La alta figura de su esposo la esperaba debajo de la sombra de un alto e imponente árbol de Roble.La brisa sacudió el cabello de Natalia y entonces recordó la razón por la cual había elegido ese parque. Número uno, le gustaba, y, número dos, no había un lugar mejor para tratar temas tan espinosos. A medida que más se acercaba al lugar de encuentro, no pudo evitar apreciar la belleza de su marido.Era alto y musculoso.Desprendía poder y autoridad, pero también tenía un aura dulce, una que solía sacar a relucir en los momentos de intimidad. Su cabello era dorado como el sol y, justo en este momento, se movía al son del viento, del mismo viento que agitaba las ramas de los árboles y le hacía estremecer el cuerpo entero. Sus ojos no la habían captado todavía, puesto que se encontraban perdidos en la inmensidad del cielo. Era de tarde.Natalia pensó en el color de su mirada y le recordó al océano, a un océano en calma, pero que también podía volverse turbulento. Solamente esperaba q
—¿Y esto? Natalia se encontró con el armario repleto con la ropa de Fabián. —Un cambio que debía hacerse tarde o temprano. —¿Has decidido mudarte aquí sin consultarme? —lo miró sorprendida. No le molestaba la idea, pero le hubiera gustado que le informara antes. Después de todo aquello, también debía de explicárselo a sus hijos para que supieran que se avecinaban cambios importantes. “Niños, ya no pueden entrar cuando quieran en la habitación de su madre. Deben tocar la puerta primero, ¿de acuerdo?”, algo así debía decirles. —¿Necesitaba acaso avisarte? —Por supuesto —le dijo con obviedad. —A como yo lo veo, no —la rodeó por cintura y la acercó a su cuerpo, el cual desprendía un calor muy sofocante—. Eres mi mujer, Natalia. Se supone que eso ya quedó estipulado, así que dormir juntos es simplemente parte de esa realidad. —Bueno, supongo que está bien. No pudo evitar sonreír, le gustaba cuando lo decía de esa forma posesiva. Era su mujer, sí. —¿Y entonces dónde es
A la mañana siguiente, el matrimonio Arison despertó abrazado. Ambos esposos se encontraban desnudos, envueltos en sábanas de seda, pero a la vez muy satisfechos por la maravillosa noche que habían compartido juntos. Se sentían justo como en una luna de miel. Pero había un inconveniente. Fabián reparó entonces en la mirada melancólica de su mujer. Los ojos de Natalia miraban al vacío, mientras una tristeza abrumadora parecía cernirse sobre ellos.—¿Sucede algo? —le preguntó luego de darle un beso de buenos días. Ninguno parecía querer alejarse del otro y eso estaba muy bien considerando que acababan de reconciliarse.—No es nada —negó ella restándole importancia a algo que claramente le aquejaba. —¿Dime qué es? —insistió Fabián, sabiendo que aquello verdaderamente tenía que ser importante, de lo contrario, no se mostraría tan preocupada.Con un suspiro, Natalia se alejó de su abrazo y se sentó en la cama, mientras pensaba en la manera de contarle aquello sin hacerlo enfurecer.
