Agatha avanzó por los pasillos de la mansión, cada paso resonando en su mente como un tambor que marcaba su creciente ansiedad. La revelación de Aziz había desatado un torrente de emociones que la invadía: ira, tristeza y, sobre todo, confusión. Quería confrontar a Samer, pero las palabras se amontonaban en su garganta, listas para estallar y, al mismo tiempo, temía lo que podía suceder.Al llegar a la puerta de su habitación, respiró hondo y tocó. La voz profunda de Samer la invitó a entrar, y lo hizo con la esperanza de que la calma del hombre que amaba pudiera calmar sus propias tormentas internas. Pero, al cruzar el umbral, la escena que encontró fue todo lo contrario.Samer estaba de pie junto al escritorio, revisando unos documentos. El ambiente en la habitación era tenso, cargado de una electricidad que Agatha podía sentir en su piel. Cuando él la vio, su expresión cambió de concentración a sorpresa. “Agatha, ¿qué pasa?”Ella no pudo sostener su mirada. “Necesitamos hablar,” di
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