Todos los capítulos de TE RECHAZO COMO MI ESPOSA: brasileño desalmado: Capítulo 31 - Capítulo 40
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31. Una verdad revelada
Gala parpadeó, confundida, contrariada, después de recibir aquella llamada.— ¿Ayudarte? Nana, ¿qué… está pasando? ¿Por qué estabas con Simón? ¿Qué…?— Mi niña, escúchame, Simón intentó secuestrarme para que te obligara a venir a mí, pero yo me negué, no iba a exponerte. ¡Está loco!— Dios, nana, ¿estás… bien?— Sí, mi niña, logré escapar.— ¿En dónde estás? Hablaré con Ramsés, le diré que vaya por ti.— No, no, a él no. Estoy… en la hacienda.— ¿En la hacienda? ¿En dónde?— En una casucha. Estoy hambrienta y sedienta, mi niña. ¡Por favor, ven!Ajena a que la sirvienta que le había llevado el teléfono escuchaba toda la conversación detrás de la puerta, aceptó. Su nana era todo lo que había quedado para ella después de la muerte de sus padres y de su hermana. Tenía que ayudarla.— ¿Cómo… piensas venir sin que ese hombre se dé cuenta, mi niña? Debe estar furioso con lo que me cuentas, pero te prometo que le explicaré todo.— Yo… me las arreglaré, nada. ¡Espérame allí! — le pidió, feliz d
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32. No volvería sin su esposa en brazos
— ¡Habla ya, muchacha! ¿Qué esperas?— Es que, María, yo… yo creo que cometí un error, uno muy grave, y por eso la señora ahora no sabemos dónde está.— ¡Dime de una buena vez que eso que hiciste, muchacha del demonio!— Bueno, lo que pasa es que… alguien llamó a la señora, y me dijo que era de vida o muerte que le pasara el teléfono, entonces yo lo hice, pero ya sabe lo curiosa que soy y me quedé escuchando detrás de la puerta — la muchacha jugaba nerviosa con sus dedos.— ¿Y qué escuchaste? — exigió María saber, con el corazón en la mano.— Pues es que ese es el problema, que no entendía nadita de lo que hablaban.María miró al cielo y volvió la vista a esa muchacha seriamente.— ¿Qué fue lo primero que escuchaste? — quizás de esa forma podía conseguir una pista que la llevara a esa pobre muchacha que, sospechaba, podía estar en peligro.— Bueno, la escuché preocupada, dijo algo como… “Nada, ¿Dónde estás?”María abrió los ojos.— ¡Continúa!— Después, hablaron de un tal simón, la señ
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33. Despierta, mi amor
La búsqueda dio inicio, y de un momento a otro, había llegado a un punto crítico. Era una carrera contra el tiempo que Ramsés no estaba dispuesto a perder.Con cada minuto que pasaba sin que encontraran a Gala, su entereza se desmoronaba un poco más. Las horas avanzaban como una tormenta; lenta y agónica. Uno a uno, los jornaleros regresaban sin noticias. Las sirvientas que habían ido al pueblo también volvieron con las manos vacías. Nadie sabía nada. Nadie la había visto. ¿Cómo podía ser posible? ¡¿Cómo?!Cuando la tarde comenzó a caer, la noticia de la desaparición llegó más allá de los límites de la hacienda. Uno de los primeros en llegar fue Cristo Oliveira, un viejo conocido y vecino, acompañado de su esposa. Ramsés no esperaba verlo, especialmente después de la distancia que él mismo había impuesto desde aquel incendio que lo cambió todo. Cristo se desmontó de su caballo con una expresión seria.— Ramsés — saludó estrechando su mano. Enseguida supo darse cuenta de la angustia que
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34. Ramsés cuida de su esposa
