—Shhh —susurró Calia, acariciando su nuca, con la voz ronca—. Está bien. Estoy contigo, amor.El cuerpo de Aleckey aún temblaba sobre el de ella, el sudor bajando por su columna vertebral, su aliento agitado vibrando contra la garganta de Calia. No hablaba, no pensaba… solo estaba allí, atado a ella por la única certeza que le quedaba: su olor. Su luna. Su cachorro. Su hogar.Calia no se movió al principio. No podía. Estaba envuelta por él, marcada, sudorosa, su cuerpo aún estremecido, pero luego sintió algo: un movimiento leve, como un gruñido inseguro, Aleckey la olfateaba otra vez, más suave, como si intentara asegurarse de que aún la tenía.Seguía sin hablar. Solo gruñía, susurraba posesivamente, con un instinto puro y salvaje.Aleckey no respondió, pero se dejó caer a un lado, envolviéndola entre sus brazos, su rostro aún enterrado en su cuello, como si necesitara su calor para no perderse.El cuerpo del rey alfa se tensó al escuchar pasos, pero Calia solo escuchó el leve sonido
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