El amanecer llegó con una suavidad engañosa, tiñendo el cielo de tonos dorados que se derramaban sobre las montañas de Machu Picchu. Cada rayo de luz parecía un recordatorio de la belleza eterna del mundo, pero para el grupo, la atmósfera estaba cargada de una tensión que ni el esplendor del paisaje podía disipar.Afrodita estaba de pie al borde del campamento, su figura inmóvil mientras sus ojos seguían fijos en el sendero que Ethan había tomado en la noche. Había algo en su postura que denotaba lucha interna, una mezcla entre la esperanza de que él regresara y la certeza de que no lo haría por sí solo.Detrás de ella, Poseidón se movía con pasos calculados, su tridente descansando sobre su hombro. Aunque mantenía su usual aire de autoridad y firmeza, su silencio traicionaba una preocupación latente. Sabía que el grupo no podía permitirse más fracturas, no después de la caída de Hércules y la pérdida del Orbe.—Si sigue adelante, no regresará —dijo finalmente, rompiendo el silencio c
La luz del amanecer derramaba sus rayos sobre las montañas de Machu Picchu, tiñendo el campamento de tonos cálidos que contrastaban con la frialdad de la atmósfera entre los presentes. Afrodita y Ethan habían regresado justo antes de que el sol despuntara, sus pasos marcados por un silencio denso, casi palpable.Poseidón estaba de pie junto a la fogata, su tridente apoyado en una roca cercana. Su mirada recorrió a Ethan con un juicio visible, que no se molestó en disimular. Cada línea de su rostro parecía esculpida en desaprobación.Lyros, que revisaba su arco a pocos metros, levantó la vista al verlos llegar, pero se limitó a observar en silencio. Ethan se detuvo a unos pasos del campamento, manteniendo la distancia, su cuerpo rígido y su mirada fija en el suelo. Afrodita se quedó a su lado, sintiendo el peso de su incertidumbre como si fuera propio.Poseidón habló primero, rompiendo el tenso silencio con un tono cargado de sarcasmo. —Veo que decidiste regresar.Ethan alzó la vista c
La brisa fría del amanecer acariciaba las ruinas del templo de Atenas, donde las columnas de mármol roto se alzaban como espectros de un pasado glorioso. El cielo, teñido de tonos rosados y anaranjados, parecía enmarcar el lugar como si contuviera su propio juicio sobre lo que estaba por ocurrir.Atenea caminaba con determinación, su casco brillando bajo los primeros rayos de sol, mientras sus ojos escudriñaban cada grieta y sombra del terreno. A su lado, Artemisa avanzaba en silencio, sus pasos ligeros como los de un depredador al acecho, su arco listo para disparar en cualquier momento.—¿Crees que encontrarán algo útil aquí? —preguntó Cora, su voz temblando levemente, pero cargada de curiosidad.La joven mestiza seguía de cerca a las diosas, intentando igualar su paso. Aunque su apariencia era sencilla —ropa práctica y desgastada, un arco colgando de su espalda—, había algo en su porte que hablaba de una valentía que aún no comprendía del todo.Atenea no se giró al responder, sus p
La noche había caído sobre las montañas de Machu Picchu, envolviendo el campamento en una oscuridad pesada y casi tangible. Solo el parpadeo de la fogata iluminaba los rostros cansados de los presentes, proyectando sombras alargadas que bailaban como espectros entre las rocas. Afrodita estaba sentada cerca de Ethan, pero mantenía cierta distancia, observándolo con una mezcla de preocupación y cautela.Ethan, por su parte, apenas notaba su presencia. Su mirada estaba fija en las llamas, pero sus pensamientos estaban muy lejos, atrapados en un torbellino de culpa y desesperación. Desde que había regresado, el peso de sus decisiones lo seguía aplastando, pero lo que más lo atormentaba era la desconexión con el Orbe. Aunque su eco seguía presente en forma de un latido lejano, era como si estuviera atrapado detrás de un muro que no podía romper.—Kael no se detendrá —dijo Lyros de repente, su voz cortando el silencio con un tono grave y cansado. Estaba sentado junto a Poseidón, sus manos o
