Las luces cálidas del cuarto de hotel reflejaban la opulencia de cada detalle: cortinas de terciopelo azul marino, muebles tallados a mano, y el brillo dorado de los candelabros colgantes. Sin embargo, el ambiente no era de lujo, sino de tensión. Ricardo Agosti se encontraba de pie en la estancia principal, rodeado de un grupo de abogados que hablaban todos al mismo tiempo, sus voces mezclándose en un caos que competía con el ruido del tráfico de la ciudad, audible a través de las ventanas cerradas.Sobre la mesa de centro, un desorden de papeles, carpetas abiertas y teléfonos móviles encendidos creaban una imagen de desesperación organizada. Ricardo, con las manos en las caderas y un ceño que parecía esculpido en su rostro, escuchaba en silencio, aunque su paciencia estaba claramente al límite.—No es tan simple —dijo uno de los abogados, un hombre mayor con gafas que caían constantemente por el puente de su nariz—. Massimo está en un centro de máxima seguridad. Sacarlo de ahí no ser
La oficina de Vitali Corp. estaba inmersa en el habitual murmullo de teclados y teléfonos que resonaban a lo lejos, como un trasfondo perpetuo de actividad. Blair se encontraba en su despacho, rodeada de papeles y carpetas organizadas en pilas meticulosas. El ventanal detrás de ella ofrecía una vista de la ciudad iluminada por el sol, pero su mente estaba demasiado ocupada para apreciar la escena.—No puede ser —murmuró para sí misma, con el ceño fruncido mientras pasaba las páginas de un informe. Los números cuadraban, los detalles estaban ahí, pero algo crucial faltaba. Las hojas contenían sólo una fracción de la información necesaria para verificar el proyecto. Había más, faltaban documentos y hojas de cálculo. Dejó escapar un suspiro frustrado y apartó la carpeta. Los documentos que contenían los datos financieros más relevantes, los que podrían confirmar si Massimo Agosti había robado o no el proyecto, simplemente no estaban. Un vacío palpable se extendió en su pecho, como una
El sonido de los papeles cayendo al suelo resonó en el silencioso despacho como un eco que sacudió a Blair hasta el alma. Su respiración se detuvo por un instante, al igual que su cuerpo. La carpeta se había deslizado de sus manos, dejando expuestas una serie de fotografías en blanco y negro, esparcidas como piezas de un rompecabezas del cual no recordaba ser parte. Su mirada se clavó en una de ellas: su propio rostro, con una expresión de determinación que no reconocía. Su corazón latió con fuerza desbocada, y sus manos temblaron al inclinarse para recogerlas.—Déjame hacerlo yo —dijo Alejandro, su voz era grave pero controlada mientras se adelantaba para agacharse.Blair se detuvo en seco. Observó cómo él recogía las imágenes con movimientos precisos, casi mecánicos, aunque su mandíbula apretada delataba la tensión que intentaba ocultar. Su expresión parecía calma, pero había una sombra en sus ojos azules, una chispa de algo que Blair no podía descifrar del todo.—¿Qué es todo esto
El helicóptero sobrevolaba el centro de detención, proyectando su sombra en los muros altos y las alambradas que parecían trazar un límite infranqueable. Afuera, el aire era tenso, cargado con murmullos, gritos y destellos de cámaras. Ricardo Agosti descendió de la camioneta negra junto a su grupo de abogados, todos de trajes impecables y semblantes endurecidos. A su lado, Eddie, su hijo menor, caminaba con las manos en los bolsillos, arrastrando los pies con evidente desgano.El enjambre de reporteros los recibió con una ola de preguntas y micrófonos empujados a sus rostros.—¡Señor Agosti! ¿Qué tiene que decir sobre las acusaciones contra su hijo Massimo?—¿Cree que logrará evitar una condena?—¿La familia Agosti está perdiendo su influencia?Ricardo levantó la mano para acallar la avalancha de palabras, pero no se molestó en responder. Su mirada fría y distante era la única respuesta que ofrecía. Eddie, en cambio, caminaba un paso detrás, con los ojos clavados en el suelo, claramen
