secuestrador independiente? Qué creativo. —Mi sarcasmo es un escudo viejo, pero afilado.

—Estoy infiltrado. Y estás en peligro. Más del que imaginas.

—¿Y tú eres mi salvador ahora? —me río. Es un sonido seco, hueco. —¿Qué sigue? ¿Me prometes que esta vez no me vas a abandonar?

Por un segundo, sus ojos vacilan. Una fracción de segundo. Pero lo suficiente para que lo vea. El recuerdo. La culpa. O algo que se le parece.

—No estás aquí por accidente —me dice, cruzando los brazos. —Te quieren por algo. Información. Accesos. Y si no colaboras, van a sacar eso de ti… a la antigua.

La celda se enfría. De pronto, cada sombra es más oscura. Cada grieta en la pared parece un susurro. Y yo… yo empiezo a procesar que no estoy en una simple operación de secuestro. Estoy en medio de un tablero en el que no sé qué pieza soy.

—¿Y tú qué haces aquí? ¿De verdad esperas que crea que jugaste a ser el traidor por años solo para terminar aquí conmigo? —mi voz tiembla un poco. Apenas. Pero lo suficiente para que él lo note.

—No espero que creas nada —dice, acercándose un paso. Demasiado cerca. —Pero si quieres sobrevivir, vas a tener que trabajar conmigo. Aunque me odies.

—Eso está asegurado.

Silencio. Un silencio espeso que corta la respiración. Su mirada se queda en mí. No me toca. No se mueve. Pero puedo sentirlo. Ese calor maldito que siempre emanó. Ese magnetismo que me hizo bajar la guardia en Marruecos. Ese error.

Damián se inclina apenas, con los ojos fijos en los míos.

—No soy tu enemigo, Elena.

—¿Y qué eres, entonces?

—Un demonio con información —susurra. —Y tú eres mi única salida.

Una parte de mí quiere gritarle. Escupirle todo el odio acumulado. Golpearlo con las manos, con las palabras. Pero otra… otra escucha esa voz. Esa voz baja, cruda, con algo parecido a miedo.

Damián Kane no teme a nadie. Y sin embargo, en sus ojos hay una advertencia. Como si supiera lo que viene. Como si ya lo hubiera visto.

Se gira. Mira la cerradura. Saca algo de su cinturón. Un dispositivo pequeño, redondo. Un pulso. Y la puerta… se abre.

No entiendo cómo. No entiendo qué.

—Vamos —ordena. —No tenemos mucho tiempo.

—¿A dónde?

—A donde no te maten esta noche —me lanza una mirada sobre el hombro. —Después podemos seguir odiándonos.

Dudo. ¿Lo sigo? ¿Confío? ¿En él?

Pero quedarme aquí tampoco es una opción. No si lo que dijo es cierto. Y lo es. Lo sé en los huesos. Lo sé por cómo vibraba el piso anoche. Por los gritos. Por la ausencia de cámaras. Por el olor a miedo.

Doy un paso.

Uno solo.

Y con ese, firmo algo. Una tregua. Un pacto con un diablo que conocí en otra vida.

Él me guía por un pasillo estrecho, sin mirar atrás. Nos movemos entre sombras. Entre grietas. Hay ecos de voces. Pasos. Pero él parece conocer cada recoveco. Cada esquina. Como si llevara años aquí.

Nos detenemos en una puerta de acero. Él apoya la frente sobre el marco un segundo. Cierra los ojos. Susurra algo. No alcanzo a oírlo.

—¿Qué estás haciendo?

—Memorizando la salida —responde, sin volverse. —En caso de que muera, quiero saber dónde me equivoqué.

—Siempre tan poético —musito.

Él se ríe. Un sonido suave. Casi… humano.

Abre la puerta. Dentro, una sala pequeña, con mapas, una laptop y equipo táctico. Cierra detrás de mí y activa un candado con código.

—¿Qué es esto?

—Mi escondite. Durante meses. Nadie más lo conoce. Y si lo descubren, morimos.

Genial. Cada minuto mejora.

Él se sienta frente a la laptop. Teclea. Imágenes satelitales aparecen. Rutas. Coordenadas.

—¿Por qué yo, Damián?

—Porque eres la única con acceso al canal Alfa-Sierra. Y lo van a buscar. Cueste lo que cueste.

Mi sangre se hiela.

—¿Cómo sabes eso?

—Porque el jefe de esta célula me lo dijo antes de torturar a otro agente. —Se gira hacia mí. Su voz es dura. —Esto no es un juego, Elena.

Lo sé. Lo supe desde que vi tu rostro en esa celda.

—¿Y qué planeas hacer?

—Sobrevivir. Y para eso, necesito que confíes en mí.

Me cruzo de brazos. Es mi escudo favorito.

—No sé si puedo.

Él se acerca. No me toca. Pero su presencia me rodea. Como una tormenta que avisa que va a romperlo todo.

—Si confías en mí, tal vez vivas. Si no… —sus labios se curvan apenas, amargos— bueno, no tendrás que odiarme mucho tiempo.

Y, por primera vez, no sé si habla como amenaza… o como promesa.

Me quedo mirándolo. En su rostro hay sombras de cosas que no entiendo. Que no quiero entender. Pero lo que más me aterra… es que no encuentro rastro de mentira. Eso me incomoda más que si lo descubriera con un cuchillo tras su espalda. Porque cuando Damián dice que podrías morir, no lo hace por dramatismo. Lo hace porque, probablemente, ya vio morir a otros.

