El aire de la sala era denso, cargado con el murmullo de voces elegantes, risas contenidas y el tintineo de copas de cristal que se alzaban en brindis discretos. Las luces del salón, cálidas y doradas, iluminaban la opulencia del lugar, reflejándose en las prendas y joyas de los asistentes, como si cada persona se esforzara por brillar más que la otra. Pero, para Massimo Agosti, el mundo había dejado de girar en cuanto la vio.Blair. El nombre que había repetido en su mente durante dos años como una oración desesperada, un anhelo doloroso, se materializaba ahora frente a él, envuelto en el halo de incredulidad y asombro que lo paralizaba. Observó con detalle cada centímetro de su figura: el vestido azul de seda se ceñía a sus curvas con una perfección casi insultante, y el escote, más pronunciado de lo que recordaba, le hizo pensar que el tiempo había pasado sin tenerla entre sus brazos. Notó, con una punzada de asombro, que incluso sus pechos parecían más generosos. Pero, ¿era posibl
Leer más