El templo en Atenas vibraba con una energía latente, como si esperara a que sus visitantes dieran el siguiente paso. Ethan se encontraba en el centro, todavía sosteniendo el Orbe, que parecía reaccionar con las inscripciones brillantes en las paredes y el suelo.Afrodita, Hércules y Poseidón permanecían cerca, aunque la tensión era evidente. Cada uno seguía procesando las visiones perturbadoras que habían presenciado momentos antes.—Es como si el templo nos desnudara por dentro —murmuró Afrodita, frotándose los brazos como si el frío hubiera penetrado hasta sus huesos—. Nos muestra lo que tememos ser.—O lo que podemos evitar —corrigió Poseidón, aunque su tono era sombrío.Hércules sacudió la cabeza, frustrado. —Podemos filosofar todo lo que quieran después. ¿Qué hacemos ahora?Ethan no respondió de inmediato. El Orbe en sus manos latía con un ritmo constante, sincronizándose con su corazón, pero cada vibración traía consigo un destello de algo más. Fragmentos. Recuerdos enterrados.
El apagón en el templo no fue solo una ausencia de luz; fue como si el lugar se hubiera tragado todos los sonidos y sentidos, dejando al grupo suspendido en un abismo de vacío. Ethan se tambaleó, apretando el Orbe contra su pecho mientras Afrodita lo sostenía, su propia respiración agitada resonando en el silencio.—¡Hércules! ¿Dónde estás? —gritó Afrodita, el eco de su voz reverberando como si el espacio se hubiera expandido infinitamente.—¡Aquí! —respondió la voz del semidiós desde algún lugar a su derecha. Un destello de su espada iluminó brevemente las sombras, revelando su silueta tensa y alerta.Poseidón alzó su tridente, invocando una ráfaga de energía que cortó la oscuridad por un instante. Las sombras que habían invadido el templo retrocedieron como un enjambre de criaturas asustadas, pero no desaparecieron. Parecían reconfigurarse, esperando el momento oportuno para atacar de nuevo.—Esto no es natural —murmuró Poseidón, con los ojos entrecerrados mientras giraba lentamente
El claro al que habían escapado estaba rodeado por árboles altos y densos, cuyas ramas entrelazadas parecían formar un techo natural que apenas dejaba pasar la luz de la luna. Aunque el lugar estaba lejos del caos del templo, el aire seguía cargado de una inquietud palpable. Cada crujido de las hojas o susurro del viento parecía un recordatorio de que no estaban realmente a salvo.Hércules caminaba en círculos, cada paso resonando como un eco de su frustración. La espada descansaba en su mano derecha, aunque su postura mostraba que no había bajado la guardia.—No puedo creerlo —gruñó, sus palabras impregnadas de amargura—. Nos engañó completamente.Poseidón, de pie junto a un arroyo cercano, estaba inclinado hacia adelante, limpiando con paciencia el filo de su tridente. El agua reflejaba el brillo plateado del arma, contrastando con la expresión sombría del dios.—Kael es más astuto de lo que pensamos —respondió finalmente, sin levantar la vista—. Subestimarlo fue un error que no pod
El amanecer comenzó a romper el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados que parecían demasiado pacíficos para la tensión que reinaba en el claro. Hércules estaba de pie junto a un árbol, afilando su espada con movimientos mecánicos mientras sus ojos permanecían fijos en un punto indefinido. Afrodita, sentada cerca de Ethan, lo observaba de reojo, percibiendo la ira contenida en el semidiós.Poseidón había tomado una posición vigilante, caminando alrededor del claro con su tridente listo, su semblante severo y atento a cualquier signo de peligro. Ethan seguía aferrado al Orbe, sintiendo cómo las vibraciones del artefacto parecían cambiar de ritmo con cada minuto que pasaba.Afrodita rompió el silencio, dirigiéndose a Poseidón. —¿Qué tan lejos estamos del siguiente lugar que marcó el Orbe?Poseidón se detuvo, su mirada fija en el horizonte. —No lo sé con certeza. Pero si seguimos la ruta que indicó la última vez, deberíamos estar cerca de un cruce importante.—Un cruc
