El río, agitado por la caída del medallón, parecía tomar vida propia. El agua burbujeaba con una intensidad casi sobrenatural, y el suelo bajo los pies de Adán vibraba levemente, como si todo el bosque respondiera al desbordante poder que se desataba. La luz del medallón se desvaneció lentamente, pero su resplandor había dejado una huella imborrable, marcando la atmósfera con una sensación palpable de cambio. Zoraida estaba al borde del agua, su rostro iluminado por las últimas chispas del medallón, sus ojos llenos de una mezcla de admiración y miedo. Había visto poderosas transformaciones antes, pero nunca algo como esto. Sabía que nada volvería a ser lo mismo. Adán, por su parte, respiraba con dificultad, aun procesando lo que había hecho. El río había reaccionado, sí, pero no solo al medallón. Había respondido a algo dentro de él, como si su propia esencia estuviera conectada a las aguas que ahora rugían furiosas. Lucas, por otro lado, observaba, con incredulidad, su
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