Las ruinas del templo de Atenas eran un eco de tiempos gloriosos y olvidados. Las columnas rotas parecían inclinarse hacia el grupo, observándolos con un juicio silencioso. El mármol desgastado por los siglos reflejaba un tenue brillo bajo la luz del atardecer, mientras los susurros del viento traían consigo un escalofrío que calaba hasta los huesos.Atenea lideraba al grupo, cada paso suyo firme y deliberado, como si el suelo mismo respondiera a su autoridad. Artemisa caminaba a su lado, con el arco medio tensado y los ojos fijos en las sombras que se extendían entre las columnas. Detrás de ellas, los mestizos seguían en formación dispersa, sus miradas oscilando entre la curiosidad, la cautela y la incomodidad.Cora cerraba la marcha. Aunque sus pies seguían avanzando, su mente estaba atrapada en las inscripciones que adornaban las paredes y columnas del templo. Los símbolos brillaban con una luz dorada que parecía latir, como si fueran parte de un sistema vivo. Algo en ellos la inqu
El sol comenzaba a elevarse sobre las montañas, su luz dorada extendiéndose como un manto sobre las ruinas de Machu Picchu. El paisaje era majestuoso, un testimonio silencioso de una civilización que había conocido secretos insondables. Pero para Ethan, aquella belleza carecía de significado.Caminaba detrás del grupo, cada paso más lento que el anterior. El Orbe, su fuente de fuerza y propósito, ya no estaba con él. Lo único que quedaba era un vacío que no podía llenar, una sensación de pérdida tan profunda que le costaba respirar. Pero no era solo el Orbe lo que pesaba en su corazón. Había perdido también a Hércules, quien había luchado con honor hasta su último aliento, y a Diego, su mejor amigo, cuya muerte todavía aparecía en destellos fragmentados de memoria, como un recuerdo que su mente se negaba a procesar del todo.Afrodita lo observaba mientras avanzaban. Aunque su mirada parecía tranquila, había en ella un destello de preocupación. Había algo roto en Ethan, algo que lo ale
La noche cubría las montañas de Machu Picchu como un velo de sombras inquietantes. El aire era pesado, impregnado con el aroma húmedo de la vegetación que crecía salvaje en los acantilados. Las estrellas titilaban débilmente en el cielo, como si observaran en silencio el drama que se desarrollaba bajo su luz tenue.En el campamento improvisado, la fogata ardía con dificultad, sus llamas lanzando destellos anaranjados que apenas lograban iluminar los rostros cansados de Afrodita, Poseidón y Lyros. Cada chispa parecía un eco de la lucha interna que todos sabían que Ethan estaba enfrentando, aunque ninguno lo mencionara en voz alta.Afrodita permanecía inmóvil cerca del fuego, sus ojos fijos en las llamas, pero su mente estaba a kilómetros de distancia. Desde que Ethan se había apartado tras la cena, una inquietud la carcomía por dentro. Había algo en él, una fragilidad que ocultaba tras su fachada de fuerza, que Afrodita podía ver claramente. Y ahora esa fragilidad parecía al borde de r
El amanecer llegó con una suavidad engañosa, tiñendo el cielo de tonos dorados que se derramaban sobre las montañas de Machu Picchu. Cada rayo de luz parecía un recordatorio de la belleza eterna del mundo, pero para el grupo, la atmósfera estaba cargada de una tensión que ni el esplendor del paisaje podía disipar.Afrodita estaba de pie al borde del campamento, su figura inmóvil mientras sus ojos seguían fijos en el sendero que Ethan había tomado en la noche. Había algo en su postura que denotaba lucha interna, una mezcla entre la esperanza de que él regresara y la certeza de que no lo haría por sí solo.Detrás de ella, Poseidón se movía con pasos calculados, su tridente descansando sobre su hombro. Aunque mantenía su usual aire de autoridad y firmeza, su silencio traicionaba una preocupación latente. Sabía que el grupo no podía permitirse más fracturas, no después de la caída de Hércules y la pérdida del Orbe.—Si sigue adelante, no regresará —dijo finalmente, rompiendo el silencio c
