—Roberto es mi esposo, Fabián —le recordó Ana Paula, alejándose un poco y mirando hacia todos lados en busca de ojos curiosos. Lo menos que necesitaba era que las habladurías de la gente llegarán a los oídos inestables de su marido—. No quiero que este encuentro se malinterprete.—¿Por qué habría de hacerlo? —se encogió de hombros, indiferente—. Que yo sepa, no estamos haciendo nada malo. Y además, este es un lugar público en el que cualquiera puede encontrarse.—Eso lo sé —reconoció ella—. Pero, me refiero a que Roberto puede pensar diferente, así que…—¿Qué pasa? ¿Acaso no te tiene confianza? —cuestionó con interés, deseando escuchar una negativa, para recordarle que Roberto era un imbécil y que no la merecía.—Ese no es el punto, Fabián —lo reprendió rápidamente, elevando un poco la voz al ver que quería tergiversar todo. —Me iré, Ana Paula —dijo él, al ver que su presencia realmente parecía incomodarla—. Me iré porque no es mi intención causarte problemas. Pero recuerda que, si a
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