El murmullo constante de los aparatos médicos fue lo primero que Blair escuchó al abrir los ojos. Un leve pitido marcaba el ritmo de su corazón, y las luces blancas del hospital la cegaron momentáneamente mientras trataba de ubicarse. Parpadeó varias veces, sintiendo un dolor punzante en la cabeza que la obligó a cerrar los ojos con fuerza. Al incorporarse, un mareo le sacudió el cuerpo, y tuvo que apoyarse en la barandilla de la cama para no caer.—¿Dónde estoy? —murmuró para sí misma, observando las máquinas que monitoreaban sus signos vitales.La habitación era impersonal, fría, pero había algo en el ambiente que le resultaba extrañamente familiar. Una sensación de déjà vu la golpeó, y de repente, un recuerdo nebuloso cruzó su mente.Un niño pequeño, acostado en una cama de hospital. Su rostro estaba parcialmente oculto por una máscara de oxígeno, pero sus ojos azules eran inconfundibles. Él la miraba con una mezcla de miedo y esperanza. Blair extendía la mano hacia él, pero antes
Massimo estaba recostado en la cama del hospital, observando a Blair mientras permanecía de pie frente a él, con los brazos cruzados y una expresión de incertidumbre en el rostro. Había algo en su mirada que lo cautivaba, como siempre lo había hecho. A pesar de los años de distancia, a pesar de todo lo que había pasado, el deseo de tenerla entre sus brazos seguía ahí, ardiente y visceral. Pero ahora, más que nunca, debía controlarse. Ella no recordaba nada, ni a él, ni a lo que habían vivido juntos. Su mente era un libro en blanco que Alejandro había llenado con mentiras.Blair rompió el silencio, su voz sonando tan suave como siempre, pero cargada de preguntas que necesitaban respuestas.—Massimo, necesito entender algo. —Lo miró directamente, desafiando su mirada intensa—. ¿Por qué tu padre y tu hermano me hablan como si me conocieran de antes? Eddie incluso me dijo algo absurdo, que me iba a casar con él.Massimo apretó los puños sobre la sábana, luchando contra la urgencia de grit
Massimo permanecía recostado en la cama del hospital, los ojos fijos en el techo blanco y frío. La luz tenue del atardecer que entraba por la ventana pintaba sombras largas en las paredes, creando un ambiente pesado, casi opresivo. Pero nada de eso podía compararse al tumulto en su interior. El beso que le había dado a Blair seguía presente en sus labios, como un fuego que no podía apagar. Había sentido algo, estaba seguro. Ella no había sido indiferente. Y, sin embargo, se había alejado llena de terror.¿Por qué te asustaste, Blair? pensaba con intensidad. ¿Qué es lo que sientes cuando estás cerca de mí, aunque no lo recuerdes?Sus pensamientos se enredaron en una maraña de recuerdos y sentimientos. Alejandro Vitali le había robado todo, desde su proyecto hasta el amor de Blair. Pero esa no era la Blair que él conocía. Ella no lo habría abandonado, no así. La amnesia era la única explicación, y debía hacer algo para que ella recuperara su memoria antes de que fuera demasiado tarde.E
Lauren tamborileaba con las uñas en el brazo de la silla de la sala de espera del hospital, un gesto compulsivo que reflejaba su estado de ánimo. Su mirada fija en el reloj de la pared iba y venía, siguiendo cada movimiento del segundero como si este pudiera acelerar el tiempo. Los nervios se le enredaban en el pecho, cada segundo que pasaba sentía cómo la impaciencia daba paso a la rabia.¿Por qué tarda tanto? pensaba, apretando los labios hasta formar una línea blanca. El hospital tenía un aire estéril y aséptico, pero el olor a desinfectante no podía tapar el veneno que bullía dentro de ella. El problema no eran los trillizos de Blair, ni siquiera los resultados de las pruebas que había solicitado en secreto. Era Massimo. Siempre Massimo.Lauren sentía una mezcla de odio y frustración que la corroía desde dentro. Había hecho todo lo posible por darle un heredero a Massimo, un hijo que asegurara su lugar en la dinastía Agosti, pero él ni siquiera la miraba. Ni me toca, se lamentó, a
