35. El peligro no ha pasado.
Horas después, aterrizamos en un pequeño aeródromo, apenas una pista iluminada por unas cuantas luces amarillentas. Me despierto con una sacudida suave mientras el avión rueda hacia un hangar aislado. El piloto, tan silencioso como siempre, baja del avión y me hace un gesto para que lo siga. La noche está fría, pero no tanto como la atmósfera que dejo atrás. Al bajar del avión, un coche oscuro me espera, y un hombre de aspecto serio, vestido de negro, me abre la puerta. No pregunta, no se presenta. Perfecto. En este momento, la discreción es mi mayor aliada. Subo al coche, y en cuanto la puerta se cierra, comenzamos a avanzar por una carretera desierta, sin un destino visible en el horizonte. Este viaje ya no tiene vuelta atrás, y aunque una parte de mí sigue tensa, vigilante, siento una especie de alivio al saber que, al menos por ahora, estoy fuera de su alcance. Pero no puedo permitirme bajar la guardia, no con Vicente en la ecuación. Mientras el coche avanza por caminos sinuosos
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