La caminata hacia las montañas se hacía más ardua con cada paso. El aire era más frío, y la niebla que cubría el sendero se movía como una criatura viva, envolviendo sus piernas y reduciendo su visibilidad a apenas unos metros. Cada roca parecía una amenaza para torcer un tobillo, y el peso de sus pensamientos hacía que el trayecto pareciera interminable.Lyros avanzaba detrás del grupo, sus pasos más ligeros pero también más cautelosos. Sus ojos oscilaban constantemente entre el terreno frente a él y las espaldas de sus compañeros, como si no estuviera seguro de si debía confiar en ellos o temerles.Afrodita, que caminaba cerca de Ethan, no apartaba la vista del mestizo. Había algo en él que la inquietaba, no solo su conexión con Kael, sino también la manera en que parecía debatirse entre el miedo y una determinación incierta.—¿Por qué deberíamos confiar en ti? —preguntó Hércules de repente, rompiendo el silencio que se había prolongado demasiado. Su tono era cortante, casi desafian
El rugido del desfiladero llenó el aire, como si las montañas estuvieran vivas y reclamando el control del terreno. Las sombras se alzaron con formas grotescas, cada una distorsionada por el peso de los miedos de aquellos que enfrentaban. No eran simples enemigos, sino reflejos oscuros que parecían surgir de las profundidades del alma.Afrodita sintió cómo el aire se volvía pesado a su alrededor cuando una figura surgió entre la niebla. Alta, elegante y deslumbrante, la mujer que se alzaba frente a ella llevaba la belleza como un arma. Cada movimiento era fluido, como si desafiara la gravedad. Pero no eran sus gestos lo que inquietaba a Afrodita, sino sus ojos: fríos, calculadores y llenos de juicio.—Así que esta es tu nueva forma —murmuró la sombra, con un tono que era a la vez seductor y cruel—. Qué… mundana te has vuelto.Afrodita se quedó paralizada. La voz era un eco de la suya propia, pero sin calidez, sin humanidad.—No eres real —logró decir, aunque la sombra sonrió con super
El grupo avanzaba por el sendero rocoso que los alejaba del desfiladero, pero ninguno sentía que realmente hubieran dejado atrás la batalla. Las sombras que enfrentaron no solo habían atacado sus cuerpos, sino también sus almas, dejando heridas invisibles que dolían con cada paso.Afrodita lideraba el camino, sus movimientos decididos, pero su mente estaba cargada de preguntas. Miraba de reojo a Ethan, que sujetaba el Orbe con ambas manos. El artefacto parecía absorber su energía, su luz tenue parpadeando como si compartiera la incertidumbre del grupo.—Lo que enfrentaron ahí… no es algo que cualquiera pueda superar —dijo Lyros desde atrás, rompiendo el incómodo silencio que los envolvía.Afrodita se detuvo de golpe y giró hacia él. Su mirada, normalmente amable, estaba cargada de desconfianza. —¿Cómo lo sabes?Lyros titubeó, apartando la mirada. Sus hombros se encorvaron ligeramente, como si estuviera cargando un peso invisible. —Porque yo también lo enfrenté. Las sombras, las prueba
La noche parecía más oscura mientras el grupo continuaba su marcha, guiados por la tenue luz del Orbe. Las estrellas parpadeaban débilmente sobre ellos, como si observaran desde una distancia imposible, incapaces de ofrecer consuelo.Ethan sentía la vibración del Orbe resonando en su pecho, cada pulsación más insistente que la anterior. Aunque intentaba mantener su enfoque en el sendero, había algo en el artefacto que parecía querer comunicarle algo más. Era un zumbido, un eco que rozaba los bordes de su mente, pero que no podía comprender por completo.Afrodita caminaba a su lado, con una expresión mezcla de preocupación y alerta. Su mirada no se apartaba de Ethan, consciente de que el peso del Orbe lo estaba desgastando.—¿Estás bien? —preguntó, con un tono suave pero firme.Ethan asintió, aunque su rostro reflejaba una tensión evidente. —Estoy bien… solo cansado.Desde atrás, Hércules lanzó un bufido, golpeando una roca con el pie. —Cansados estamos todos. Pero ese Orbe parece que
