El ambiente dentro del avión privado parecía cargado, como si el aire estuviera impregnado de electricidad. Blair, con el corazón acelerado y el pulso tembloroso, sintió que el suelo bajo sus pies se tambaleaba al escuchar las palabras de Massimo. Sus ojos, normalmente serenos, chispeaban con una furia contenida mientras miraba al hombre que sostenía a su pequeña hija en brazos.—¿Qué acabas de decir? —su voz, aunque baja, estaba cargada de incredulidad y rabia.Massimo no se movió, sus brazos sostenían a la niña con una mezcla de firmeza y ternura. Su mirada se mantuvo fija en Blair, desafiante, sin un rastro de arrepentimiento.—Lo que escuchaste, Blair. Creo que esos niños son míos.Las palabras de Massimo cayeron como un martillazo en el pecho de Blair, dejándola sin aliento por un instante. Luego, algo dentro de ella explotó.—¡Estás loco! —gritó, dando un paso hacia él, sus manos cerrándose en puños—. Esto ha ido demasiado lejos, Massimo. Suéltala ahora mismo.La pequeña, ajena
El avión privado de los Agosti tocó tierra suavemente, pero para Blair, el sonido del aterrizaje fue un golpe que la trajo de regreso a una realidad que aún no podía aceptar. A través de la ventanilla, observó la pista iluminada por luces cálidas que se extendían como un mar interminable. Massimo, sentado frente a ella, no apartaba la mirada de su rostro, estudiándola con una intensidad que la incomodaba.Blair rompió el silencio con una súplica desesperada.—Massimo, por favor, reacciona. No puedes hacer esto. Déjame libre con mis hijos.Massimo se recostó en el asiento, cruzando los brazos sobre el pecho, su rostro inexpresivo excepto por una leve sombra de determinación.—Eso es imposible, Blair. El doctor ya está esperándonos.Ella negó con la cabeza, luchando por contener el temblor de su voz.—No quiero ver a ningún doctor. No necesito ayuda médica. Esto es una locura, Massimo.Él la interrumpió, inclinándose ligeramente hacia adelante, sus ojos oscuros atrapándola como si fuera
El caos en el aeropuerto era palpable. Ricardo Agosti avanzaba con paso firme, con el rostro endurecido por la tensión, mientras su esposa Ana intentaba mantenerse estoica a su lado. Eddie, su hijo menor, caminaba un poco rezagado, con una expresión de falsa calma que apenas ocultaba el fuego que ardía en su interior. Lauren Morelli, impecablemente vestida, seguía a la familia con una sonrisa ligera que no alcanzaba sus ojos.Los flashes de las cámaras los cegaron al instante. Un enjambre de reporteros los rodeó, sus voces superpuestas lanzando preguntas afiladas.—¡Señor Agosti! ¿Qué opina del secuestro de Blair Vitali por parte de su hijo Massimo?—¿Es cierto que la familia Agosti está detrás del robo del proyecto tecnológico de los Vitali?—¿Qué tiene que decir sobre los trillizos que estaban con Blair?Ricardo levantó una mano para pedir silencio, pero los reporteros seguían bombardeándolos. Fue Eddie quien tomó la delantera, adelantándose unos pasos con el semblante serio pero ca
Blair se encontraba en el extremo de la cama, con los codos sobre sus muslos y las manos sujetando su cabeza. La habitación era tan lujosa como fría, con una alfombra de diseño geométrico que no lograba amortiguar las tensiones que flotaban en el aire. Una lámpara de pie proyectaba una luz cálida, pero Blair no podía sentir consuelo en nada. El dolor de cabeza que la había perseguido desde aquella noche en Italia seguía pulsando con intensidad. Sus pensamientos eran un remolino de confusión y miedo, pero su mirada estaba fija en Alejandro.—¡No puede ser que un hombre como Massimo Agosti se les haya escapado! —gritó Alejandro al otro lado de la habitación, caminando de un lado a otro con el teléfono en la mano, su postura era tensa como un felino acorralado. Su tono era áspero, casi cortante—. ¡Encuéntrenlo! No quiero excusas. Tiene que aparecer antes de que... —Su voz se apagó un momento, escuchando a quien estaba del otro lado de la línea—. No me importa cómo lo hagan. Solo encuéntr
