—¡Mienten! —rugió Sergio, la voz quebrada como la de una bestia herida, un lamento profundo que parecía nacer desde su alma—. ¡Ariana no está muerta! ¡NO LO ESTÁ!Sus ojos, desorbitados, se clavaron en Miranda, quien por un segundo titubeó. La rabia del hombre era tan intensa, tan palpable, que un escalofrío le recorrió la nuca.«No se rendirá… ¡Este hombre no se rendirá jamás!», pensó Miranda, tragando saliva con dificultad. «Espero que esto funcione. Que lo rompa. Que valga la pena el riesgo.»—Entonces entra —dijo, fingiendo una voz temblorosa, como si estuviera a punto de desmayarse—. Ve tú mismo el cadáver de Ariana Torrealba. Atrévete… si tienes el valor.Los ojos de Sergio se humedecieron al instante, un temblor recorrió su cuerpo.Había miedo en su mirada, sí, pero también una esperanza desesperada. Como si, en lo más profundo, aún creyera que todo esto era una farsa… o una pesadilla.Miranda lo vio cruzar la puerta de la morgue, acompañado por el fiscal.Su corazón latía tan f
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