POV Aris.En el momento exacto en que Nikos me llamó para informarme que había encontrado a los malnacidos que aparecían en el jodido video, sentí que algo dentro de mí se rompía. Estaban en un bar de mala muerte, bebiendo como si no hubiesen arruinado la vida de nadie. Como si las lágrimas de Maite no importaran. Como si no hubieran mancillado su nombre. No pensé en nada. Solo le ordené que los trajera a la villa.Y cuando los tuve frente a mí, mi instinto se impuso. Ni siquiera consideré llevarlos a una habitación apartada. No. La furia me cegó. Los hice arrodillarse como los perros que eran y, en pleno salón principal, comencé a destrozarlos a golpes.Los nudillos me ardían. El sudor me corría por la frente. Cada crujido de sus costillas me devolvía las imágenes de Maite llorando, desplomada, y rota.No buscaba justicia. Buscaba desahogo. —¡Aris! ¿Por qué ellos...? —La voz de Maite me atravesó como una cuchilla.Me giré bruscamente, jadeando, y con los puños aún apretados. Ella
Narrador omnisciente:El olor a desinfectante y medicamento rancio impregnaba cada rincón del hospital público, y a Marina le revolvía el estómago con cada bocanada de aire. Apretaba los labios, torciendo la boca con desdén mientras paseaba la mirada por los otros pacientes.Desde el incidente con Leonardo, había tenido que soportar un lugar así, rodeada de camas improvisadas, cortinas manchadas y suspiros agónicos. No estaba allí por enfermedad propia, sino por un deber que aborrecía.—Madre, aquí está todo lo que pediste. Me voy, no soporto este lugar, este olor me revuelve el estómago —dijo Marina con asco, estirando una bolsa de plástico mugrienta hacia Lucía.Lucía negó con la cabeza, cansada, y con el rostro marchito por el estrés.—No te vayas todavía, hija… quédate conmigo unos minutos —suplicó.Marina rodó los ojos con fastidio.—Mamá, no tenemos por qué seguir aquí. Volvamos al apartamento de este inútil. Déjalo solo, ya está.—No puedo, Marina. Alguien tiene que quedarse a
POV Maite.Mi ansiedad estaba al límite. Apenas había pasado un día desde que los culpables del escándalo confesaron públicamente, y, sin embargo, no podía dejar de pensar en la reacción de mi padre al verme. El juicio del mundo me tenía sin cuidado: que si mis asesores habían orquestado todo, que si mi imagen pública estaba siendo “limpiada”, que si no era creíble que una gemela pudiera suplantar a la otra... Claro, hablan porque no conocen a Marina. No saben de lo que es capaz.No se imaginan lo perversa que puede ser mi hermana, lo profundo que puede hundirse solo por dañarme. Pero entre todos los comentarios, miradas y acusaciones, había una sola opinión que me importaba: la de mi padre. Mientras él, mis hijos y el hombre que amo crean en mí… el resto del mundo puede arder.Esperaba junto a Aris y a los niños a la salida de la prisión. Llevaba un ramo de flores entre mis manos y no podía dejar de mirar la puerta con el corazón apretado. Cada sonido metálico, cada sombra que se m
POV Maite. Las palabras de Marina quedaron vibrando en mi cabeza como un eco maldito. Pero me obligué a respirar hondo. No… no iba a caer en sus provocaciones. Esa mujer disfrutaba revolcarse en el odio, en el caos, y solo buscaba arruinar mi felicidad. No le daría ese gusto.Nos fuimos. Y para mi sorpresa —y también mi alivio— todo lo que Aris había dicho era real. No se trataba de una simple puesta en escena para irritar a mi madre y a Marina. Era verdad. Todo.Después de comer algo delicioso en un restaurante elegante —donde Gianna se relamía con los postres y Gael no soltaba la mano de mi padre— nos dirigimos al lugar donde mi padre se instalaría. Al llegar al penthouse, no pude evitar quedarme boquiabierta. Era amplio, luminoso, con ventanales que daban a la ciudad y con una decoración sobria pero elegante. Y lo más impactante era que todo estaba preparado. Cada rincón parecía esperarlo.—¿Qué…? —balbuceé.Aris sacó un sobre elegante y, sin titubear, se lo extendió a mi padre
