Durante los días siguientes, Olivia tuvo que recordarse a sí misma con dureza que nada de aquello era verdad, que esa familia no le pertenecía y que su lugar estaba, por desgracia, muy lejos de ellos. Pese a eso, no pudo evitar encariñarse más y más con aquellos niños tan dulces, inteligentes y divertidos. Poco a poco, se habían ido haciendo parte de su vida y de su rutina, tanto así, que un mes después de haberlos conocido no podía contemplar su día sin antes conversar con ellos, jugar un poco y ayudarlos a prepararse para el colegio. Sabía que era una tonta por tomarse tantas libertades, así como sabía que cuando llegase por fin el momento de la separación tendría que sufrir, pero mientras esos momentos llegaban, se dijo que no pasaba nada si disfrutaba un poco. Erick, por otro lado, era un cuento completamente diferente. Más de una vez, durante aquel tiempo, lo había pillado mirándola con una sonrisa en los labios, aunque también con una expresión muy extraña en s
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