—Cariño, por favor, confía en mí. Te juro que entre Elizabeth y yo no hay nada. Son solo ideas que ella se hizo en su cabeza. Jamás la toqué —dijo Adams con frustración, sosteniéndola nuevamente, esta vez por la cintura.—Sr. Smith, a mí no me tiene que explicar nada. Al final, entre usted y yo no hay nada —respondió Glenda, con voz fría pero quebradiza.—¡Glenda Carter! Tú y yo lo tenemos todo, y si no te explico a ti, entonces no tengo que explicarle nada a nadie. Por favor, no dejes que tus celos nublen tu inteligencia —insistió Adams, con la mirada fija en la de ella, tratando de descifrar sus emociones.—¡Yo no estoy celosa, Adams! —gritó Glenda, más vencida que convencida. La verdad era que los celos y la inseguridad la estaban devorando, pero no quería ceder.Adams notó el cambio en su voz, un leve temblor que traicionaba su firmeza. Lentamente, volvió a acercarla a él, con cuidado, y en un tono suave le susurró:—Cariño, por favor, danos una oportunidad.—Adams, ... —Glenda em
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