El El eco del grito de Lauren aún resonaba en las paredes de la sala como un latido irregular, impregnando el aire de tensión. Las luces frías del techo lanzaban un resplandor casi quirúrgico sobre las figuras en la estancia, creando sombras que se alargaban y deformaban en un espectáculo siniestro. Blair, todavía sintiendo la presión del brazo de Massimo sobre su cuello, retrocedió, soltando el aliento que había contenido durante lo que le pareció una eternidad. Sus ojos se encontraron con los de Lauren, que relampagueaban con furia contenida y un destello de algo más oscuro: la sospecha.—¡¿Por qué sigues interfiriendo entre Massimo y yo?! —espetó Lauren, avanzando un paso más, sus tacones resonando con un golpeteo que rebotaba como una amenaza en la fría habitación.Blair tembló, pero no de miedo, sino de una rabia sorda que bullía en su pecho, un sentimiento amargo que le anudaba la garganta. Sentía la mirada de Massimo, intensa y cargada de algo que no lograba descifrar, clavada
El aire en la pequeña sala de interrogatorios era denso, casi opresivo. Los fluorescentes zumbaban con un leve chisporroteo, proyectando sombras angulosas en las paredes. Alejandro Vitali estaba de pie, frente a los barrotes que separaban a Massimo Agosti de la libertad. La tensión entre ellos era casi palpable, como un hilo de acero a punto de romperse.—Estás loco —espetó Alejandro con una voz cargada de desdén—. Decir que Blair sufre de amnesia es lo más absurdo que he escuchado. Primero robas mi proyecto, y ahora... ¿esto? Estás completamente fuera de ti.Massimo apretó los barrotes con ambas manos, sus nudillos poniéndose blancos por la presión. Sus ojos, inyectados de rabia y determinación, no se apartaron de Alejandro ni por un segundo.—No tengo pruebas concretas aún —respondió con voz grave, casi un gruñido—, pero las tendré.Alejandro dejó escapar una risa seca, burlona. Su semblante era frío, controlado, pero sus ojos traicionaban una chispa de furia contenida.—Eres patéti
El aeropuerto de Milán era un hervidero de actividad. Los pasajeros iban y venían con prisas, arrastrando maletas por los pasillos relucientes, mientras los altavoces anunciaban vuelos en varios idiomas. Sin embargo, la llegada de Ricardo Agosti y su hijo Eddie causó un revuelo instantáneo. Apenas pusieron un pie en la terminal, un grupo de reporteros se arremolinó a su alrededor como un enjambre de abejas. Las cámaras parpadeaban incesantemente, y los micrófonos se alzaron frente a ellos como lanzas.—¡Señor Agosti! ¿Qué piensa sobre la detención de su hijo, Massimo? —preguntó una mujer con el cabello recogido en un moño apretado, empujando a otros periodistas para hacerse oír.Ricardo levantó una mano en un gesto de calma, aunque su mandíbula se tensaba con cada pregunta insistente. Su porte distinguido, vestido con un impecable traje gris, parecía resistir el asedio mediático con la dignidad de un veterano.—Por favor, señores —dijo con voz grave, pero serena—. Este no es el moment
El eco de los monitores llenaba la habitación, un pitido monótono que subrayaba el ritmo de los latidos de Blair. Sus párpados temblaron antes de abrirse por completo, revelando unos ojos que buscaban con ansiedad el techo blanco y desangelado del hospital. La sensación aún viva de unos labios contra los suyos la sacudió; el sueño —o recuerdo— era tan vívido que aún podía sentir el calor del beso de Massimo Agosti. Su pecho subía y bajaba rápidamente, cada respiración era una batalla para calmar el torbellino en su interior.—¿Dónde… estoy? —murmuró, su voz apenas un susurro.Al intentar incorporarse, sintió un mareo que le nubló la vista, pero pronto notó una figura sentada junto a su cama. Alejandro, con su impecable traje negro, la observaba con una mezcla de preocupación y algo más, algo que no podía descifrar del todo. Sus ojos azules eran insondables, como un pozo sin fondo.—Despertaste —dijo él con un tono calmo, casi ensayado, aunque sus dedos tamborileaban contra el reposabr