Lo primero que Ana Paula pensó cuando ocupo un asiento en aquel consultorio fue que no deseaba estar en ese sitio.No importaba lo lindo y acogedor que parecía ser el consultorio, ni mucho menos importaba la mirada compresiva que acababa de lanzarle su psicóloga. Simplemente, la incomodidad se había instalado en su ser y se negaba a dejarla dar un paso adelante.«Recuerda la razón por la que estás aquí», le gritó su mente con una voz muy parecida a la de Fabián Arison.Ana Paula inhaló una profunda bocanada de aire para tratar de controlar su ansiedad, mientras recordaba la parte positiva de todo esto: Fabián la acompañaría a cada una de sus consultas.Si esto no le ayudaba a tomar ventaja, entonces no sabía que lo haría.Así que sí.Este era un mal necesario que debía de afrontar con valentía y determinación.—Cuéntame, Ana, ¿entiendes la razón por la que estás aquí? —preguntó su psicóloga, rompiendo el silencio que se había apoderado de la habitación.—Supongo que sí —reconoció con
Natalia estiró los brazos en la cama y se encontró con el ancho y fuerte cuerpo de su esposo justo a su lado. No pudo evitar sonreír al verlo con sus ojos cerrados, completamente apacible en medio de un sueño que parecía ser agradable. Aún no se acostumbraba del todo al despertar con alguien a su lado.Cuando vivía con Roberto, eran muy pocas las ocasiones en las que dormían juntos, ya que siempre debía marcharse por “trabajo”. Ahora llevaba más de dos semanas durmiendo al lado de un hombre y no cualquier hombre cabía mencionar, era su esposo. Fabián Arison.Todavía le parecía muy irreal todo esto, pero era cierto. Ahora su nueva rutina consistía en despertarse junto a su esposo, desayunar todos juntos, buscar a los niños al colegio y, algunos fines de semana, salían de paseo los cinco, como una familia de verdad.Todo era perfecto.—Amor, se te hará tarde para el trabajo —le tocó repetidamente el brazo con suavidad. El hombre abrió los ojos lentamente, la miró, una sonrisa somn
—¡Mamá!Diana se levantó rápidamente del suelo, mientras bajaba las escaleras a trompicones. Mientras tanto, Natalia estaba paralizada, mirándose las manos con horror, sin poder creerse que había empujado a Orena por las escaleras.Todo había sucedido demasiado rápido, su intención únicamente había sido la de alejarla de Diana, pero el desenlace había sido atronador. Ahora la vida de la mujer estaba en riesgo y si algo llegaba a pasarle, entonces sería señalada como la única culpable. Esto último la hizo reaccionar con desesperación y vociferó a todo pulmón: —¡Una ambulancia! ¡Urgente! El personal comenzó a arremolinarse alrededor de la escena, mientras alguien decía en voz alta que acababa de llamar a urgencias. Los minutos siguientes fueron desesperantes para Natalia, quien no podía hacer otra cosa que morderse las uñas debido a la ansiedad que se estaba apoderando de todo su cuerpo. «Por favor que no le pase nada. Por favor», suplicaba en su mente. Las sirenas de la ambulan
Desde que llegaron al hospital, Diana no se había despegado de su madre, en todo momento sostenía su mano y le aseguraba que estaría bien y que pronto regresarían a casa. Una vez la mujer mayor estuvo instalada en una habitación del hospital con el brazo enyesado y completamente fuera de peligro, sacó a colación aquel tema que había desencadenado semejante desastre. —Prométeme que no dirás nada sobre el niño —tomó la mano de su hija y la apretó fuertemente.—Madre, por favor, no…—Prométemelo, Diana —exigió esta vez con sus ojos azules llameantes.La joven dudó.La verdad era que no quería casarse con Ezra Russo y a pesar de que la revelación de su embarazo terminó siendo un desastre, se sintió por un breve instante liberada del peso de la mentira que todo aquello conllevaba.—Este niño es de…—Es de Russo —le interrumpió su madre, sabiendo bien que aquello no era cierto. —No, mamá —se negó a continuar con el engaño—. Es de Horacio. —¡No me importa! —dijo la mujer con los dientes
Ana Paula esperaba a Fabián en la entrada de su casa.Ese día la acompañaría a una nueva consulta con su psicóloga.Se hallaba de pie, con un vestido negro que realzaba todas las curvas de su figura, mientras su pelo ondeaba completamente suelto.Sus labios estaban pintados de un rojo intenso y esperaba que el hombre en cuestión le diese un vistazo hambriento, pero en su lugar, ni siquiera la miró a la cara mientras emprendía la marcha.—Buenos días, Ana —dijo secamente, moviendo hábilmente el volante para tomar la ruta prevista con anterioridad—. Me temo que no podre quedarme hasta el final de tu consulta. Pero le avisaré a mi chofer para que te venga a recoger —soltó sin más.Todo el buen ánimo de Ana Paula se esfumó con esas simples y cortantes palabras.¿No pensaba quedarse? Había invertido mucho tiempo en arreglarse, pero al parecer ni siquiera sería capaz de decirle que se veía hermosa o algo similar, cosa que la decepcionó bastante.Quizás fue el hecho de sentirse rechazada o