Ramsés nunca había tenido miedo como en ese momento, y es que de solo pensar que podía perderla, a él también se le iba la vida.— Vamos, mi amor, mírame, te lo suplico — rogó con voz rota, pegándola a su cuerpo y besando cuidadosamente su frente — ¡¿Qué pasa con el doctor?!— ¡Patrón! ¡Patrón! ¡Es el doctor! ¡Quiere hablar con usted! — le dijo un peón que entró corriendo a la casucha.Sin perder tiempo, Ramsés tomó el aparato y se lo llevó a la oreja.— Doctor, tiene que venir, es urgente. ¡Mi mujer está herida!— Lo sé, es lo que me acaba de informar uno de tus hombres, pero Ramsés, estoy lejos de la hacienda. Hay un virus que se ha propagado por los pueblos aledaños y me he ofrecido como voluntario para asistir a tanto como puedan. Pero escúchame con atención lo que harás, muchacho.Ramsés sintió que perdería el aliento. ¡La vida!— Doctor, mi mujer necesita asistencia. ¿Recomienda que la lleve al hospital en helicóptero?— No, no sabemos qué tanto ha afectado el golpe en la cabeza,
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35. Te han amenazado con hacerme daño a mí
El sonido de la tormenta seguía afuera, las gotas golpeando rítmicamente el tejado de la casucha. La chimenea lanzaba destellos de luz cálida que iluminaban el pequeño espacio, haciendo que todo pareciera menos hostil. Fue en medio de ese ambiente tranquilo que Gala finalmente abrió los ojos.Al principio, todo era un borrón. La luz del fuego bailaba ante su mirada desorientada, y el dolor en su cabeza era punzante, casi insoportable. Intentó moverse, incorporarse, pero una mano cálida y firme la detuvo con suavidad.— Sí, soy yo, tranquila, no hagas esfuerzo.La voz profunda y tranquilizadora de Ramsés fue lo primero que reconoció con claridad, y ladeó la cabeza, encontrándose con sus ojos, aquellos ojos oscuros y llenos de preocupación que parecían escrutar hasta lo más profundo de su ser. Gala lo miró confundida, sin comprender del todo lo que sucedía.— ¿Qué... qué pasó? — murmuró con voz ronca, llevándose una mano temblorosa a la cabeza—. Me duele mucho...Ramsés suspiró, su mirad
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36. ¡Casi… mueres! ¡Casi te perdemos!
— No, no digas eso.— Gala…— No, para, no me hagas más preguntas. No voy a responderlas. No quiero.Para ese punto, al brasileño le cabreaba que ella no pusiera de su parte. Sí, sabía que podía tener miedo, pero nadie más que él podía protegerla. ¡Protegerlos! ¡Él era el único!— Lo quieras o no, voy a dar con la verdad, y cuando lo haga, les haré pagar por esto que te hicieron — dijo en tono críptico.Gala negó, sus ojos llorosos estaban desarmándolo.— No, por favor, no hagas nada — le rogó. Temía las represalias. La humillación. El chantaje y la burla. Temía… romperlo más de lo que ya lo estaba —. Olvídate de todo esto, es lo mejor. ¡Olvídalo, Ramsés!— ¿Qué lo olvide? ¡Mujer, pudiste morir! ¿Entiendes cuán grave se vuelve esto? ¿Cuán… peligroso?— ¡Pero yo no estoy bien!— ¡Pero pudiste no haberlo estado!— ¡Pero ya no es así! ¡Mírame, esto aquí! ¿Por qué quieres complicarlo más?— ¡Porque si llegara a perderte, me muero, carajo, me muero! — exclamó, sincero, desde lo más hondo de
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37. Desayuno en el jardín
El resto de la noche pasó lentamente. Ramsés continuó al lado de Gala, cuidando de cada detalle hasta que el dolor de cabeza al fin cediera y pudiera quedarse dormida.Cuando el primer rayo de sol se asomó entre las nubes, Ramsés supo que la tormenta finalmente había amainado. Gala abrió los ojos después, parpadeando con debilidad mientras la luz iluminaba el rostro cansado, pero atento de su marido.— ¿No… has dormido nada? — preguntó con preocupación.Ramsés sonrió y besó su frente con sumo cuidado de no lastimarla.— Dormí lo suficiente, pero mentía solo para no angustiarla —. ¿Cómo te sientes?— Mejor — pero al intentar sentarle, su cuerpo se mostró débil, regresándola a la cama.— No te esfuerces, todavía estás débil — le dijo Ramsés enseguida, instándola a recostarse de nuevo.— Pero me siento mejor — dijo ella, aunque su voz apenas tenía fuerza. La cabeza volvía a dolerle y el mareo de hace días no la dejaba del todo en paz.— No lo necesario para esforzarte, así que no te mueva
