—Aldo Coleman, ¿aceptas como tu esposa legítima a Mila Eastwood para amarla, respetarla y serle fiel, en las buenas y en las malas, por el resto de tu vida?La pregunta resonó en el aire, tan solemne que parecía congelar el tiempo.Aldo sonrió, aunque su sonrisa temblaba ligeramente, como si una ola de nervios lo invadiera.—Claro, que acepto —dijo con voz firme, pero por dentro sentía cómo la ansiedad lo envolvía.El sacerdote miró a Mila, y ella sintió la presión del momento apoderarse de ella.Los ojos de Aldo brillaban con esperanza, pero dentro de ella algo se retorcía, como si una parte de su corazón no pudiera entregarse por completo.Entonces, la voz del sacerdote volvió a romper el silencio.—Mila Eastwood, ¿aceptas como tu esposo legítimo a Aldo Coleman para amarlo, respetarlo y serle fiel, en las buenas y en las malas, por el resto de tu vida?El mundo de Mila se detuvo.Por un instante, el sonido de la iglesia desapareció, y todo lo que podía escuchar era su propio latido,
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