La mañana en la casa de Zoraida llegó envuelta en un aire pesado, casi opresivo. Afuera, el sol intentaba abrirse paso entre las nubes grises, pero su luz apenas lograba filtrarse por las cortinas del ventanal. Adán había pasado la noche en vela, sentado en la mesa del comedor, con el cuaderno de tapas desgastadas frente a él. Había llenado páginas con fragmentos de recuerdos: una casa rodeada de árboles, el murmullo constante de un río cercano, la risa de una mujer que ahora parecía solo un eco lejano.Sobre la mesa, la foto y el medallón seguían allí, como testigos mudos de sus pensamientos. Cada vez que su mirada se posaba en ellos, una mezcla de incertidumbre y frustración lo invadía. Por su parte, Zoraida observaba, desde la cocina, sus manos ocupadas con el café, pero su mente atrapada en las posibles implicaciones de lo ocurrido. El mensaje dentro del sobre res
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