La luz del Orbe los envolvió una vez más mientras daban el siguiente paso, dejando atrás el círculo de piedra en Machu Picchu. Esta vez, el brillo no era cegador, sino más suave, como si los envolviera en un cálido abrazo. La sensación de movimiento era distinta, más fluida, como si flotaran en un río de energía que los transportaba hacia un destino invisible.Ethan mantuvo el Orbe entre sus manos, sintiendo su vibración rítmica, mientras Afrodita caminaba a su lado. Aunque sus pasos eran firmes, había una tensión en sus hombros que delataba su cautela. Aunque el silencio era absoluto, el aire estaba cargado de expectación. Ambos sabían que cada paso los acercaba a algo decisivo.De pronto, el entorno cambió. La luz se disipó, y ambos se encontraron en un lugar completamente diferente. El aire era frío, casi cortante, y un cielo gris se extendía sobre ellos, pesado y desprovisto de vida. Frente a ellos se alzaba un puente colgante hecho de cuerdas y madera, suspendido sobre un abismo
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