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38. Apagaré tu fuego
Durante el siguiente par de días, Gala fue obligada a tener reposo absoluto, y aunque se aburría de estar en cama todo el día, las órdenes de su esposo eran existentes tanto como dulces. La consentía como nunca esperó ser consentida, y la cuidaba con esmero y preocupación.Ramsés se había asegurado de que nada quedara al azar, por eso no se quedó tranquilo hasta que el diagnóstico del doctor fuese claro y precioso. No había señales de complicaciones graves.— Ya escuchaste al doctor, estoy fuera de peligro. ¿Podemos dar un paseo corto?— Ni hablar, todo apunta que volverá la tormenta esta noche y no quiero correr ninguna clase de riesgos — decidió en tono firme pero cariñoso, varonil y protector.Gala exhaló, resignada, y es que, de no ser por sus continuas atenciones hacia ella, estaría perdiendo el juicio.De repente, una sonrisa triste llamó la atención de Ramsés.— Quizás, si mañana amanecemos con sol, podremos dar ese paseo que quieres.Los ojos de la muchacha se iluminaron en res
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39. ¿Yo me parezco a ella?
A la mañana siguiente, Ramsés fue el primero en despertar. Lo hizo al alba y gracias a una llamada importante que recibió.— ¿Tienes noticias? — preguntó en tono serio.— Estamos siguiendo algunas pistas, señor. Pero desde que no se les ve por el pueblo ha sido muy difícil.Ramsés suspiró y apretó los puños.— Bien, mantenme informado — después de eso, colgó.— ¿Pasa algo? — la voz de su esposa lo sacó de su broma. Se giró cambiando su semblante. Ella conseguía eso con demasiada facilidad. Se acercó con una media sonrisa y besó su frente.— No es nada importante, ¿Por qué no duermes un poco más? Todavía es temprano.— Me prometiste un paseo hoy.Ramsés rio.— Tienes razón. Entonces arriba. Desayunaremos primero — feliz, ella asintió, y saltó como un rayo de la cama, pero antes de entrar al baño, él la detuvo —. Será un paseo corto y sin desgastarte, ¿de acuerdo? — otra vez otro asentimiento. Se inclinó romántico contra sus labios y la dejó ir.Gala escogió un atuendo fresco, muy propio
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40. ¿Embarazada?
— Tú jamás podrías parecerte a ella, Dios, es que… ni siquiera podrían ser iguales — le aseguró, pegando su frente a la suya, y es que a pesar del parecido físico que existía entre las hermanas De Lima, sus corazones eran completamente distintos, y Ramsés había comprendido eso después de conocer verdaderamente bien quién era su esposa.La mujer que amaba.— Pero ellas dicen que…— Son solo chismes de pueblo, solo eso — y la silenció con un dulce beso en los labios, logrando que con eso Gala dejara de preguntar, aunque la duda y la incertidumbre no abandonaron su pecho, y durante el camino, no dejó de preguntarse si él… había visto en ella a la mujer que una vez amó, y que no sabía si todavía amaba.Al llegar a la hacienda, Ramsés la obligó a descansar.— Por favor, prométeme que lo harás.— Pero me siento bien, en serio.— Gala, amor, necesito irme a trabajar sabiendo que vas a estar bien, no estaré tranquilo si no descansas — le pidió, entrelazando su mano a la suya.La dulce joven to
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