Lauren tamborileaba con las uñas en el brazo de la silla de la sala de espera del hospital, un gesto compulsivo que reflejaba su estado de ánimo. Su mirada fija en el reloj de la pared iba y venía, siguiendo cada movimiento del segundero como si este pudiera acelerar el tiempo. Los nervios se le enredaban en el pecho, cada segundo que pasaba sentía cómo la impaciencia daba paso a la rabia.¿Por qué tarda tanto? pensaba, apretando los labios hasta formar una línea blanca. El hospital tenía un aire estéril y aséptico, pero el olor a desinfectante no podía tapar el veneno que bullía dentro de ella. El problema no eran los trillizos de Blair, ni siquiera los resultados de las pruebas que había solicitado en secreto. Era Massimo. Siempre Massimo.Lauren sentía una mezcla de odio y frustración que la corroía desde dentro. Había hecho todo lo posible por darle un heredero a Massimo, un hijo que asegurara su lugar en la dinastía Agosti, pero él ni siquiera la miraba. Ni me toca, se lamentó, a
Ricardo Agosti caminaba de un lado a otro en su lujoso despacho, el teléfono móvil pegado a su oído, mientras lanzaba maldiciones en voz baja. Cada vez que escuchaba el pitido de la llamada sin respuesta, su rostro se enrojecía más de furia. La estancia de su cuarto de hotel, normalmente silenciosa y ordenada, se sentía sofocante bajo la tensión acumulada en el ambiente. Ana, su esposa, estaba sentada en uno de los sillones del salón, con las piernas cruzadas y una expresión severa en el rostro. Sus ojos seguían cada movimiento de Ricardo, aunque no había pronunciado palabra.—¡Maldita sea, Massimo! —bramó Ricardo al final, tirando el teléfono sobre la mesa con un golpe seco. Luego, giró hacia Ana con los ojos chispeando de enojo—. ¡Esto es culpa tuya!Ana lo miró, completamente impasible.—¿Perdón? —preguntó, alzando una ceja con escepticismo.—Sí, tuya. Siempre consintiéndolos, tratándolos como si fueran niños incapaces. Primero Eddie, y ahora Massimo. ¿Ves lo que has hecho? Ni siqu
El rugido sordo de los motores del avión privado llenaba el ambiente, envolviendo a Massimo en una burbuja de pensamientos caóticos. Sentado frente a Blair, la observaba con una intensidad que iba más allá de lo que él mismo entendía. Había tomado una decisión impulsiva, pero irrevocable. Ella estaba allí, frente a él, ajena a todo, sumida en el letargo del sedante que le habían administrado. La luz tenue del interior del avión suavizaba las líneas de su rostro, pero no podía borrar el desconcierto que se avecinaba en cuanto despertara.A unos asientos de distancia, la azafata mecía suavemente a los trillizos, sus murmullos de arrullo apenas perceptibles sobre el ruido de la cabina. Massimo los miró un instante, su expresión oscureciéndose. Aquellos pequeños eran un recordatorio vivo de lo lejos que había llegado esta situación. Alejandro Vitali había cruzado un límite al acusarlo de robar su proyecto, y había actuado con una osadía que pocos se atreverían siquiera a imaginar.Sus ded
El silencio en la cabina del avión privado era casi insoportable, solo interrumpido por el zumbido constante de los motores. Blair miraba a Massimo, sus ojos reflejaban horror y confusión. Lo que él acababa de decirle, que iban rumbo a Estados Unidos, parecía una locura. Sus labios temblaron al abrirse para hablar, pero no pudo evitar una mirada rápida a su alrededor, como si necesitara confirmar que todo aquello no era una pesadilla.—Esto... esto no puede estar pasando —murmuró, llevando una mano temblorosa a su frente—. Regresa el avión a Italia, Massimo. Ahora mismo.Su voz se elevó, mezclando la súplica con el mandato. Sentía que la cabeza le iba a estallar; el dolor punzante detrás de sus sienes era como un taladro implacable.Massimo entrecerró los ojos, su mandíbula marcándose con la tensión.—¿De verdad quieres regresar con Vitali? —su tono estaba teñido de un enfado controlado, pero las palabras cayeron como una sentencia.Blair lo miró fijamente, sin comprender del todo.—¿