La luz del amanecer derramaba sus rayos sobre las montañas de Machu Picchu, tiñendo el campamento de tonos cálidos que contrastaban con la frialdad de la atmósfera entre los presentes. Afrodita y Ethan habían regresado justo antes de que el sol despuntara, sus pasos marcados por un silencio denso, casi palpable.Poseidón estaba de pie junto a la fogata, su tridente apoyado en una roca cercana. Su mirada recorrió a Ethan con un juicio visible, que no se molestó en disimular. Cada línea de su rostro parecía esculpida en desaprobación.Lyros, que revisaba su arco a pocos metros, levantó la vista al verlos llegar, pero se limitó a observar en silencio. Ethan se detuvo a unos pasos del campamento, manteniendo la distancia, su cuerpo rígido y su mirada fija en el suelo. Afrodita se quedó a su lado, sintiendo el peso de su incertidumbre como si fuera propio.Poseidón habló primero, rompiendo el tenso silencio con un tono cargado de sarcasmo. —Veo que decidiste regresar.Ethan alzó la vista c
La brisa fría del amanecer acariciaba las ruinas del templo de Atenas, donde las columnas de mármol roto se alzaban como espectros de un pasado glorioso. El cielo, teñido de tonos rosados y anaranjados, parecía enmarcar el lugar como si contuviera su propio juicio sobre lo que estaba por ocurrir.Atenea caminaba con determinación, su casco brillando bajo los primeros rayos de sol, mientras sus ojos escudriñaban cada grieta y sombra del terreno. A su lado, Artemisa avanzaba en silencio, sus pasos ligeros como los de un depredador al acecho, su arco listo para disparar en cualquier momento.—¿Crees que encontrarán algo útil aquí? —preguntó Cora, su voz temblando levemente, pero cargada de curiosidad.La joven mestiza seguía de cerca a las diosas, intentando igualar su paso. Aunque su apariencia era sencilla —ropa práctica y desgastada, un arco colgando de su espalda—, había algo en su porte que hablaba de una valentía que aún no comprendía del todo.Atenea no se giró al responder, sus p
La noche había caído sobre las montañas de Machu Picchu, envolviendo el campamento en una oscuridad pesada y casi tangible. Solo el parpadeo de la fogata iluminaba los rostros cansados de los presentes, proyectando sombras alargadas que bailaban como espectros entre las rocas. Afrodita estaba sentada cerca de Ethan, pero mantenía cierta distancia, observándolo con una mezcla de preocupación y cautela.Ethan, por su parte, apenas notaba su presencia. Su mirada estaba fija en las llamas, pero sus pensamientos estaban muy lejos, atrapados en un torbellino de culpa y desesperación. Desde que había regresado, el peso de sus decisiones lo seguía aplastando, pero lo que más lo atormentaba era la desconexión con el Orbe. Aunque su eco seguía presente en forma de un latido lejano, era como si estuviera atrapado detrás de un muro que no podía romper.—Kael no se detendrá —dijo Lyros de repente, su voz cortando el silencio con un tono grave y cansado. Estaba sentado junto a Poseidón, sus manos o
El cielo era un lienzo gris cargado de electricidad, como si las nubes mismas aguardaran el momento de estallar en tormenta. El viento rugía entre las montañas de Machu Picchu, agitando las capas de los dioses y mestizos reunidos en un claro protegido por rocas cubiertas de musgo y líquenes. Allí, en el centro, se erigía Zeus.Su presencia dominaba el espacio. La armadura dorada que llevaba parecía brillar con una luz propia, reflejando una autoridad que iba más allá de las palabras. Su rayo descansaba en su mano derecha, emitiendo un leve zumbido, como si compartiera su furia contenida. Alrededor de él, los líderes del grupo aguardaban, sus rostros tensos mientras el juicio de Zeus pesaba sobre ellos como una nube opresiva.Ethan estaba entre ellos, pero se mantenía ligeramente apartado. Desde que perdió el Orbe, sentía que cada mirada de Zeus era una daga invisible que se clavaba en su orgullo y en su ya frágil confianza. Aunque Afrodita permanecía cerca, su sola presencia no bastab