La cámara estaba envuelta en un silencio casi reverencial. Los ecos de la batalla con los guardianes se habían desvanecido, pero la energía del lugar seguía presente, impregnando el aire con una carga eléctrica que hacía que cada respiración se sintiera más pesada. La luz del Orbe, ahora tenue pero constante, iluminaba los rostros del grupo mientras todos intentaban procesar lo que acababa de ocurrir.Afrodita observaba a Ethan desde donde estaba, su expresión era una mezcla de alivio y preocupación. Algo había cambiado en él, pero no sabía si debía sentirse aliviada o temerosa por lo que eso significaba.Ethan permanecía inmóvil, con el Orbe en sus manos. La vibración constante del artefacto se sentía como un eco dentro de él, una conexión que parecía fortalecerse con cada momento. Pero junto con esa conexión, sentía un peso emocional, como si el artefacto estuviera transmitiéndole algo más que energía: responsabilidad.—No luches… conduce —murmuró para sí mismo, recordando las palab
El ascenso desde la cámara subterránea transcurrió en un silencio pesado, roto únicamente por los ecos de los pasos del grupo contra la piedra húmeda. A medida que avanzaban, el aire frío del exterior comenzó a filtrarse por el túnel, reemplazando la atmósfera opresiva del lugar con un alivio temporal. Pero la carga emocional seguía presente en cada uno de ellos, como una sombra que no podían ignorar.Afrodita, caminando junto a Hércules, lo miraba con atención. Aunque su fuerza física parecía intacta, el impacto del guardián había dejado una marca visible en su forma de caminar.—Sigues más callado de lo normal, Hércules —comentó Afrodita, su tono era ligero, aunque su mirada reflejaba una preocupación genuina.—Estoy procesando —respondió él, forzando una sonrisa—. No todos los días una roca gigante me lanza contra una pared.Afrodita soltó una risa suave, pero no pudo evitar pensar en lo frágil que incluso los dioses podían parecer en esta misión. Había algo más profundo afectándol
El amanecer derramaba tonos dorados sobre el horizonte, suavizando las sombras que se extendían como dedos sobre el terreno montañoso. Aunque el aire fresco del nuevo día debería haber sido un alivio, la atmósfera seguía cargada de una tensión pesada, un presagio de lo que aguardaba.Ethan sostenía el Orbe con ambas manos, sintiendo cómo el artefacto pulsaba con un ritmo que parecía imitar los latidos de su propio corazón. Cada vibración llevaba consigo una sensación inquietante, como un susurro apenas audible que prometía verdades no dichas.Detrás de él, Afrodita observaba cada movimiento del grupo con atención. Sus ojos, siempre atentos, se desviaban ocasionalmente hacia Ethan, percibiendo en él algo que no lograba descifrar. ¿Era el peso del Orbe lo que lo cambiaba, o algo más profundo que no podía ver?—¿Cuánto falta? —preguntó Hércules desde el centro de la formación, rompiendo el silencio con su habitual tono de impaciencia.Poseidón, liderando el grupo, no se giró al responder
El templo en Atenas vibraba con una energía latente, como si esperara a que sus visitantes dieran el siguiente paso. Ethan se encontraba en el centro, todavía sosteniendo el Orbe, que parecía reaccionar con las inscripciones brillantes en las paredes y el suelo.Afrodita, Hércules y Poseidón permanecían cerca, aunque la tensión era evidente. Cada uno seguía procesando las visiones perturbadoras que habían presenciado momentos antes.—Es como si el templo nos desnudara por dentro —murmuró Afrodita, frotándose los brazos como si el frío hubiera penetrado hasta sus huesos—. Nos muestra lo que tememos ser.—O lo que podemos evitar —corrigió Poseidón, aunque su tono era sombrío.Hércules sacudió la cabeza, frustrado. —Podemos filosofar todo lo que quieran después. ¿Qué hacemos ahora?Ethan no respondió de inmediato. El Orbe en sus manos latía con un ritmo constante, sincronizándose con su corazón, pero cada vibración traía consigo un destello de algo más. Fragmentos. Recuerdos enterrados.