El ambiente en la enfermería del centro de máxima seguridad estaba impregnado de desinfectante y desesperanza. Las luces fluorescentes parpadeaban de vez en cuando, lanzando destellos intermitentes que parecían sincronizarse con los latidos del corazón de Massimo Agosti. Estaba tumbado en una cama incómoda, con sábanas ásperas que raspaban su piel herida. Al abrir los ojos, un mareo lo sacudió, y por un instante no supo dónde estaba ni por qué sentía aquel dolor punzante en el costado.—¿Dónde…? —murmuró, apenas consciente.Su respiración era pesada, y sus dedos tantearon instintivamente el vendaje improvisado que cubría su costado derecho. Un fogonazo de dolor lo obligó a cerrar los ojos con fuerza. Poco a poco, los recuerdos comenzaron a formarse, como piezas de un rompecabezas desordenado.Había sido una emboscada. Tres hombres. Una esquina oscura. Los golpes. Las amenazas veladas. Y un nombre que resonaba con furia en su mente: Alejandro Vitali. Massimo no tenía dudas. Todo, desde
El aire pesado de la enfermería estaba impregnado del olor a medicamentos baratos y desinfectante, un aroma que se mezclaba con el cobre tenue de la sangre que todavía manchaba las vendas de Massimo Agosti. La tenue luz que caía desde el techo parpadeaba, proyectando sombras erráticas en las paredes agrietadas, como si el espacio mismo respirara con esfuerzo. Massimo apenas lograba mantenerse despierto. El dolor palpitante en su costado lo mantenía en un estado de somnolencia febril, y su mente flotaba entre la realidad y los fragmentos desordenados de recuerdos recientes.De repente, un ruido sutil, el sonido de unos tacones acercándose, lo sacó de su letargo. Levantó la mirada, y por un instante creyó estar alucinando. En el umbral de la habitación apareció Blair. Su silueta estaba delineada por la luz del pasillo, y aunque su expresión denotaba calma, sus ojos cargaban una tormenta de emociones.—Blair… —murmuró Massimo, con un hilo de voz apenas audible. Ignorando que todos estaba
La noche era un manto oscuro que cubría la ciudad, salpicada de estrellas pálidas que apenas se atrevían a asomar entre las nubes. La mansión Vitali, imponente y solemne, se erguía como un gigante silencioso en medio de un jardín meticulosamente cuidado. Las luces cálidas de su interior brillaban a través de las amplias ventanas, ofreciendo una apariencia acogedora que contrastaba con la frialdad de su atmósfera.Lauren Morelli estacionó su auto frente a la entrada principal y bajó con determinación. Sus tacones resonaron con firmeza contra el empedrado mientras avanzaba hacia la puerta, su corazón palpitando con una mezcla de ira y ansiedad. Había tenido suficiente. Blair no tenía derecho a volver a sus vidas después de tanto tiempo, menos aún con los secretos que seguramente guardaba.Tocó el timbre y, tras unos segundos de espera, una sirvienta abrió la puerta. Su rostro reflejaba una mezcla de sorpresa y cautela.—Buenas noches, señorita. ¿En qué puedo ayudarla?Lauren inclinó lig
Las luces del hospital iluminaban con una claridad casi quirúrgica el largo pasillo donde Ricardo Agosti hablaba con el grupo de abogados y el médico que atendía a su hijo mayor. Eddie permanecía a cierta distancia, apoyado contra la pared, con los brazos cruzados y el ceño fruncido, observando la escena con una mezcla de amargura y resentimiento. Era como si el mundo entero girara en torno a Massimo, como si él fuera el único digno de la preocupación y el sacrificio de su padre.Los recuerdos se arremolinaban en su mente, nítidos y dolorosos. Las veces en que, siendo niño, había enfermado de fiebre alta y su padre apenas lo miraba, delegando todo a las niñeras, debido a que en esa época, su madre había enfermado de pulmonía. Las ocasiones en que había tratado de llamar su atención, solo para ser eclipsado por Massimo, el heredero perfecto. Apretó los puños, sintiendo que el odio subía como una ola que amenazaba con desbordarlo.—Eddie.La voz suave y familiar de su madre, Ana Agosti,