El brillo de la luna se colaba por la ventana de la habitación, proyectando destellos plateados sobre las cunas de Arturo, Dominic y Elizabeth. El suave ritmo de la respiración de los tres bebés era un bálsamo para el corazón de Blair, un recordatorio de todo lo que había construido y de lo que estaba dispuesta a proteger. Sus ojos, cansados, pero llenos de ternura, recorrían los pequeños rostros que dormían plácidamente. Arturo, el mayor por unos minutos, fruncía el ceño en sueños como si resolviera un problema complicado; Dominic, con su cabello rubio, dormía con las manos en alto, y Elizabeth, la pequeña, tenía la expresión serena de quien conoce solo la paz.Un suspiro escapó de sus labios mientras retiraba suavemente una manta que se había deslizado por la barandilla de la cuna de Elizabeth. Era tarde y el agotamiento le pesaba en los hombros, pero el deber aún no había terminado. Con un último vistazo, Blair salió de la habitación a paso lento, cerrando la puerta con delicadeza
El aire de la sala era denso, cargado con el murmullo de voces elegantes, risas contenidas y el tintineo de copas de cristal que se alzaban en brindis discretos. Las luces del salón, cálidas y doradas, iluminaban la opulencia del lugar, reflejándose en las prendas y joyas de los asistentes, como si cada persona se esforzara por brillar más que la otra. Pero, para Massimo Agosti, el mundo había dejado de girar en cuanto la vio.Blair. El nombre que había repetido en su mente durante dos años como una oración desesperada, un anhelo doloroso, se materializaba ahora frente a él, envuelto en el halo de incredulidad y asombro que lo paralizaba. Observó con detalle cada centímetro de su figura: el vestido azul de seda se ceñía a sus curvas con una perfección casi insultante, y el escote, más pronunciado de lo que recordaba, le hizo pensar que el tiempo había pasado sin tenerla entre sus brazos. Notó, con una punzada de asombro, que incluso sus pechos parecían más generosos. Pero, ¿era posibl
—Señor Agosti, este es el baño de damas, ¿acaso no lo sabe? —dijo Blair, tratando de mantener su tono neutral y distante, aunque un leve temblor traicionaba su aparente calma.Massimo no respondió de inmediato. Dio un paso hacia delante, con sus ojos verdes e intensos clavándose en los de ella como si intentaran desentrañar un secreto largamente oculto. Blair sintió que el aire se volvía más pesado, cada respiración un esfuerzo consciente. Había rabia en sus ojos, sí, pero también un destello de algo más, algo que parecía rozar el borde del alivio. La dualidad en su mirada era tan penetrante que, por un segundo, Blair casi se sintió desarmada.—¿Cuánto tiempo piensas seguir con este juego, Blair? —La voz de Massimo, baja y cargada de una emoción indescifrable, se propagó en el silencio del baño—. Estamos a solas. Ya no necesitas fingir.Blair sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Enderezó la postura, como si un hilo invisible la obligara a mantenerse firme. Tenía que recordarse
El aire en la lujosa suite del hotel se tornó pesado, cargado de una tensión que se podía palpar. Los ecos de la música y las risas provenientes del salón de eventos apenas se filtraban, amortiguados por las gruesas paredes y las cortinas de terciopelo. Massimo estaba de pie frente al espejo del baño, las manos apoyadas en el mármol frío del lavabo, los nudillos blancos por la fuerza con la que apretaba. No podía apartar la mirada de su reflejo, como si en aquel rostro de expresión contenida y ojos oscurecidos buscara una respuesta a la vorágine de emociones que se agitaban en su pecho.Recordando cómo la puerta del baño se abrió con un golpe seco y Blair salió disparada, apenas echando un vistazo a Massimo antes de atravesar la habitación con pasos decididos. Su vestido ondeaba tras ella como la sombra de un pensamiento, y la fragancia que usaba —una mezcla de violetas y algo que él recordaba, pero no podía nombrar— quedó suspendida en el aire. Massimo la siguió con la mirada, aún in