Ricardo Agosti caminaba de un lado a otro en su lujoso despacho, el teléfono móvil pegado a su oído, mientras lanzaba maldiciones en voz baja. Cada vez que escuchaba el pitido de la llamada sin respuesta, su rostro se enrojecía más de furia. La estancia de su cuarto de hotel, normalmente silenciosa y ordenada, se sentía sofocante bajo la tensión acumulada en el ambiente. Ana, su esposa, estaba sentada en uno de los sillones del salón, con las piernas cruzadas y una expresión severa en el rostro. Sus ojos seguían cada movimiento de Ricardo, aunque no había pronunciado palabra.—¡Maldita sea, Massimo! —bramó Ricardo al final, tirando el teléfono sobre la mesa con un golpe seco. Luego, giró hacia Ana con los ojos chispeando de enojo—. ¡Esto es culpa tuya!Ana lo miró, completamente impasible.—¿Perdón? —preguntó, alzando una ceja con escepticismo.—Sí, tuya. Siempre consintiéndolos, tratándolos como si fueran niños incapaces. Primero Eddie, y ahora Massimo. ¿Ves lo que has hecho? Ni siqu
El rugido sordo de los motores del avión privado llenaba el ambiente, envolviendo a Massimo en una burbuja de pensamientos caóticos. Sentado frente a Blair, la observaba con una intensidad que iba más allá de lo que él mismo entendía. Había tomado una decisión impulsiva, pero irrevocable. Ella estaba allí, frente a él, ajena a todo, sumida en el letargo del sedante que le habían administrado. La luz tenue del interior del avión suavizaba las líneas de su rostro, pero no podía borrar el desconcierto que se avecinaba en cuanto despertara.A unos asientos de distancia, la azafata mecía suavemente a los trillizos, sus murmullos de arrullo apenas perceptibles sobre el ruido de la cabina. Massimo los miró un instante, su expresión oscureciéndose. Aquellos pequeños eran un recordatorio vivo de lo lejos que había llegado esta situación. Alejandro Vitali había cruzado un límite al acusarlo de robar su proyecto, y había actuado con una osadía que pocos se atreverían siquiera a imaginar.Sus ded
El silencio en la cabina del avión privado era casi insoportable, solo interrumpido por el zumbido constante de los motores. Blair miraba a Massimo, sus ojos reflejaban horror y confusión. Lo que él acababa de decirle, que iban rumbo a Estados Unidos, parecía una locura. Sus labios temblaron al abrirse para hablar, pero no pudo evitar una mirada rápida a su alrededor, como si necesitara confirmar que todo aquello no era una pesadilla.—Esto... esto no puede estar pasando —murmuró, llevando una mano temblorosa a su frente—. Regresa el avión a Italia, Massimo. Ahora mismo.Su voz se elevó, mezclando la súplica con el mandato. Sentía que la cabeza le iba a estallar; el dolor punzante detrás de sus sienes era como un taladro implacable.Massimo entrecerró los ojos, su mandíbula marcándose con la tensión.—¿De verdad quieres regresar con Vitali? —su tono estaba teñido de un enfado controlado, pero las palabras cayeron como una sentencia.Blair lo miró fijamente, sin comprender del todo.—¿
El ambiente dentro del avión privado parecía cargado, como si el aire estuviera impregnado de electricidad. Blair, con el corazón acelerado y el pulso tembloroso, sintió que el suelo bajo sus pies se tambaleaba al escuchar las palabras de Massimo. Sus ojos, normalmente serenos, chispeaban con una furia contenida mientras miraba al hombre que sostenía a su pequeña hija en brazos.—¿Qué acabas de decir? —su voz, aunque baja, estaba cargada de incredulidad y rabia.Massimo no se movió, sus brazos sostenían a la niña con una mezcla de firmeza y ternura. Su mirada se mantuvo fija en Blair, desafiante, sin un rastro de arrepentimiento.—Lo que escuchaste, Blair. Creo que esos niños son míos.Las palabras de Massimo cayeron como un martillazo en el pecho de Blair, dejándola sin aliento por un instante. Luego, algo dentro de ella explotó.—¡Estás loco! —gritó, dando un paso hacia él, sus manos cerrándose en puños—. Esto ha ido demasiado lejos, Massimo. Suéltala ahora mismo.La pequeña, ajena