El cielo era un lienzo gris cargado de electricidad, como si las nubes mismas aguardaran el momento de estallar en tormenta. El viento rugía entre las montañas de Machu Picchu, agitando las capas de los dioses y mestizos reunidos en un claro protegido por rocas cubiertas de musgo y líquenes. Allí, en el centro, se erigía Zeus.Su presencia dominaba el espacio. La armadura dorada que llevaba parecía brillar con una luz propia, reflejando una autoridad que iba más allá de las palabras. Su rayo descansaba en su mano derecha, emitiendo un leve zumbido, como si compartiera su furia contenida. Alrededor de él, los líderes del grupo aguardaban, sus rostros tensos mientras el juicio de Zeus pesaba sobre ellos como una nube opresiva.Ethan estaba entre ellos, pero se mantenía ligeramente apartado. Desde que perdió el Orbe, sentía que cada mirada de Zeus era una daga invisible que se clavaba en su orgullo y en su ya frágil confianza. Aunque Afrodita permanecía cerca, su sola presencia no bastab
Las montañas de Machu Picchu se alzaban imponentes bajo un cielo cargado de nubes grises. El viento rugía con fuerza, azotando los acantilados y susurrando entre las piedras como si la misma tierra tratara de advertirles sobre lo que estaba por venir. Las sombras de la noche anterior aún parecían acechar a Ethan, Afrodita, Poseidón y Lyros mientras avanzaban por un estrecho sendero que serpenteaba hacia un destino desconocido.Ethan caminaba al frente, con los hombros tensos y el rostro sombrío. A pesar de la conexión renovada con el Orbe, la culpa y las dudas seguían ancladas en su mente, un peso que no podía ignorar. Afrodita lo seguía de cerca, sus ojos siempre atentos a cualquier señal de que pudiera flaquear.—El clima no es el único enemigo aquí —dijo Poseidón desde atrás, ajustando su tridente mientras miraba el cielo cargado de tormentas.Lyros, caminando junto a él, asentía mientras revisaba las flechas en su carcaj. —Kael siempre está un paso adelante. Si sabe que nos dirigi
La habitación estaba envuelta en penumbra, iluminada solo por un fuego tenue que chisporroteaba en el centro de una amplia sala de piedra. Las paredes, cubiertas de inscripciones y símbolos antiguos, parecían pulsar con una energía oscura que resonaba en el aire.Kael estaba sentado en un trono tallado en roca negra, con un Fragmento brillando débilmente en la palma de su mano. Sus ojos, dos pozos profundos de malicia e intensidad, observaban la luz danzante mientras sus pensamientos giraban en un remolino de recuerdos, estrategias y deseos.En un rincón, un grupo de figuras encapuchadas esperaba en silencio. Eran mestizos, pero no como los que acompañaban a los dioses. Sus miradas eran sombrías, y sus cuerpos mostraban cicatrices tanto físicas como emocionales. Ellos habían sido abandonados, olvidados por los mismos dioses que ahora clamaban por proteger el mundo.Kael levantó la mirada hacia ellos, su sonrisa torcida iluminada por el fuego.—Han pasado años desde que los dioses deci
El amanecer llegó con una luz débil que apenas lograba atravesar la espesa neblina que cubría las montañas. El campamento estaba sumido en un silencio pesado, solo interrumpido por el crujido ocasional de una rama bajo el viento. El aire cargado de humedad parecía reflejar el estado de ánimo de los que allí descansaban.Afrodita despertó primero. Sus ojos buscaron instintivamente a Ethan, como si su presencia fuera un ancla necesaria en medio del caos. Lo encontró sentado en el borde de un saliente, la mirada perdida en el horizonte. Su silueta parecía más pequeña de lo habitual, como si el peso que cargaba en su interior lo estuviera aplastando físicamente.Afrodita se levantó en silencio, dejando que el frío de la mañana mordiera su piel mientras caminaba hacia él. Aunque su conexión con Ethan había crecido en las últimas semanas, algo en su postura le indicó que esta vez sus palabras podrían no ser suficientes.—¿No has dormido? —preguntó, sentándose cuidadosamente a su lado.Ethan