El ambiente dentro del avión privado parecía cargado, como si el aire estuviera impregnado de electricidad. Blair, con el corazón acelerado y el pulso tembloroso, sintió que el suelo bajo sus pies se tambaleaba al escuchar las palabras de Massimo. Sus ojos, normalmente serenos, chispeaban con una furia contenida mientras miraba al hombre que sostenía a su pequeña hija en brazos.—¿Qué acabas de decir? —su voz, aunque baja, estaba cargada de incredulidad y rabia.Massimo no se movió, sus brazos sostenían a la niña con una mezcla de firmeza y ternura. Su mirada se mantuvo fija en Blair, desafiante, sin un rastro de arrepentimiento.—Lo que escuchaste, Blair. Creo que esos niños son míos.Las palabras de Massimo cayeron como un martillazo en el pecho de Blair, dejándola sin aliento por un instante. Luego, algo dentro de ella explotó.—¡Estás loco! —gritó, dando un paso hacia él, sus manos cerrándose en puños—. Esto ha ido demasiado lejos, Massimo. Suéltala ahora mismo.La pequeña, ajena
El avión privado de los Agosti tocó tierra suavemente, pero para Blair, el sonido del aterrizaje fue un golpe que la trajo de regreso a una realidad que aún no podía aceptar. A través de la ventanilla, observó la pista iluminada por luces cálidas que se extendían como un mar interminable. Massimo, sentado frente a ella, no apartaba la mirada de su rostro, estudiándola con una intensidad que la incomodaba.Blair rompió el silencio con una súplica desesperada.—Massimo, por favor, reacciona. No puedes hacer esto. Déjame libre con mis hijos.Massimo se recostó en el asiento, cruzando los brazos sobre el pecho, su rostro inexpresivo excepto por una leve sombra de determinación.—Eso es imposible, Blair. El doctor ya está esperándonos.Ella negó con la cabeza, luchando por contener el temblor de su voz.—No quiero ver a ningún doctor. No necesito ayuda médica. Esto es una locura, Massimo.Él la interrumpió, inclinándose ligeramente hacia adelante, sus ojos oscuros atrapándola como si fuera
El caos en el aeropuerto era palpable. Ricardo Agosti avanzaba con paso firme, con el rostro endurecido por la tensión, mientras su esposa Ana intentaba mantenerse estoica a su lado. Eddie, su hijo menor, caminaba un poco rezagado, con una expresión de falsa calma que apenas ocultaba el fuego que ardía en su interior. Lauren Morelli, impecablemente vestida, seguía a la familia con una sonrisa ligera que no alcanzaba sus ojos.Los flashes de las cámaras los cegaron al instante. Un enjambre de reporteros los rodeó, sus voces superpuestas lanzando preguntas afiladas.—¡Señor Agosti! ¿Qué opina del secuestro de Blair Vitali por parte de su hijo Massimo?—¿Es cierto que la familia Agosti está detrás del robo del proyecto tecnológico de los Vitali?—¿Qué tiene que decir sobre los trillizos que estaban con Blair?Ricardo levantó una mano para pedir silencio, pero los reporteros seguían bombardeándolos. Fue Eddie quien tomó la delantera, adelantándose unos pasos con el semblante serio pero ca
—La situación de su hermano ha empeorado; sin embargo, no hemos encontrado una médula ósea adecuada para él. Prepárese para lo peor, señorita Blanchard.Las palabras resonaron en la mente de Blair al salir de la oficina del médico. Se apoyó débilmente contra la pared. Se tomó un momento para respirar profundamente; el olor a desinfectante la golpeó de Inmediato, ni siquiera sabía cómo se había dirigido a la habitación de su hermano, sin flaquear.Antes de entrar, se forzó a actuar con una sonrisa falsa. El niño estaba acostado en la cama, con una pálida sonrisa en su rostro. Cuando sus miradas se encontraron, el corazón de Blair se rompió en mil pedazos.—¿Hermana? —preguntó Dylan, con un hilo de voz—. ¿Te sientes bien? Te ves… diferente.—Todo está bien, hermano —respondió, tratando de sonar convincente.Pero en el fondo, sabía que no era cierto.—Hermana, ¿cuándo regresamos a casa? No quiero seguir el tratamiento porque me duele tanto. Y cada día me siento peor. Dylan era demasiado