La noche caía lentamente cuando Leonardo y Alanna llegaron al lujoso salón de la subasta. La fachada del edificio, con sus enormes columnas de mármol y luces doradas iluminando la entrada, era imponente, un reflejo de la exclusividad del evento. La alfombra roja se extendía hasta el vestíbulo, donde los asistentes, vestidos con sus mejores galas, conversaban en pequeños grupos, sosteniendo copas de champán.Alanna descendió del auto con la elegancia natural que la caracterizaba. Su vestido, de un rojo intenso, se ceñía perfectamente a su silueta, realzando su porte refinado. Llevaba el cabello recogido en un moño bajo, dejando a la vista su cuello esbelto y los pendientes de diamantes que brillaban con cada movimiento. Su presencia no pasó desapercibida. Varias miradas se dirigieron a ella, algunas con admiración, otras con recelo.Leonardo, a su lado, vestía un traje negro impecable que resaltaba su porte imponente. Al bajar del auto, colocó instintivamente una mano en la espalda de
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