La caminata hacia las montañas se hacía más ardua con cada paso. El aire era más frío, y la niebla que cubría el sendero se movía como una criatura viva, envolviendo sus piernas y reduciendo su visibilidad a apenas unos metros. Cada roca parecía una amenaza para torcer un tobillo, y el peso de sus pensamientos hacía que el trayecto pareciera interminable.Lyros avanzaba detrás del grupo, sus pasos más ligeros pero también más cautelosos. Sus ojos oscilaban constantemente entre el terreno frente a él y las espaldas de sus compañeros, como si no estuviera seguro de si debía confiar en ellos o temerles.Afrodita, que caminaba cerca de Ethan, no apartaba la vista del mestizo. Había algo en él que la inquietaba, no solo su conexión con Kael, sino también la manera en que parecía debatirse entre el miedo y una determinación incierta.—¿Por qué deberíamos confiar en ti? —preguntó Hércules de repente, rompiendo el silencio que se había prolongado demasiado. Su tono era cortante, casi desafian
El rugido del desfiladero llenó el aire, como si las montañas estuvieran vivas y reclamando el control del terreno. Las sombras se alzaron con formas grotescas, cada una distorsionada por el peso de los miedos de aquellos que enfrentaban. No eran simples enemigos, sino reflejos oscuros que parecían surgir de las profundidades del alma.Afrodita sintió cómo el aire se volvía pesado a su alrededor cuando una figura surgió entre la niebla. Alta, elegante y deslumbrante, la mujer que se alzaba frente a ella llevaba la belleza como un arma. Cada movimiento era fluido, como si desafiara la gravedad. Pero no eran sus gestos lo que inquietaba a Afrodita, sino sus ojos: fríos, calculadores y llenos de juicio.—Así que esta es tu nueva forma —murmuró la sombra, con un tono que era a la vez seductor y cruel—. Qué… mundana te has vuelto.Afrodita se quedó paralizada. La voz era un eco de la suya propia, pero sin calidez, sin humanidad.—No eres real —logró decir, aunque la sombra sonrió con super
El grupo avanzaba por el sendero rocoso que los alejaba del desfiladero, pero ninguno sentía que realmente hubieran dejado atrás la batalla. Las sombras que enfrentaron no solo habían atacado sus cuerpos, sino también sus almas, dejando heridas invisibles que dolían con cada paso.Afrodita lideraba el camino, sus movimientos decididos, pero su mente estaba cargada de preguntas. Miraba de reojo a Ethan, que sujetaba el Orbe con ambas manos. El artefacto parecía absorber su energía, su luz tenue parpadeando como si compartiera la incertidumbre del grupo.—Lo que enfrentaron ahí… no es algo que cualquiera pueda superar —dijo Lyros desde atrás, rompiendo el incómodo silencio que los envolvía.Afrodita se detuvo de golpe y giró hacia él. Su mirada, normalmente amable, estaba cargada de desconfianza. —¿Cómo lo sabes?Lyros titubeó, apartando la mirada. Sus hombros se encorvaron ligeramente, como si estuviera cargando un peso invisible. —Porque yo también lo enfrenté. Las sombras, las prueba
La noche parecía más oscura mientras el grupo continuaba su marcha, guiados por la tenue luz del Orbe. Las estrellas parpadeaban débilmente sobre ellos, como si observaran desde una distancia imposible, incapaces de ofrecer consuelo.Ethan sentía la vibración del Orbe resonando en su pecho, cada pulsación más insistente que la anterior. Aunque intentaba mantener su enfoque en el sendero, había algo en el artefacto que parecía querer comunicarle algo más. Era un zumbido, un eco que rozaba los bordes de su mente, pero que no podía comprender por completo.Afrodita caminaba a su lado, con una expresión mezcla de preocupación y alerta. Su mirada no se apartaba de Ethan, consciente de que el peso del Orbe lo estaba desgastando.—¿Estás bien? —preguntó, con un tono suave pero firme.Ethan asintió, aunque su rostro reflejaba una tensión evidente. —Estoy bien… solo cansado.Desde atrás, Hércules lanzó un bufido, golpeando una roca con el pie. —Cansados estamos todos. Pero ese Orbe parece que