Todos los capítulos de LOS GEMELOS DEL MAFIOSO: UNA TRAMPA PERFECTA: Capítulo 71 - Capítulo 80
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Cap. 71. Miedo de un padre.
POV Aris.Nunca me había sentido tan nervioso como en ese momento. No cuando enfrenté a mis enemigos en la calle, no cuando la muerte me respiró en la nuca más veces de las que puedo contar. Pero ver al doctor revisando a Gael, con Maite aferrada a mi brazo, temblando como una hoja, con los ojos aguados por la angustia, me tenía al borde del colapso.El doctor finalmente terminó su revisión y se giró hacia nosotros. Aguanté la respiración.—Señor y señora Greco— dijo este considerándonos una pareja casada y Maite me observó como si me dijera "corrígelo", pero solo le dediqué una media sonrisa.— No se preocupen, su hijo, solo tiene un resfriado —prosiguió el médico con voz calmada—. No hay de qué preocuparse. Lo medicaré, pero si su temperatura alta persiste, me pueden volver a llamar.Sentí que me quitaban un peso de encima. Apreté la mandíbula y asentí, despidiéndolo con una gratitud que no me molesté en expresar con palabras. Cuando volví a la habitación, Maite estaba a punto de
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Cap. 72. Sin pudor.
POV Maite.De repente, a mi lado, Aris se puso muy nervioso. Su semblante se veía tenso, con la mandíbula apretada con una fuerza que le marcaba las facciones. Sus dedos se cerraban con fiereza sobre su teléfono, y murmuraba insultos en un tono apenas audible, pero lo suficientemente cargado de rabia como para helarme la sangre. ¿Qué le habían enviado para que se enojara tanto? Abrí la boca para preguntarle qué le sucedía, pero antes de que pudiera emitir palabra, una empleada de servicio se acercó con expresión neutral.—Señor Greco, lo que ha pedido está listo —le informó con voz profesional.Aris asintió y volvió a guardar su teléfono en su bolsillo con un movimiento brusco. Luego se levantó y, forzando una sonrisa que no alcanzó sus ojos, extendió la mano hacia mí.—Vamos a relajarnos un poco.Acepté su invitación, aunque mientras caminaba a su lado, mi mente estaba lejos de la aparente tranquilidad que intentaba transmitir. No dejaba de pensar en la extraña manera en que Vittor
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Cap. 73. Demonio disfrazado.
Narrador omnisciente:Esa mañana, sin poder dormir hasta tarde, como acostumbraba antes de haberse convertido en la burla después de la fiesta fallida con Aris, Marina no estaba de buen humor. Y no era para menos, ya que todo le había salido mal y sentía que la culpa era de Maite.“Maldita Maite siempre sale victoriosa y ahora tiene a Aris protegiéndola”, bramó internamente.—¡Esto sabe asqueroso!—gritó furiosa, arrojando la taza de café contra la pared. El líquido oscuro salpicó el suelo de mármol y la única empleada que aún no se había marchado dio un respingo.—Señorita, lo siento…—dijo angustiada.—¡No sirves ni para hacer un buen café!—le espetó Marina con desprecio.La sirvienta apretó los labios y, con gesto decidido, se quitó el delantal.—Me quedé por la señora Lucía, pero veo que no vale la pena servirles. ¡Usted es una bruja desagradecida! —declaró, lanzándole el delantal a Marina.Quien se puso de pie de un salto, con la mano alzada, lista para abofetearla, pero en ese mo
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Cap. 74. Simplemente los padres de Gianna y Gael.
Narrador omnisciente:Con los ojos inyectados en sangre por la falta de sueño, Leonardo tambaleó al salir de su apartamento. La noche anterior había sido un infierno, ya que recorrió cada rincón de la ciudad buscando un lugar donde apostar los últimos ochenta dólares que le quedaban, como un adicto desesperado. Pero la adrenalina del juego no fue lo único que lo atormentó. Si no que esa noche, a cada paso, sintió la sombra del hombre al que le debía dinero, y que había engañado.Leonardo apretó los puños. Solo le quedaba una opción: trabajar. Pagar sus deudas, para poder sobrevivir.Pero justo cuando pulsó el botón del ascensor, Marina y Lucía estaban allí, con maletas en mano.—¿Y ustedes qué hacen aquí? —Vinimos a quedarnos —respondió Marina sin un atisbo de vergüenza ni pudor.Leonardo rió con ironía, pero su risa no tenía ni una pizca de humor.—No puedo recibirlas. Como ven, voy a trabajar. Vuelvan otro día… y solo si traen un plan para hacer que mi billetera andante regrese a
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Cap. 75. Mi princesa y mi guerrero.
Narrador omnisciente:Aris sonreía con satisfacción, imaginando la expresión de asombro y felicidad en el rostro de Maite cuando se enterara de que él había logrado que el miserable de Leonardo firmara el divorcio. Sin embargo, una sombra de inquietud se deslizó sobre su semblante. ¿Cómo debía darle la noticia sin despertar sospechas? No quería que Maite empezara a hacer preguntas incómodas. Se secó las manos con un pañuelo de seda mientras avanzaba con paso elegante hacia su mesa en el exclusivo restaurante de cinco estrellas Michelin. Sin embargo, su expresión se torció en una mueca de disgusto cuando escuchó la voz de Nikos: —Ya estoy cansado. Te lo diré… El tono decidido de Nikos lo puso en alerta. —Te escucho… El ritmo calmado de sus pasos se transformó en una caminata apresurada. Su respiración se volvió más profunda mientras se acercaba. Y al llegar a la mesa, carraspeó con intención, logrando que Nikos cerrara la boca de inmediato. —Lamento la espera —dijo Aris co
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Cap. 76. Un canalla irresistible.