El sonido del agua corriendo desde el baño llenaba el silencio tenso de la habitación. Blair estaba junto a la puerta del cuarto de baño, luego de que Alejandro entrara sin aviso con la llave maestra, inmóvil, con las manos apretadas contra los costados mientras observaba a Alejandro desabotonarse la camisa. Cada movimiento de él parecía cargado de una autoridad que la hacía sentir pequeña, casi atrapada. Intentó convencerse de que no había nada que temer. “Es mi marido” Pero la sombra de las palabras de Massimo seguía clavada en su mente.“Él no es tu marido. Todo lo que te ha dicho desde el accidente ha sido una mentira”Su corazón latía con fuerza, cada palabra de Massimo resonando como un eco persistente. Entonces, Alejandro se llevó las manos al cuello para quitarse la camisa. Fue un gesto lento, casi calculado, que la hizo retroceder un paso sin darse cuenta. Su respiración se volvió superficial, y sintió cómo la ansiedad se apoderaba de ella.—¿Qué haces ahí parada? —preguntó A
El reloj en la pared de la sala de espera del hospital marcaba un tic-tac interminable que perforaba la paciencia de Alejandro Vitali. Sentado en una de las frías sillas metálicas, con las piernas cruzadas y los brazos tensos, mantenía la vista fija en el suelo como si pudiera encontrar respuestas en las baldosas grises. Su ceño fruncido y la manera en que tamborileaba los dedos contra el reposabrazos dejaban claro que su paciencia estaba al límite.Había llegado al hospital a toda prisa, llevando a Blair inconsciente en sus brazos después de aquel enfrentamiento en la estación de policía. Recordar cómo el idiota de Ricardo Agosti se había abalanzado sobre él hacía que sus músculos se tensaran de nuevo. Todo iba bien, todo bajo control, hasta que esto pasó.El sonido persistente de los llantos de los trillizos lo sacó de sus pensamientos. Las carriolas estaban estacionadas frente a él, con los pequeños moviéndose inquietos. Alejandro los miró, y algo más profundo que la molestia llenó
Eddie ajustó el nudo de su corbata frente al espejo de su habitación. La seda negra brillaba bajo la luz tenue del aplique, y él se detuvo un momento para examinar su reflejo. Su mandíbula estaba tensada, y sus ojos verdes destellaban con una mezcla de satisfacción y expectativa. Hoy es el día en que todo cambiará.El traje oscuro que llevaba parecía una armadura diseñada para enfrentar al mundo, pero su corazón latía con una fuerza que desmentía su aparente calma. Se arregló el cabello con esmero y echó un vistazo rápido a la carpeta que reposaba en la esquina del escritorio. Dentro estaban los documentos que consolidarían su ascenso en la empresa familiar.El sonido de la puerta al abrirse lo sobresaltó. Su madre, Ana, apareció en el umbral. Llevaba un vestido sencillo de tonos oscuros, con el rostro marcado por el cansancio de semanas de tensión y conflictos. Se quedó ahí, mirándolo, como si las palabras que tenía en mente fueran una carga demasiado pesada para pronunciarlas.—¿Qué
La sala del tribunal estaba envuelta en un silencio denso y opresivo. Las luces blancas, implacables, iluminaban el rostro tenso de Massimo Agosti. Tenía las muñecas atrapadas por unas esposas que le cortaban ligeramente la circulación, dejando marcas rojizas en su piel. A su lado, dos policías lo escoltaban, manteniéndose firmes como estatuas, mientras el juez leía la sentencia con una voz grave y autoritaria que reverberaba en cada rincón del lugar.Aunque sus pensamientos no dejaban de rondar una y otra vez en Blair, por un segundo dupo que todo estaba perdido, pero por lo menos se sentía aliviado de saber que ella estaba com vida y que había tenido a sus hijos. —Massimo Agosti —sentenció el juez, haciendo una pausa estratégica que aumentó la tensión—. Este tribunal lo encuentra culpable de los cargos que se le imputan: robo del proyecto tecnológico de la empresa Vitali, el secuestro emocional de la señora Blair Vitali, además de lavado de dinero y otros delitos financieros. Por t