El coche se deslizó como una sombra veloz por las calles adoquinadas de Roma, atravesando avenidas antiguas que brillaban bajo la luz de las farolas y reflejaban su fulgor en los ventanales de las tiendas cerradas. El rugido constante del motor y el zumbido ocasional de los autos que pasaban en dirección contraria eran los únicos sonidos que rompían el silencio de la noche. Blair observaba las luces que pasaban a toda velocidad, cada destello se reflejaba en sus ojos grises, pero su mente estaba atrapada en el encuentro de hacía apenas una hora.“Ese hombre está loco” pensó, frunciendo el ceño al recordar los ojos de Massimo Agosti. Había algo en ellos, una intensidad que no lograba borrar de su memoria. Un destello de reconocimiento, una sombra de algo perdido que la inquietaba. Pero se sacudió esos pensamientos rápidamente; no era posible. No lo conocía. No podía conocerlo, se repitió a sí misma, como si las palabras pudieran tallarse en su conciencia y borrar la extraña sensación
La mañana se estiraba perezosamente sobre el horizonte, inundando la oficina de Blair con una luz dorada que reflejaba en las pulidas superficies de cristal y metal. Las sombras de los edificios vecinos danzaban en los ventanales, creando un patrón inquietante que se extendía sobre el suelo de mármol blanco.Blair estaba sentada al borde de su asiento, los ojos oscuros y concentrados, mientras sus dedos trazaban con precisión los últimos detalles en los planos que iba a presentar. Había una intensidad casi palpable en la habitación; su determinación de derrotar a Massimo Agosti y elevar a Alejandro como el vencedor de la competencia tecnológica era tan fuerte que parecía impregnar el aire.El silencio metódico se vio interrumpido de repente por un tumulto en el exterior. Voces acaloradas, el taconeo de pasos apresurados y la familiar exclamación de su secretaria, Clara, sacaron a Blair de su concentración. Sus cejas se fruncieron en un gesto de incomodidad mientras trataba de distingu
El sol del mediodía entraba en el lujoso restaurante a través de los ventanales de cristal, bañando de luz las mesas elegantemente dispuestas con manteles de lino y cubiertos de plata. El murmullo constante de conversaciones, mezclado con el tintineo de copas y platos, creaba un ambiente vibrante, propio del lugar frecuentado por la élite empresarial de la ciudad. Massimo Agosti, con su imponente figura y su presencia magnética, se encontraba sentado en una de las mesas más apartadas, revisando minuciosamente un portafolio de documentos y planos.Frente a él, el arquitecto de su empresa, un hombre delgado con cabello entrecano y gafas de montura fina, explicaba los avances y mejoras del proyecto con una voz segura y profesional. Massimo asintió distraídamente, su mente a medias en la conversación y a medias en la batalla que se avecinaba contra la empresa Vitali. Sabía que Alejandro no era un oponente cualquiera, y mucho menos ahora, que Blair, la mente brillante detrás del proyecto,
Alejandro Vitali estaba sentado tras su majestuoso escritorio de caoba, observando el brillo de la tarde colarse entre las cortinas de terciopelo azul. La vista desde su oficina en el último piso del rascacielos le permitía contemplar la ciudad como un titán desde su fortaleza, dueño y señor de su imperio. El teléfono en su mano izquierda vibraba con la inminencia de un secreto, y la voz masculina al otro lado de la línea resonó clara y decisiva.—Todo está listo, se hizo como usted lo pidió.La sonrisa de Alejandro fue lenta, calculada, apenas una curva en la comisura de sus labios. Esa expresión, tan conocida por los que lo rodeaban, era una advertencia para sus enemigos y una promesa de gloria para él.—Bien, no dejen cabos sueltos —respondió, su voz tan fría y afilada como una hoja.Colgó y dejó el teléfono sobre el escritorio, entrelazando las manos con la mirada perdida en la lejanía. Sus pensamientos viajaron, imaginando la caída de Massimo Agosti, el hombre que había desafiado
