Dos años despuésEl museo de Cirna Gora estaba vestido de gala.La luz cálida de los candelabros antiguos flotaba como un eco dorado sobre las paredes, y el aire vibraba con murmullos bajos, risas suaves y copas que tintineaban con elegancia.Y en medio de todo, Marfil Corcuera.Los cuadros, colgados con meticulosa atención, eran más que arte: eran trozos de su alma. Cicatrices convertidas en color. Silencios que habían aprendido a hablar.Sus manos, que alguna vez temblaron por miedo, habían dado vida a lienzos que gritaban amor, pérdida, belleza… y una redención que aún no terminaba de creerse.Llevaba un vestido largo de seda azul oscuro, que acariciaba su figura como si la protegiera. Su cabello recogido dejaba al descubierto la suavidad de su cuello, adornado apenas por unos pendientes antiguos.Estaba hermosa. Serena. Pero por dentro, una emoción espesa le oprimía el pecho.La mano cálida de Miranda, su mejor amiga, la sostuvo con firmeza.—Estoy tan feliz por ti, amiga —dijo, co
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