La entrada a la caverna se alzaba frente al grupo como una boca abierta, sus bordes irregulares cubiertos de una capa de musgo brillante que parecía pulsar con vida propia. Desde su interior emanaba una brisa fría, cargada con un olor metálico que hacía que incluso Hércules, acostumbrado al olor de la sangre en batalla, frunciera el ceño.El Orbe en las manos de Ethan vibraba con una frecuencia constante, como si estuviera reaccionando a algo en lo profundo de la caverna. Aunque había perdido algo de su intensidad desde las pruebas frente a la barrera, seguía proyectando una luz tenue que iluminaba los primeros metros del túnel.—Esto no se siente bien —murmuró Afrodita, abrazándose ligeramente mientras miraba la oscuridad.Poseidón avanzó hasta colocarse junto a Ethan. Su tridente brillaba débilmente, proyectando sombras que parecían moverse más de lo que deberían. —No lo es. Pero no tenemos otra opción.Ethan permanecía en silencio, sus ojos fijos en el Orbe. Desde que recobró el fr
La caverna parecía un abismo sin fin. Cada paso resonaba con un eco inquietante que multiplicaba el peso de la tensión en el aire. Aunque las sombras se habían disipado momentáneamente, una presencia opresiva seguía atenazándolos, como si el Fragmento mismo los observara con malicia.El Orbe en las manos de Ethan vibraba erráticamente, y su tenue luz no ofrecía consuelo. Afrodita permanecía cerca de él, con los ojos constantemente evaluando su estado. Había algo distinto en Ethan desde que cruzaron la barrera: un peso en sus movimientos, un vacío en su mirada.Hércules, caminando detrás, rompió el silencio con un tono impaciente. —Esto no puede seguir así. Ethan está al límite, y nosotros también.—¿Qué sugieres? —respondió Afrodita, girándose hacia él con una expresión de exasperación—. ¿Que lo dejemos aquí?—¡Sugiero que pensemos! —gruñó Hércules, señalando el Orbe con su espada—. Ese artefacto lo está matando, y no tenemos idea de cómo ayudarlo.—No estamos aquí para debatir, Hércu
El eco de la explosión que siguió a la desaparición de Kael aún resonaba en las paredes de la caverna. La energía que dejó a su paso continuaba vibrando, una amenaza intangible que recordaba al grupo lo cerca que estaban del desastre.Ethan seguía de rodillas frente al Fragmento, jadeando mientras apretaba el Orbe contra su pecho. Su cuerpo temblaba bajo el peso de lo que acababa de experimentar, y su mente era un torbellino de emociones y recuerdos.Afrodita se arrodilló junto a él, colocando una mano en su hombro. La luz dorada que la rodeaba era tenue, casi agotada por el esfuerzo de proteger al grupo. —Ethan, ¿puedes oírme?Él levantó la mirada hacia ella, sus ojos nublados por las lágrimas y la confusión. —Fallé. Diego… Hércules…Afrodita sacudió la cabeza, su tono firme pero compasivo. —No fallaste. Sigues aquí, y eso significa que todavía tienes la oportunidad de luchar.Poseidón, de pie a unos metros, evaluaba la situación con una mirada grave. Su tridente brillaba débilmente,
La salida de la caverna los recibió con un amanecer tenue, donde los tonos dorados apenas lograban disipar las sombras que se extendían como heridas abiertas en el paisaje. Las montañas cercanas parecían observarlos con indiferencia, imponentes e inamovibles, mientras el grupo avanzaba con pasos pesados. Cada inhalación traía consigo el aire húmedo y denso de la selva, mezclado con el peso del cansancio y la pérdida.Ethan caminaba detrás de Afrodita y Poseidón, sosteniendo el Orbe con ambas manos como si temiera que pudiera desaparecer si lo soltaba. Ya no se sentía digno de portarlo, pero tampoco podía imaginarse separándose de él. Su luz dorada era tenue, apenas un eco del resplandor que había mostrado durante la batalla en el Fragmento.Afrodita caminaba a su lado, lanzándole miradas furtivas. Cada vez que Ethan tropezaba o parecía perder el equilibrio, ella tensaba sus manos como si quisiera sujetarlo, pero no lo hacía. Sabía que la herida en su espíritu no podía curarse con un s
