El despacho de Blair estaba inundado de luz natural. Las grandes ventanas panorámicas ofrecían una vista privilegiada de la ciudad, cuyas calles, aunque agitadas, se sentían lejanas desde la altura. El aire era fresco, filtrado a través del sistema de ventilación de la moderna oficina. Ella, concentrada, repasaba los planos de la presentación que definiría el futuro de su carrera. Cada línea, cada detalle parecía crucial para alcanzar el objetivo que se había propuesto. Los papeles estaban dispersos sobre su escritorio, pero no era un desorden; era un reflejo de su mente organizada, un laberinto de ideas que todo encajaban en su lugar.Blair no podía negar que estaba emocionada, aunque intentaba mantener su compostura. El proyecto era grande, muy grande. Y hoy, finalmente, todo llegaría a su culminación.La puerta del despacho se abrió con suavidad, y la figura de Alejandro apareció en el umbral. Su porte elegante y su mirada confiada le daban una presencia inconfundible. Él cerró la
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