Con el rostro desencajado, Maite miraba a Aris, esperando una respuesta. Su corazón latía con fuerza. Algo no encajaba, lo podía presentir.—No es nada importante... solo necesito hacer una llamada —dijo Aris, esbozando una sonrisa tensa, forzada, que Maite no pasó por alto.Ella entrecerró los ojos. Algo en su voz, en su forma de evitar el contacto visual, la encendía por dentro.—Amor… volveré en un segundo —añadió él, posando los labios sobre su frente con una dulzura que, por primera vez, le pareció ensayada.Maite se quedó quieta, inmóvil, sintiendo un nudo raro en el estómago. Su sexto sentido le gritaba que esa llamada no era común… pero se obligó a respirar profundo. No quería ser paranoica. No con él. No ahora.Sacudiéndose la incomodidad que aún le oprimía el pecho como un nudo silencioso, Maite alzó la barbilla con una sonrisa cálida, se giró hacia su padre.—¿Te preparo algo para cenar antes de irme? Lo que quieras… me haría bien cocinar un poco.El rostro del hombre se i
POV Maite.El auto se detuvo con suavidad frente a un restaurante que jamás había visto en mi vida. No tenía letrero visible, solo una fachada discreta, casi como si no quisiera ser descubierto.—Señora, acompáñeme —ordenó el conductor con una seriedad tan seca que me erizó la piel.Lo observé por el retrovisor, desconfiando de su tono.—No conozco a ninguna señora Kouros... o como se llame —espeté, apretando la mandíbula—. Estoy con mis hijos y no pienso encontrarme con desconocidos solo porque tú lo digas. Él carraspeó, sin mirarme siquiera.—Le sugiero que me acompañe por su cuenta. Si insiste… será peor. Me encogí de hombros, intentando mantener la calma, justo cuando Gianna y Gael empezaron a removerse en sus asientos.—Mami… ¿ya llegamos? —preguntó Gianna con voz adormilada.—¿Dónde estamos? —añadió Gael frotándose los ojos.Los abracé instintivamente.—Señor, encienda el vehículo —ordené, con mi pulso acelerado—. Si no lo hace, llamaré a Aris. Y créame, lo echará sin pensarlo
POV Maite.Con fuerza tranquila, ella tomó el cuchillo de mesa y lo clavó contra la superficie de madera con un clac seco y frío. Gianna soltó un gritito ahogado. Gael se sobresaltó, cubriendo sus ojos y yo me aferré a sus manos con fuerza para que no sintieran el temblor que recorría mis dedos.La mujer se cruzó de brazos. Estaba en control total de la situación, como una emperatriz salvaje.—No sé si tienes clara tu situación —continuó—. Pero mi matrimonio con Alexandros no es simple. Él es el líder de la mafia griega… y yo soy la hija de un jefe de mafia. Estoy a la altura de su posición. No te confundas.Un silencio brutal se instaló en la habitación. La revelación cayó como una bomba en mi cabeza. Mafia. ¿Aris? ¿Alexandros Kouros? El nombre ni siquiera me sonaba familiar. ¿Qué tanto de la vida que compartimos era real? ¿Qué tanto fue una mentira?«Un mafioso griego», pensé, con el estómago revuelto. Siempre había presentido que Aris no era alguien común. Siempre me intrigaba v
Narrador omnisciente:Gianna y Gael habían sido ingresados en una misma habitación del hospital. El pediatra, conmovido por la conexión casi mágica entre ellos, tomó una decisión poco convencional y los dejó compartir la misma cama. Argumentando que su vínculo tan profundo no solo era emocional, sino también terapéutico.Ambos dormían ahora, sedados suavemente, con pequeñas vías intravenosas en sus bracitos, aferrados el uno al otro por sus manitas, como si hasta dormidos se prometieran protección. Maite no se movía, mantenía los ojos fijos en sus hijos, el corazón hecho trizas. Sus lágrimas caían en silencio, una tras otra, manchándole el rostro, como si por fin su alma hubiese encontrado la grieta para desbordarse. No había llorado antes. No cuando le administraron suero. No cuando los médicos entraban y salían. Se había mantenido firme… por ellos. Pero ahora, en la quietud de la habitación, con la certeza de que otra vez se había dejado lastimar. No reprimía su tristeza. Otra