El apagón en el templo no fue solo una ausencia de luz; fue como si el lugar se hubiera tragado todos los sonidos y sentidos, dejando al grupo suspendido en un abismo de vacío. Ethan se tambaleó, apretando el Orbe contra su pecho mientras Afrodita lo sostenía, su propia respiración agitada resonando en el silencio.—¡Hércules! ¿Dónde estás? —gritó Afrodita, el eco de su voz reverberando como si el espacio se hubiera expandido infinitamente.—¡Aquí! —respondió la voz del semidiós desde algún lugar a su derecha. Un destello de su espada iluminó brevemente las sombras, revelando su silueta tensa y alerta.Poseidón alzó su tridente, invocando una ráfaga de energía que cortó la oscuridad por un instante. Las sombras que habían invadido el templo retrocedieron como un enjambre de criaturas asustadas, pero no desaparecieron. Parecían reconfigurarse, esperando el momento oportuno para atacar de nuevo.—Esto no es natural —murmuró Poseidón, con los ojos entrecerrados mientras giraba lentamente
El claro al que habían escapado estaba rodeado por árboles altos y densos, cuyas ramas entrelazadas parecían formar un techo natural que apenas dejaba pasar la luz de la luna. Aunque el lugar estaba lejos del caos del templo, el aire seguía cargado de una inquietud palpable. Cada crujido de las hojas o susurro del viento parecía un recordatorio de que no estaban realmente a salvo.Hércules caminaba en círculos, cada paso resonando como un eco de su frustración. La espada descansaba en su mano derecha, aunque su postura mostraba que no había bajado la guardia.—No puedo creerlo —gruñó, sus palabras impregnadas de amargura—. Nos engañó completamente.Poseidón, de pie junto a un arroyo cercano, estaba inclinado hacia adelante, limpiando con paciencia el filo de su tridente. El agua reflejaba el brillo plateado del arma, contrastando con la expresión sombría del dios.—Kael es más astuto de lo que pensamos —respondió finalmente, sin levantar la vista—. Subestimarlo fue un error que no pod
El amanecer comenzó a romper el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados que parecían demasiado pacíficos para la tensión que reinaba en el claro. Hércules estaba de pie junto a un árbol, afilando su espada con movimientos mecánicos mientras sus ojos permanecían fijos en un punto indefinido. Afrodita, sentada cerca de Ethan, lo observaba de reojo, percibiendo la ira contenida en el semidiós.Poseidón había tomado una posición vigilante, caminando alrededor del claro con su tridente listo, su semblante severo y atento a cualquier signo de peligro. Ethan seguía aferrado al Orbe, sintiendo cómo las vibraciones del artefacto parecían cambiar de ritmo con cada minuto que pasaba.Afrodita rompió el silencio, dirigiéndose a Poseidón. —¿Qué tan lejos estamos del siguiente lugar que marcó el Orbe?Poseidón se detuvo, su mirada fija en el horizonte. —No lo sé con certeza. Pero si seguimos la ruta que indicó la última vez, deberíamos estar cerca de un cruce importante.—Un cruc
La caminata hacia las montañas se hacía más ardua con cada paso. El aire era más frío, y la niebla que cubría el sendero se movía como una criatura viva, envolviendo sus piernas y reduciendo su visibilidad a apenas unos metros. Cada roca parecía una amenaza para torcer un tobillo, y el peso de sus pensamientos hacía que el trayecto pareciera interminable.Lyros avanzaba detrás del grupo, sus pasos más ligeros pero también más cautelosos. Sus ojos oscilaban constantemente entre el terreno frente a él y las espaldas de sus compañeros, como si no estuviera seguro de si debía confiar en ellos o temerles.Afrodita, que caminaba cerca de Ethan, no apartaba la vista del mestizo. Había algo en él que la inquietaba, no solo su conexión con Kael, sino también la manera en que parecía debatirse entre el miedo y una determinación incierta.—¿Por qué deberíamos confiar en ti? —preguntó Hércules de repente, rompiendo el silencio que se había prolongado demasiado. Su tono era cortante, casi desafian