Roma y Giancarlo llegaron al cementerio bajo un cielo gris y opresivo.El viento helado agitaba las hojas secas a su alrededor, como susurros de un pasado que ya no volvería.Frente a la tumba abierta, el ataúd de Kristal esperaba descender a la tierra, un símbolo de un destino trágico que nadie había intentado evitar.El lugar estaba vacío.No había familiares, ni amigos, ni siquiera algún conocido.Roma había intentado contactar a los padres de Kristal, pero ellos, desde su lejano pueblo, se negaron a asistir.—Era una mujer completamente sola… —murmuró Roma, observando cómo el féretro desaparecía poco a poco bajo la tierra. Sus ojos se humedecieron, no por tristeza, sino por el peso de lo que significaba—. Creo que solo buscaba un lugar en el mundo. Estaba desesperada. Quiero pensar que, como yo, simplemente se equivocó eligiendo al hombre incorrecto.El sacerdote recitaba oraciones, pidiendo por el alma de la difunta. Su voz resonaba en el vacío del camposanto, haciendo aún más evi
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