—Dime qué quieres de mí, sin rodeos —digo con la mandíbula apretada, la rabia contenida en cada sílaba.

—Necesito que restablezcas la clave del canal Alfa-Sierra. Ellos no saben cómo acceder aún, pero ya sospechan que tienes una forma de entrar. Si llegan a decírmelo directamente… será porque ya están listos para abrirte en canal.

—Qué romántico —respondo sin pensar.

Él baja la vista. Frunce apenas el ceño. No parece ofendido. Solo agotado. Y eso me desconcierta más. El Damián que conocí era arrogancia pura, fuego y control. Este hombre frente a mí está cubierto de cenizas.

—No tienes idea de lo que han hecho —susurra, como si hablara más para sí mismo que para mí.

No le respondo. No quiero compasión. Ni redención. Lo que quiero es entender qué carajos está pasando. Por qué estoy en el centro de esto. Y por qué, de todas las personas del planeta, él es quien viene a rescatarme.

—¿Y por qué yo debería ayudarte? —pregunto, con la voz apenas más baja.

Damián se vuelve hacia mí, y por un instante, sus ojos me perforan. No con deseo. No con dulzura. Con sinceridad brutal.

—Porque ya no estamos jugando a espías, Elena. Esto no es una operación fallida ni un error de protocolo. Esto es la guerra que nadie ve, y acabas de caer en medio de ella. Y si no te mueves conmigo… te van a aplastar.

Mi pecho arde. No por miedo, sino por la injusticia de todo esto. Porque lo escucho hablar con esa seguridad que siempre tuvo, esa que una vez me hizo confiar. Esa que usó para abandonarme.

—¿Qué te hace pensar que no los detendré a ellos… y luego a ti?

Se acerca. Dos pasos. Estoy atrapada entre la pared y su presencia. Él lo sabe. Yo lo sé. Pero ninguno retrocede.

—Porque, a diferencia de ellos, yo quiero que vivas.

La frase se queda flotando entre nosotros. Cargada. Pesada. El silencio que sigue es eléctrico. Lo odio por lo que hizo. Lo odio por ser quien es. Pero una parte irracional de mí recuerda otras cosas. Su voz murmurando coordenadas en mi oído bajo el ruido de un helicóptero. Sus dedos en mi muñeca guiándome por un pasillo oscuro en Casablanca. Su cuerpo junto al mío en aquella noche donde no debimos cruzar la línea.

Y también recuerdo lo que vino después.

—Una vez confié en ti. Y casi muero.

—Y ahora confías en mí… o mueres de verdad.

Así de simple. Así de jodido.

Apreté los dientes. Miré a mi alrededor. No había salida. No había cámaras. Nadie vigilaba esa pequeña habitación oculta. Si él quería matarme, ya lo habría hecho. Si quería entregarme… no me estaría hablando. Lo odio por ponerme en esta situación. Por obligarme a elegir entre el infierno que conozco y el demonio que traicionó mi confianza.

—¿Qué se supone que haga?

—Recuperaremos acceso al canal. Pero necesito que me ayudes a sortear las capas de seguridad. Ellos no saben que ya estás “colaborando”. Creen que aún pueden quebrarte.

—¿Y no pueden?

—No si no los dejas. No si confías en mí.

La palabra vuelve. Confianza. Tan fácil de decir. Tan imposible de ofrecer. Pero si voy a salir viva de esto, necesito una alianza, aunque esté tejida con odio, con recuerdos rotos y cicatrices mal cerradas.

—¿Y tú? —le pregunto, con la mirada clavada en su rostro—. ¿En qué punto dejaste de estar con “ellos”? ¿O es que en realidad nunca estuviste con nadie?

Él parpadea, apenas. Pero no responde. Lo toma como un golpe. Bien. Yo también llevo los míos.

—Haz lo que tengas que hacer —digo al fin—. Pero si vuelves a traicionarme… esta vez me aseguro de que no salgas vivo.

—Trato hecho.

Nos quedamos así, mirándonos. Como dos enemigos que se necesitan. Como dos amantes que una vez fueron otra cosa. El aire entre nosotros arde, denso de todo lo que no se dice. Todo lo que se rompió.

Él da un paso atrás, como si necesitara espacio. Yo también. Demasiado cerca y podría cometer un error.

Pero antes de que pueda decir algo más, la luz titila. Un zumbido eléctrico rompe la quietud. Alguien ha abierto otra puerta. Damián se tensa como un animal.

—Tenemos que irnos —dice, de inmediato. Va hacia la pared, mueve un estante con rapidez sorprendente. Hay un túnel estrecho detrás. —Por aquí.

—¿Esto también es parte de tu “escondite”?

—No. Esto es mi salida de emergencia.

Lo sigo. Porque no hay otra opción. Porque cada paso con él es mejor que esperar el final sola.

Y mientras me adentro en ese túnel, húmedo, angosto y oscuro, escucho su voz muy cerca.

—No pienses que me redimí. No vine a salvarte.

—¿Entonces?

—Vine porque, por alguna razón que aún me jode, no puedo dejar que mueras.

La confesión me golpea más fuerte que una bala.

Y no sé si me enfurece… o me destruye.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP