Lo primero que Ana Paula pensó cuando ocupo un asiento en aquel consultorio fue que no deseaba estar en ese sitio.No importaba lo lindo y acogedor que parecía ser el consultorio, ni mucho menos importaba la mirada compresiva que acababa de lanzarle su psicóloga. Simplemente, la incomodidad se había instalado en su ser y se negaba a dejarla dar un paso adelante.«Recuerda la razón por la que estás aquí», le gritó su mente con una voz muy parecida a la de Fabián Arison.Ana Paula inhaló una profunda bocanada de aire para tratar de controlar su ansiedad, mientras recordaba la parte positiva de todo esto: Fabián la acompañaría a cada una de sus consultas.Si esto no le ayudaba a tomar ventaja, entonces no sabía que lo haría.Así que sí.Este era un mal necesario que debía de afrontar con valentía y determinación.—Cuéntame, Ana, ¿entiendes la razón por la que estás aquí? —preguntó su psicóloga, rompiendo el silencio que se había apoderado de la habitación.—Supongo que sí —reconoció con
Natalia estiró los brazos en la cama y se encontró con el ancho y fuerte cuerpo de su esposo justo a su lado. No pudo evitar sonreír al verlo con sus ojos cerrados, completamente apacible en medio de un sueño que parecía ser agradable. Aún no se acostumbraba del todo al despertar con alguien a su lado.Cuando vivía con Roberto, eran muy pocas las ocasiones en las que dormían juntos, ya que siempre debía marcharse por “trabajo”. Ahora llevaba más de dos semanas durmiendo al lado de un hombre y no cualquier hombre cabía mencionar, era su esposo. Fabián Arison.Todavía le parecía muy irreal todo esto, pero era cierto. Ahora su nueva rutina consistía en despertarse junto a su esposo, desayunar todos juntos, buscar a los niños al colegio y, algunos fines de semana, salían de paseo los cinco, como una familia de verdad.Todo era perfecto.—Amor, se te hará tarde para el trabajo —le tocó repetidamente el brazo con suavidad. El hombre abrió los ojos lentamente, la miró, una sonrisa somn
—¡Mamá!Diana se levantó rápidamente del suelo, mientras bajaba las escaleras a trompicones. Mientras tanto, Natalia estaba paralizada, mirándose las manos con horror, sin poder creerse que había empujado a Orena por las escaleras.Todo había sucedido demasiado rápido, su intención únicamente había sido la de alejarla de Diana, pero el desenlace había sido atronador. Ahora la vida de la mujer estaba en riesgo y si algo llegaba a pasarle, entonces sería señalada como la única culpable. Esto último la hizo reaccionar con desesperación y vociferó a todo pulmón: —¡Una ambulancia! ¡Urgente! El personal comenzó a arremolinarse alrededor de la escena, mientras alguien decía en voz alta que acababa de llamar a urgencias. Los minutos siguientes fueron desesperantes para Natalia, quien no podía hacer otra cosa que morderse las uñas debido a la ansiedad que se estaba apoderando de todo su cuerpo. «Por favor que no le pase nada. Por favor», suplicaba en su mente. Las sirenas de la ambulan
Desde que llegaron al hospital, Diana no se había despegado de su madre, en todo momento sostenía su mano y le aseguraba que estaría bien y que pronto regresarían a casa. Una vez la mujer mayor estuvo instalada en una habitación del hospital con el brazo enyesado y completamente fuera de peligro, sacó a colación aquel tema que había desencadenado semejante desastre. —Prométeme que no dirás nada sobre el niño —tomó la mano de su hija y la apretó fuertemente.—Madre, por favor, no…—Prométemelo, Diana —exigió esta vez con sus ojos azules llameantes.La joven dudó.La verdad era que no quería casarse con Ezra Russo y a pesar de que la revelación de su embarazo terminó siendo un desastre, se sintió por un breve instante liberada del peso de la mentira que todo aquello conllevaba.—Este niño es de…—Es de Russo —le interrumpió su madre, sabiendo bien que aquello no era cierto. —No, mamá —se negó a continuar con el engaño—. Es de Horacio. —¡No me importa! —dijo la mujer con los dientes
Ana Paula esperaba a Fabián en la entrada de su casa.Ese día la acompañaría a una nueva consulta con su psicóloga.Se hallaba de pie, con un vestido negro que realzaba todas las curvas de su figura, mientras su pelo ondeaba completamente suelto.Sus labios estaban pintados de un rojo intenso y esperaba que el hombre en cuestión le diese un vistazo hambriento, pero en su lugar, ni siquiera la miró a la cara mientras emprendía la marcha.—Buenos días, Ana —dijo secamente, moviendo hábilmente el volante para tomar la ruta prevista con anterioridad—. Me temo que no podre quedarme hasta el final de tu consulta. Pero le avisaré a mi chofer para que te venga a recoger —soltó sin más.Todo el buen ánimo de Ana Paula se esfumó con esas simples y cortantes palabras.¿No pensaba quedarse? Había invertido mucho tiempo en arreglarse, pero al parecer ni siquiera sería capaz de decirle que se veía hermosa o algo similar, cosa que la decepcionó bastante.Quizás fue el hecho de sentirse rechazada o
No había podido evitar pasar por una floristería de camino a casa. No sabía nada sobre flores, pero aun así se había esforzado en elegir el ramo más hermoso para su amada. Sabía bien que un par de flores no compensaban sus malas decisiones pasadas, pero sentía que le debía una disculpa a Natalia. Después de todo había sido sincera desde el inicio y no le había creído.Tenía razón sobre Ana Paula. Cada una de las palabras que le había dicho en el hospital habían sido completamente ciertas. Sí, Ana Paula había intentado manipularlo y necesitaba que supiera lo arrepentido que estaba por no creerle desde el primer momento. Le debía aquello. Y también le debía el hecho de asegurarle que nadie más se interpondría en su relación nuevamente.Así que subió las escaleras con dirección a la recámara matrimonial, esperando encontrársela dentro. Ansiaba verla y decirle cada una de las palabras que tenía atoradas en su pecho. —Natalia —pronuncio su nombre al entrar en la habitación, pero no
Natalia hizo una mueca, mientras se miraba en el espejo. Lucía un hermoso vestido color azul cielo, de seda ligera, que caía suavemente hasta el suelo. El escote era en V y realzaba sus pechos, mientras que las mangas eran largas y transparentes, dándole un toque elegante. Aunque la imagen que veía reflejada le agradaba mucho, su corazón estaba lleno de tristeza al pensar en Diana. Aquel era el día de la boda de su cuñada y sabía perfectamente que no se casaría por amor. Había estado en su posición hacía unos meses atrás y podía constatar de primera mano que la idea de casarse con un hombre que no se amaba no era nada bonita ni agradable.Se preguntó de pronto si el amor podría surgir entre Diana y Ezra de la misma manera en la que había surgido entre ella y Fabián, pero algo le decía que no. Su cuñada sería infeliz en ese matrimonio. Y la verdad no quería ser testigo de eso. Pero como la esposa de Fabián debía de acudir a la boda, lo quisiera o no. Ese era su deber como una A
Un murmullo de voces lleno la iglesia, mientras todos contemplaban el caos en el que se había transformado aquella boda.—¡Tráela de regreso, Fabián!Había solicitado Orena a su hijo, pero este la había ignorado por completo.La mujer supo entonces que Diana no regresaría para casarse y esto la hizo explotar en cólera, mientras escuchaba una serie de reclamos por parte de los Russo.—Tu hija es una estúpida —bramaba el patriarca de la familia Russo—. ¿Cómo se atreve a someternos a semejante humillación delante de todo el mundo?—Lo lamento mucho —se disculpaba la mujer en voz baja—. Seguramente los nervios le han jugado una mala pasada. Ella volverá para casarse, les aseguro.—¿Y quién dice que mi hijo va a casarse con ella después de semejante escándalo? —se negó rotundo.—Por favor… —suplicó Orena por otra oportunidad para llevar a cabo aquella unión. Parecía incluso dispuesta a amarrar a su hija a una silla y hacerla firmar los papeles bajo coacción.—Todos ustedes son escoria —res