Arturo condujo en silencio, alejándose de aquel lugar como si huyera del infierno mismo. Su corazón latía con violencia, no por la pelea, sino por el miedo de haberla perdido… otra vez.Miraba el camino, pero su mente solo podía enfocarse en Miranda: su rostro, su voz, el temblor de sus manos cuando la sostuvo, su negativa a dejarse cuidar.El trayecto fue un suspiro largo, un nudo en la garganta imposible de tragar.Cuando llegaron a casa, el auto se detuvo lentamente frente al pórtico. Arturo apagó el motor y desvió la mirada hacia ella. La luna iluminaba su rostro pálido, aún surcado por lágrimas secas. Se veía tan rota… y, sin embargo, tan fuerte.—Miranda… —murmuró, con voz temblorosa, mientras intentaba tomar su mano con cuidado, como si temiera que se quebrara con el más mínimo contacto.Ella no respondió. Sintió el roce de su piel y, como si ardiera, retiró la mano con brusquedad.Abrió la puerta sin mirarlo y bajó del auto con pasos rápidos, casi torpes por la ansiedad.Marfil
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