El coche se deslizó como una sombra veloz por las calles adoquinadas de Roma, atravesando avenidas antiguas que brillaban bajo la luz de las farolas y reflejaban su fulgor en los ventanales de las tiendas cerradas. El rugido constante del motor y el zumbido ocasional de los autos que pasaban en dirección contraria eran los únicos sonidos que rompían el silencio de la noche. Blair observaba las luces que pasaban a toda velocidad, cada destello se reflejaba en sus ojos grises, pero su mente estaba atrapada en el encuentro de hacía apenas una hora.“Ese hombre está loco” pensó, frunciendo el ceño al recordar los ojos de Massimo Agosti. Había algo en ellos, una intensidad que no lograba borrar de su memoria. Un destello de reconocimiento, una sombra de algo perdido que la inquietaba. Pero se sacudió esos pensamientos rápidamente; no era posible. No lo conocía. No podía conocerlo, se repitió a sí misma, como si las palabras pudieran tallarse en su conciencia y borrar la extraña sensación
La mañana se estiraba perezosamente sobre el horizonte, inundando la oficina de Blair con una luz dorada que reflejaba en las pulidas superficies de cristal y metal. Las sombras de los edificios vecinos danzaban en los ventanales, creando un patrón inquietante que se extendía sobre el suelo de mármol blanco.Blair estaba sentada al borde de su asiento, los ojos oscuros y concentrados, mientras sus dedos trazaban con precisión los últimos detalles en los planos que iba a presentar. Había una intensidad casi palpable en la habitación; su determinación de derrotar a Massimo Agosti y elevar a Alejandro como el vencedor de la competencia tecnológica era tan fuerte que parecía impregnar el aire.El silencio metódico se vio interrumpido de repente por un tumulto en el exterior. Voces acaloradas, el taconeo de pasos apresurados y la familiar exclamación de su secretaria, Clara, sacaron a Blair de su concentración. Sus cejas se fruncieron en un gesto de incomodidad mientras trataba de distingu
El sol del mediodía entraba en el lujoso restaurante a través de los ventanales de cristal, bañando de luz las mesas elegantemente dispuestas con manteles de lino y cubiertos de plata. El murmullo constante de conversaciones, mezclado con el tintineo de copas y platos, creaba un ambiente vibrante, propio del lugar frecuentado por la élite empresarial de la ciudad. Massimo Agosti, con su imponente figura y su presencia magnética, se encontraba sentado en una de las mesas más apartadas, revisando minuciosamente un portafolio de documentos y planos.Frente a él, el arquitecto de su empresa, un hombre delgado con cabello entrecano y gafas de montura fina, explicaba los avances y mejoras del proyecto con una voz segura y profesional. Massimo asintió distraídamente, su mente a medias en la conversación y a medias en la batalla que se avecinaba contra la empresa Vitali. Sabía que Alejandro no era un oponente cualquiera, y mucho menos ahora, que Blair, la mente brillante detrás del proyecto,
Alejandro Vitali estaba sentado tras su majestuoso escritorio de caoba, observando el brillo de la tarde colarse entre las cortinas de terciopelo azul. La vista desde su oficina en el último piso del rascacielos le permitía contemplar la ciudad como un titán desde su fortaleza, dueño y señor de su imperio. El teléfono en su mano izquierda vibraba con la inminencia de un secreto, y la voz masculina al otro lado de la línea resonó clara y decisiva.—Todo está listo, se hizo como usted lo pidió.La sonrisa de Alejandro fue lenta, calculada, apenas una curva en la comisura de sus labios. Esa expresión, tan conocida por los que lo rodeaban, era una advertencia para sus enemigos y una promesa de gloria para él.—Bien, no dejen cabos sueltos —respondió, su voz tan fría y afilada como una hoja.Colgó y dejó el teléfono sobre el escritorio, entrelazando las manos con la mirada perdida en la lejanía. Sus pensamientos viajaron, imaginando la caída de Massimo Agosti, el hombre que había desafiado