Las luces cálidas del cuarto de hotel reflejaban la opulencia de cada detalle: cortinas de terciopelo azul marino, muebles tallados a mano, y el brillo dorado de los candelabros colgantes. Sin embargo, el ambiente no era de lujo, sino de tensión. Ricardo Agosti se encontraba de pie en la estancia principal, rodeado de un grupo de abogados que hablaban todos al mismo tiempo, sus voces mezclándose en un caos que competía con el ruido del tráfico de la ciudad, audible a través de las ventanas cerradas.Sobre la mesa de centro, un desorden de papeles, carpetas abiertas y teléfonos móviles encendidos creaban una imagen de desesperación organizada. Ricardo, con las manos en las caderas y un ceño que parecía esculpido en su rostro, escuchaba en silencio, aunque su paciencia estaba claramente al límite.—No es tan simple —dijo uno de los abogados, un hombre mayor con gafas que caían constantemente por el puente de su nariz—. Massimo está en un centro de máxima seguridad. Sacarlo de ahí no ser
La oficina de Vitali Corp. estaba inmersa en el habitual murmullo de teclados y teléfonos que resonaban a lo lejos, como un trasfondo perpetuo de actividad. Blair se encontraba en su despacho, rodeada de papeles y carpetas organizadas en pilas meticulosas. El ventanal detrás de ella ofrecía una vista de la ciudad iluminada por el sol, pero su mente estaba demasiado ocupada para apreciar la escena.—No puede ser —murmuró para sí misma, con el ceño fruncido mientras pasaba las páginas de un informe. Los números cuadraban, los detalles estaban ahí, pero algo crucial faltaba. Las hojas contenían sólo una fracción de la información necesaria para verificar el proyecto. Había más, faltaban documentos y hojas de cálculo. Dejó escapar un suspiro frustrado y apartó la carpeta. Los documentos que contenían los datos financieros más relevantes, los que podrían confirmar si Massimo Agosti había robado o no el proyecto, simplemente no estaban. Un vacío palpable se extendió en su pecho, como una
El sonido de los papeles cayendo al suelo resonó en el silencioso despacho como un eco que sacudió a Blair hasta el alma. Su respiración se detuvo por un instante, al igual que su cuerpo. La carpeta se había deslizado de sus manos, dejando expuestas una serie de fotografías en blanco y negro, esparcidas como piezas de un rompecabezas del cual no recordaba ser parte. Su mirada se clavó en una de ellas: su propio rostro, con una expresión de determinación que no reconocía. Su corazón latió con fuerza desbocada, y sus manos temblaron al inclinarse para recogerlas.—Déjame hacerlo yo —dijo Alejandro, su voz era grave pero controlada mientras se adelantaba para agacharse.Blair se detuvo en seco. Observó cómo él recogía las imágenes con movimientos precisos, casi mecánicos, aunque su mandíbula apretada delataba la tensión que intentaba ocultar. Su expresión parecía calma, pero había una sombra en sus ojos azules, una chispa de algo que Blair no podía descifrar del todo.—¿Qué es todo esto
El helicóptero sobrevolaba el centro de detención, proyectando su sombra en los muros altos y las alambradas que parecían trazar un límite infranqueable. Afuera, el aire era tenso, cargado con murmullos, gritos y destellos de cámaras. Ricardo Agosti descendió de la camioneta negra junto a su grupo de abogados, todos de trajes impecables y semblantes endurecidos. A su lado, Eddie, su hijo menor, caminaba con las manos en los bolsillos, arrastrando los pies con evidente desgano.El enjambre de reporteros los recibió con una ola de preguntas y micrófonos empujados a sus rostros.—¡Señor Agosti! ¿Qué tiene que decir sobre las acusaciones contra su hijo Massimo?—¿Cree que logrará evitar una condena?—¿La familia Agosti está perdiendo su influencia?Ricardo levantó la mano para acallar la avalancha de palabras, pero no se molestó en responder. Su mirada fría y distante era la única respuesta que ofrecía. Eddie, en cambio, caminaba un paso detrás, con los ojos clavados en el suelo, claramen