La masajista aplaude suavemente, dándonos por finalizada la sesión.—¡Muy bien, pareja! Creo que lo lograron bastante bien —dice con una sonrisa satisfecha—. ¿Ven? Nada como un poco de confianza y conexión para un masaje exitoso.Alejandro abre los ojos y se incorpora con lentitud, pasándose una mano por el cuello.—Sí… maravilloso —murmura con voz monótona, aunque por su expresión, tengo la sensación de que aún está procesando todo lo que acaba de suceder.Yo, por mi parte, me estiro un poco y disimulo mi propio desconcierto con una sonrisa encantadora.—Fue una experiencia… interesante —admito, tomando la bata que la masajista me ofrece.Alejandro hace lo mismo y, con una última sonrisa de cortesía, nos despedimos y salimos de la sala.El pasillo del spa es silencioso, con ese mismo aroma relajante a lavanda flotando en el aire, pero entre nosotros, la tensión sigue ahí, latente, como si la piel aún recordara el roce de las manos del otro.Caminamos en silencio hasta el baño. Alejan
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