Camila Estaba acostada en mi cama, con las luces apagadas y el ventilador girando sobre mi cabeza.Pero no podía dormir.Debería haberme quedado dormida en cuanto mi cuerpo tocó la cama, pero no podía, algo me mantenía despierta.Joaquín.Suspiré y me giré sobre un costado, abrazando la almohada contra mi pecho mientras miraba el teléfono que sostenía en mi mano. La pantalla brillaba en la oscuridad, mostrando su nombre, el cursor parpadeando como si esperara mi decisión.—No le escribas, Camila —me dije en voz baja, cerrando los ojos, tratando de convencerme a mí misma. Estaba demasiado alterada, y lo último que necesitaba era complicar las cosas más de lo que ya estaban.Pero cada vez que cerraba los ojos, volvía a ese momento en el auto, a sus labios tan cerca de los míos, al calor de su mano en mi rostro. Sentí el rubor subir de nuevo a mis mejillas.—¿Y si lo llamo? Solo para aclarar las cosas —murmuré, jugando con la idea mientras mi dedo temblaba sobre la pantalla. —Podría de
Joaquín —Muero de ganas por hacer esto —susurré, y mi voz salió más ronca de lo que esperaba. No podía ocultar la necesidad que vibraba en cada palabra.Camila tartamudeó algo, apenas un susurro, como si intentara ganar tiempo o encontrar una salida a lo que estaba a punto de suceder.Pero ella no quería reconocer que ahora, nada me impediría hacerla mía.—¿Qué...? —empezó a decir, pero no iba a esperar más. No iba a darle tiempo para pensar, para razonar lo que ambos estábamos sintiendo.Me incliné y la besé, con una intensidad que podía quemar. El contacto de sus labios contra los míos fue como encender una chispa en una habitación llena de gasolina. Todo a nuestro alrededor desapareció. El mundo entero pareció detenerse, y solo existía el calor de su boca, el sabor dulce de sus labios que había imaginado mil veces, y ahora era real.Ella se rindió al instante, envolviendo sus brazos alrededor de mi cuello y tirando de mí, intentando fundirse en mi piel. Sus dedos se enredaron e
Joaquín Camila levantó la cabeza, sus ojos brillaban, y ahora los veía más tranquilos.Sonrió de lado, con una sonrisa que me hacía olvidar por completo quién se suponía que debía ser.—Bueno, —murmuró alargando la o, acariciando mi rostro con la yema de sus dedos antes de pararse en puntillas y rozar mis labios con un beso rápido. —Nos vemos mañana.Ese simple toque, me dejó temblando por dentro. Sentí que me había dado todo lo que necesitaba y al mismo tiempo me quedaba con ganas de más.—Sí, —respondí, casi sin voz, sonriendo como un idiota.Ella mordió su labio inferior mirándome con sus ojos provocativos antes de cambiar su expresión a más preocupada.—Por favor, intenta disimular en la oficina, —dijo, levantando una ceja. —No quiero que todos empiecen a hablar… todavía.Solté una risa baja, inclinándome hacia ella para darle un último beso en la frente.—Lo intentaré, —prometí, aunque sabía que sería difícil. No tenía idea de cómo iba a ocultar esto, de cómo iba a fingir que n
Joaquín Pasaron unos minutos, y entonces escuché el sonido del elevador abriéndose al otro lado del pasillo. Me asomé discretamente por la cortina y la vi entrar. Camila caminaba hacia la oficina con pasos rápidos, como si estuviera lista para enfrentar cualquier cosa. El cabello le caía en ondas sobre los hombros, y estaba usando un vestido que me dejó atónito.Me aparté de la puerta justo cuando ella llegó, abriéndola un poco. Entró sin vacilar, su mirada recorriendo la habitación mientras cerraba la puerta detrás de ella.—Joaquín, ¿qué estás...? —empezó a decir, pero no la dejé terminar.No dije nada. La tomé entre mis brazos, atrayéndola hacia mí con una urgencia que no pude controlar. Mis manos encontraron su cintura, apretándola suavemente, y en un solo movimiento la giré hasta que su espalda quedó contra la puerta cerrada.—¿Qué estás haciendo? —preguntó, con los ojos muy abiertos, aunque su sonrisa traicionaba sus palabras.—Exactamente lo que he estado queriendo hacer des
