La alta figura de su esposo la esperaba debajo de la sombra de un alto e imponente árbol de Roble.La brisa sacudió el cabello de Natalia y entonces recordó la razón por la cual había elegido ese parque. Número uno, le gustaba, y, número dos, no había un lugar mejor para tratar temas tan espinosos. A medida que más se acercaba al lugar de encuentro, no pudo evitar apreciar la belleza de su marido.Era alto y musculoso.Desprendía poder y autoridad, pero también tenía un aura dulce, una que solía sacar a relucir en los momentos de intimidad. Su cabello era dorado como el sol y, justo en este momento, se movía al son del viento, del mismo viento que agitaba las ramas de los árboles y le hacía estremecer el cuerpo entero. Sus ojos no la habían captado todavía, puesto que se encontraban perdidos en la inmensidad del cielo. Era de tarde.Natalia pensó en el color de su mirada y le recordó al océano, a un océano en calma, pero que también podía volverse turbulento. Solamente esperaba q
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