Las ruinas del templo de Atenas eran un eco de tiempos gloriosos y olvidados. Las columnas rotas parecían inclinarse hacia el grupo, observándolos con un juicio silencioso. El mármol desgastado por los siglos reflejaba un tenue brillo bajo la luz del atardecer, mientras los susurros del viento traían consigo un escalofrío que calaba hasta los huesos.Atenea lideraba al grupo, cada paso suyo firme y deliberado, como si el suelo mismo respondiera a su autoridad. Artemisa caminaba a su lado, con el arco medio tensado y los ojos fijos en las sombras que se extendían entre las columnas. Detrás de ellas, los mestizos seguían en formación dispersa, sus miradas oscilando entre la curiosidad, la cautela y la incomodidad.Cora cerraba la marcha. Aunque sus pies seguían avanzando, su mente estaba atrapada en las inscripciones que adornaban las paredes y columnas del templo. Los símbolos brillaban con una luz dorada que parecía latir, como si fueran parte de un sistema vivo. Algo en ellos la inqu
El sol comenzaba a elevarse sobre las montañas, su luz dorada extendiéndose como un manto sobre las ruinas de Machu Picchu. El paisaje era majestuoso, un testimonio silencioso de una civilización que había conocido secretos insondables. Pero para Ethan, aquella belleza carecía de significado.Caminaba detrás del grupo, cada paso más lento que el anterior. El Orbe, su fuente de fuerza y propósito, ya no estaba con él. Lo único que quedaba era un vacío que no podía llenar, una sensación de pérdida tan profunda que le costaba respirar. Pero no era solo el Orbe lo que pesaba en su corazón. Había perdido también a Hércules, quien había luchado con honor hasta su último aliento, y a Diego, su mejor amigo, cuya muerte todavía aparecía en destellos fragmentados de memoria, como un recuerdo que su mente se negaba a procesar del todo.Afrodita lo observaba mientras avanzaban. Aunque su mirada parecía tranquila, había en ella un destello de preocupación. Había algo roto en Ethan, algo que lo ale
La noche cubría las montañas de Machu Picchu como un velo de sombras inquietantes. El aire era pesado, impregnado con el aroma húmedo de la vegetación que crecía salvaje en los acantilados. Las estrellas titilaban débilmente en el cielo, como si observaran en silencio el drama que se desarrollaba bajo su luz tenue.En el campamento improvisado, la fogata ardía con dificultad, sus llamas lanzando destellos anaranjados que apenas lograban iluminar los rostros cansados de Afrodita, Poseidón y Lyros. Cada chispa parecía un eco de la lucha interna que todos sabían que Ethan estaba enfrentando, aunque ninguno lo mencionara en voz alta.Afrodita permanecía inmóvil cerca del fuego, sus ojos fijos en las llamas, pero su mente estaba a kilómetros de distancia. Desde que Ethan se había apartado tras la cena, una inquietud la carcomía por dentro. Había algo en él, una fragilidad que ocultaba tras su fachada de fuerza, que Afrodita podía ver claramente. Y ahora esa fragilidad parecía al borde de r
El amanecer llegó con una suavidad engañosa, tiñendo el cielo de tonos dorados que se derramaban sobre las montañas de Machu Picchu. Cada rayo de luz parecía un recordatorio de la belleza eterna del mundo, pero para el grupo, la atmósfera estaba cargada de una tensión que ni el esplendor del paisaje podía disipar.Afrodita estaba de pie al borde del campamento, su figura inmóvil mientras sus ojos seguían fijos en el sendero que Ethan había tomado en la noche. Había algo en su postura que denotaba lucha interna, una mezcla entre la esperanza de que él regresara y la certeza de que no lo haría por sí solo.Detrás de ella, Poseidón se movía con pasos calculados, su tridente descansando sobre su hombro. Aunque mantenía su usual aire de autoridad y firmeza, su silencio traicionaba una preocupación latente. Sabía que el grupo no podía permitirse más fracturas, no después de la caída de Hércules y la pérdida del Orbe.—Si sigue adelante, no regresará —dijo finalmente, rompiendo el silencio c