La habitación estaba impregnada de un aire denso, como si cada rincón estuviera cargado de la tensión palpable que flotaba entre ellos. Massimo Agosti no podía evitar sentir cómo el sudor frío le recorría la espalda, mientras escuchaba las voces de aquellos hombres que lo rodeaban. El sonido de sus palabras se deslizaba por el aire, con una mezcla de burla y amenaza que comenzaba a nublar su mente. Ya no sabía cuánto tiempo llevaba allí, atrapado en ese rincón oscuro y sin salida. La única luz provenía de una lámpara débil en una esquina, que parpadeaba como si se estuviera apagando al mismo tiempo que sus esperanzas.—¡Tienes que salir de la competencia, Agosti! —gritó uno de ellos, un hombre de voz grave y ruda que se adelantó hacia él. Sus ojos destilaban odio, pero también una certeza sombría—. No tienes otra opción. Es tu única manera de salvarte. Massimo no respondió. Su rostro permaneció impasible, aunque sus manos se crispaban involuntariamente sobre sus rodillas. Sabía que
El aire en la ciudad parecía más denso esa tarde, como si el sol se hubiera detenido por un instante, justo sobre las sombras de los edificios que se alzaban imponentes en la zona empresarial. El tráfico seguía su curso, el bullicio era el mismo, pero algo en el ambiente sentía extraño. El cansancio físico de Massimo Morelli se reflejaba en sus pasos al regreso al hotel. Al llegar al vestíbulo, una leve punzada en su cabeza lo hizo detenerse por un momento. La jaqueca estaba llegando con fuerza, una presión en la sien que lo hacía pensar que todo se estaba desmoronando. No sabía si su salud, o el negocio, lo estaban dejando más vulnerable. La puerta del ascensor se cerró a su espalda con un sonido metálico que marcó la entrada a su refugio. Pero cuando llegó a la habitación, la puerta ya estaba entreabierta.Lauren estaba allí, esperando, apoyada contra la pared, con los brazos cruzados. Su mirada se clavó en él en cuanto entró, como si la misma rabia que se acumulaba en su pecho la
La oficina de Eddie Agosti era una isla en medio de la vorágine de la ciudad. La luz tenue de la lámpara de escritorio caía sobre los papeles y documentos desordenados, los cuales a menudo marcaban las horas de su vida, pero poco lograban reflejar la intensidad de su trabajo o sus aspiraciones. Eddie nunca había sido el hijo que esperaba su padre, ni el hermano que Massimo representaba. En los pocos momentos que la tranquilidad se apoderaba de su mente, las comparaciones entre él y Massimo se volvían un dolor constante, como una herida que nunca llegaba a cicatrizar.El reloj de pared marcaba casi las cinco de la tarde cuando la puerta del despacho se abrió de golpe. Eddie levantó la vista, algo en el aire le indicaba que no sería una visita tranquila. En la entrada, con su presencia abrumadora, estaba Ricardo Agosti, su padre. Su rostro, enrojecido de rabia, no dejaba lugar a dudas: venía a hacerle una reprimenda.—Eddie —dijo Ricardo, cerrando la puerta tras de sí con fuerza—. ¿Dónd
El despacho de Blair estaba inundado de luz natural. Las grandes ventanas panorámicas ofrecían una vista privilegiada de la ciudad, cuyas calles, aunque agitadas, se sentían lejanas desde la altura. El aire era fresco, filtrado a través del sistema de ventilación de la moderna oficina. Ella, concentrada, repasaba los planos de la presentación que definiría el futuro de su carrera. Cada línea, cada detalle parecía crucial para alcanzar el objetivo que se había propuesto. Los papeles estaban dispersos sobre su escritorio, pero no era un desorden; era un reflejo de su mente organizada, un laberinto de ideas que todo encajaban en su lugar.Blair no podía negar que estaba emocionada, aunque intentaba mantener su compostura. El proyecto era grande, muy grande. Y hoy, finalmente, todo llegaría a su culminación.La puerta del despacho se abrió con suavidad, y la figura de Alejandro apareció en el umbral. Su porte elegante y su mirada confiada le daban una presencia inconfundible. Él cerró la