La entrada a la caverna se alzaba frente al grupo como una boca abierta, sus bordes irregulares cubiertos de una capa de musgo brillante que parecía pulsar con vida propia. Desde su interior emanaba una brisa fría, cargada con un olor metálico que hacía que incluso Hércules, acostumbrado al olor de la sangre en batalla, frunciera el ceño.El Orbe en las manos de Ethan vibraba con una frecuencia constante, como si estuviera reaccionando a algo en lo profundo de la caverna. Aunque había perdido algo de su intensidad desde las pruebas frente a la barrera, seguía proyectando una luz tenue que iluminaba los primeros metros del túnel.—Esto no se siente bien —murmuró Afrodita, abrazándose ligeramente mientras miraba la oscuridad.Poseidón avanzó hasta colocarse junto a Ethan. Su tridente brillaba débilmente, proyectando sombras que parecían moverse más de lo que deberían. —No lo es. Pero no tenemos otra opción.Ethan permanecía en silencio, sus ojos fijos en el Orbe. Desde que recobró el fr
La caverna parecía un abismo sin fin. Cada paso resonaba con un eco inquietante que multiplicaba el peso de la tensión en el aire. Aunque las sombras se habían disipado momentáneamente, una presencia opresiva seguía atenazándolos, como si el Fragmento mismo los observara con malicia.El Orbe en las manos de Ethan vibraba erráticamente, y su tenue luz no ofrecía consuelo. Afrodita permanecía cerca de él, con los ojos constantemente evaluando su estado. Había algo distinto en Ethan desde que cruzaron la barrera: un peso en sus movimientos, un vacío en su mirada.Hércules, caminando detrás, rompió el silencio con un tono impaciente. —Esto no puede seguir así. Ethan está al límite, y nosotros también.—¿Qué sugieres? —respondió Afrodita, girándose hacia él con una expresión de exasperación—. ¿Que lo dejemos aquí?—¡Sugiero que pensemos! —gruñó Hércules, señalando el Orbe con su espada—. Ese artefacto lo está matando, y no tenemos idea de cómo ayudarlo.—No estamos aquí para debatir, Hércu
El eco de la explosión que siguió a la desaparición de Kael aún resonaba en las paredes de la caverna. La energía que dejó a su paso continuaba vibrando, una amenaza intangible que recordaba al grupo lo cerca que estaban del desastre.Ethan seguía de rodillas frente al Fragmento, jadeando mientras apretaba el Orbe contra su pecho. Su cuerpo temblaba bajo el peso de lo que acababa de experimentar, y su mente era un torbellino de emociones y recuerdos.Afrodita se arrodilló junto a él, colocando una mano en su hombro. La luz dorada que la rodeaba era tenue, casi agotada por el esfuerzo de proteger al grupo. —Ethan, ¿puedes oírme?Él levantó la mirada hacia ella, sus ojos nublados por las lágrimas y la confusión. —Fallé. Diego… Hércules…Afrodita sacudió la cabeza, su tono firme pero compasivo. —No fallaste. Sigues aquí, y eso significa que todavía tienes la oportunidad de luchar.Poseidón, de pie a unos metros, evaluaba la situación con una mirada grave. Su tridente brillaba débilmente,
La salida de la caverna los recibió con un amanecer tenue, donde los tonos dorados apenas lograban disipar las sombras que se extendían como heridas abiertas en el paisaje. Las montañas cercanas parecían observarlos con indiferencia, imponentes e inamovibles, mientras el grupo avanzaba con pasos pesados. Cada inhalación traía consigo el aire húmedo y denso de la selva, mezclado con el peso del cansancio y la pérdida.Ethan caminaba detrás de Afrodita y Poseidón, sosteniendo el Orbe con ambas manos como si temiera que pudiera desaparecer si lo soltaba. Ya no se sentía digno de portarlo, pero tampoco podía imaginarse separándose de él. Su luz dorada era tenue, apenas un eco del resplandor que había mostrado durante la batalla en el Fragmento.Afrodita caminaba a su lado, lanzándole miradas furtivas. Cada vez que Ethan tropezaba o parecía perder el equilibrio, ella tensaba sus manos como si quisiera sujetarlo, pero no lo hacía. Sabía que la herida en su espíritu no podía curarse con un s