Continuación:Maite arqueó una ceja, y asintió con una sonrisa contenida, aunque en su interior se moría por exigirle que dejara de jugar con su paciencia. Ella podía sentir que él le ocultaba cosas. El conductor le abrió la puerta y Maite estuvo a punto de descender, pero Aris la retuvo de la muñeca y, con una firmeza posesiva, la atrajo hacia él para plantarle un beso en los labios. —Duerme a los niños y espérame despierta —le ordenó en un murmullo grave. Maite rodó los ojos con fingido desgane. Aris descendió del vehículo con fluidez y, antes de que el conductor pudiera reaccionar, le hizo un gesto con la mano. —Yo manejo —dictaminó, con un tono que no admitía réplica. Nikos, que había permanecido en silencio hasta el momento, comprendió la invitación implícita en el movimiento de cabeza de Aris y bajó tras él. ### Minutos después:El motor rugió cuando Aris pisó el freno de golpe, haciendo que las llantas chirriaran en el asfalto con un sonido desgarrador. —Baja —o
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Cap. 77. La furia de Leonardo.
Narrador omnisciente:Leonardo entró a la casa tambaleándose, con la camisa arrugada, la corbata deshecha y el aliento impregnado de un fuerte olor a alcohol barato. La puerta se cerró de un portazo tan violento que el eco resonó por todo el apartamento como un trueno inesperado.En la sala, Marina estaba recostada en el sofá, con una pierna cruzada con elegancia despreocupada sobre la otra y el control remoto entre los dedos. Ni siquiera se inmutó al verlo entrar; su rostro permaneció impasible, como si lo hubiera estado esperando.Lucía, en cambio, que se encontraba en la cocina peleando con una olla de arroz que se le pegaba en el fondo, salió al pasillo apresurada al oír el estruendo. Su rostro se iluminó momentáneamente con alivio; pues Leonardo llevaba dos días sin aparecer, y ese silencio comenzaba a pesarle como una premonición oscura.—¡Mira lo que me han hecho! —gritó Leonardo de pronto, señalándolas con un dedo tembloroso.Lucía se quedó paralizada. Un escalofrío le recor
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Cap. 78. Éxtasis antes del desastre.
Narrador omnisciente:A kilómetros de distancia y a mundos de diferencia, la vida de Maite era un paraíso dorado. Había decidido no incomodar más a Aris con la idea de casarse, ni insistir en que los niños llevaran su apellido. Había comprendido que, con él, todo tenía que fluir con paciencia… y astucia.Durante esos días, todo fue armonía: veían películas, comían palomitas en el sofá, coloreaban libros infantiles, y en las tardes, Aris regresaba del trabajo como un padre de familia. Incluso había propuesto inscribir a los pequeños en una escuela privada, de las más prestigiosas de la ciudad. Y Maite… se lo permitía todo.Esa noche, frente al espejo de cuerpo entero, Maite se contemplaba con detenimiento. El vestido de gala le abrazaba cada curva con una perfección casi irreal: rojo carmesí, ajustado, de espalda descubierta. Se sentía una diosa encarnada en carne y hueso. La gala de celebración por el éxito de su última película la esperaba. Cuatro días consecutivos agotando entra
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Cap.79. No me va a destruir.
POV Maite.Tanto que luché, tanto que sufrí por evitar que esto saliera a la luz. Y ahora... explotaba en mi cara como una maldita bomba de tiempo. Ese video. Ese que me arrastró a la peor pesadilla de mi vida. El mismo que me robó la paz, que me despojó de todo. Ahora estaba viralizado. En todas las plataformas con miles, y millones de reproducciones, comentarios, burlas, juicios.Sentía el pecho apretado, como si me lo comprimieran con una mano invisible. Las lágrimas calientes rodaban sin pudor por mis mejillas, y no podía —ni quería— detenerlas.Aris me sostenía con su brazo firme, anclándome a la realidad. Sin él, ya me habría desplomado. Sentía mis piernas temblar, inútiles, y traidoras.—Maite, no te preocupes. Yo me encargaré de que ese video desaparezca.La voz de Javier sonó delante de mí, pero era como si viniera de lejos, tan lejana como si me hablaran desde el fondo del mar. Apenas asentí. El zumbido en mis oídos era más fuerte que sus palabras. Me sentía flotando, des
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Cap.80. Justicia a mi manera.
POV Aris.En el momento exacto en que Nikos me llamó para informarme que había encontrado a los malnacidos que aparecían en el jodido video, sentí que algo dentro de mí se rompía. Estaban en un bar de mala muerte, bebiendo como si no hubiesen arruinado la vida de nadie. Como si las lágrimas de Maite no importaran. Como si no hubieran mancillado su nombre. No pensé en nada. Solo le ordené que los trajera a la villa.Y cuando los tuve frente a mí, mi instinto se impuso. Ni siquiera consideré llevarlos a una habitación apartada. No. La furia me cegó. Los hice arrodillarse como los perros que eran y, en pleno salón principal, comencé a destrozarlos a golpes.Los nudillos me ardían. El sudor me corría por la frente. Cada crujido de sus costillas me devolvía las imágenes de Maite llorando, desplomada, y rota.No buscaba justicia. Buscaba desahogo. —¡Aris! ¿Por qué ellos...? —La voz de Maite me atravesó como una cuchilla.Me giré bruscamente, jadeando, y con los puños aún apretados. Ella
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