Joaquín Entré a la oficina del CEO, o sea, a mi propia oficina, aunque nadie más lo sabía, y encontré a Felipe sentado en una de las sillas frente al escritorio, tamborileando los dedos contra el apoyabrazos. Todo parecía normal, excepto por la expresión seria de Felipe.Levantó la mirada hacia mí, con el ceño fruncido y esa expresión calculadora que usaba cuando estaba molesto o intentando sacar algo de mí.—Llegas justo a tiempo, —dijo, recostándose en la silla. —Cierra la puerta y siéntate.Crucé la habitación y me dejé caer en la silla del escritorio, observándolo. —Felipe, ¿para qué me llamaste? —pregunté, intentando parecer tranquilo. Me recosté en la silla, cruzando los brazos sobre el pecho.Felipe me observó por un momento más, con esa mirada inquisitiva, como si estuviera analizando cada centímetro de mi expresión. Luego, de repente, se rió, una carcajada llena de diversión.—Joaquín, por favor —dijo, sacudiendo la cabeza. —¿Realmente piensas que no me doy cuenta? ¿No me
Joaquín Sentí cómo la rabia subía por mi cuerpo, golpeándome en el pecho como un puño cerrado. Me obligué a mantener mi expresión neutral, pero no pude evitar apretar los dientes. Javier había cruzado una línea, y él lo sabía.—Mi madre no está disponible para cenas o citas de ningún tipo, —respondí con frialdad, inclinándome hacia él. —Y te sugiero que te concentres en lo que estamos discutiendo aquí. No mezcles lo personal con lo profesional.Su sonrisa se desvaneció, y carraspeó antes de que volviera a recomponer su expresión.—Claro, claro —dijo, levantando las manos en un gesto de disculpa. —No quise ofender. Solo estaba haciendo un comentario. No imaginé que te pondrías tan... protector.—Siempre protejo a mi familia —respondí, recostándome en mi silla y cruzando los brazos sobre el pecho. —Así como protejo los intereses de mi empresa. Y si vamos a seguir con esta negociación, sugiero que hagas algo para convencerme.Javier tragó saliva, asintiendo sin apartar sus ojos de los
JoaquínCamila frunció el ceño, y tomó el papel confundida.Antes de que pudiera leerlo, Nathan soltó un comentario que hizo que Ramiro temblrara.—A menos que tú seas el CEO, —hizo un gesto con las manos, mirando a Ramiro con una expresión de burla, —estas flores no las mandaste tú.Me sentí aliviado de que él hubiera encontrado la nota, y se la restregara en la cara. El chico era astuto, eso era seguro, y no le tenía miedo a nadie.Ramiro se puso rojo, y miró con irritación a Nathan.Pero lo que más me llamó la atención fue la mirada protectora de ese pequeño hacia su tía. El chico no confiaba en nadie que se acercara a Camila, ni en Ramiro, ni en el CEO (aunque él no sabía que ambos éramos la misma persona).Camila leyó la nota en silencio, y vi cómo su expresión cambiaba de sorpresa a algo parecido al alivio. Miró las flores y luego a Ramiro, que ahora parecía estar buscando una salida.—Oh, entonces... no fuiste tú, —dijo con una pequeña sonrisa de satisfacción, dejando el papel
Joaquín—No sé si debería estar impresionado o asustado —admití finalmente, soltando una risa nerviosa. —Pero, si sabes esto, también sabes que es un secreto importante.Él me miró con una sonrisa astuta, cruzando los brazos sobre su pecho.—Lo sé, —dijo. —Y no me importa mantener el secreto... siempre y cuando cumplas algunas condiciones.Me eché a reír, inclinándome hacia adelante.—¿Estás intentando chantajearme, Nathan? —pregunté, aunque la idea me resultaba más divertida que irritante.—Prefiero llamarlo un acuerdo —respondió él, con la seriedad de un adulto negociando un contrato. —Quiero que consigas un auto para mi tía, hasta que arreglen el suyo. No quiero que siga tomando taxis.Asentí, sabiendo que no podía negarme a eso.—Hecho, —respondí. —¿Algo más?Una sonrisa gigante se plantó en su rostro, como si acabara de ganar una partida de ajedrez.—Una consola de videojuegos nueva también estaría bien —dijo, encogiéndose de hombros.—Así que, —dije, mirándolo con una sonrisa, —