—Quiero que todo esté impecable para la cena —decía Orena, observando atentamente a los encargados de la preparación de la mesa. «Nada podía salir mal», pensó la mujer, bastante entusiasmada con la idea de este compromiso. Ya podía imaginar su nombre en el periódico cuando, en un futuro, fuera nombrada como la madre de la futura primera dama del país. Sin duda, Ezra tenía un futuro prometedor en la política. Y estaba segura de que rebasaría al de su predecesor. Y este hombre se casaría con su hija. ¡Eso era magnífico! —¡Vamos, Diana, arréglate ya! Entró en la habitación de su hija. Diana estaba tumbada en la cama con cara de enfermedad, mientras el hermoso vestido color lila que había elegido para ella, se hallaba desparramado en una silla a su lado. —Dame un momento, mamá. Es demasiado temprano aún —se quejó con un cansancio que no entendía, porque no había hecho más que estar acostada todo el día. —No es temprano. Falta menos de dos horas para la cena. Así que apresúrate —
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