Joaquín Entré a la oficina del CEO, o sea, a mi propia oficina, aunque nadie más lo sabía, y encontré a Felipe sentado en una de las sillas frente al escritorio, tamborileando los dedos contra el apoyabrazos. Todo parecía normal, excepto por la expresión seria de Felipe.Levantó la mirada hacia mí, con el ceño fruncido y esa expresión calculadora que usaba cuando estaba molesto o intentando sacar algo de mí.—Llegas justo a tiempo, —dijo, recostándose en la silla. —Cierra la puerta y siéntate.Crucé la habitación y me dejé caer en la silla del escritorio, observándolo. —Felipe, ¿para qué me llamaste? —pregunté, intentando parecer tranquilo. Me recosté en la silla, cruzando los brazos sobre el pecho.Felipe me observó por un momento más, con esa mirada inquisitiva, como si estuviera analizando cada centímetro de mi expresión. Luego, de repente, se rió, una carcajada llena de diversión.—Joaquín, por favor —dijo, sacudiendo la cabeza. —¿Realmente piensas que no me doy cuenta? ¿No me
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