El aire pesado de la enfermería estaba impregnado del olor a medicamentos baratos y desinfectante, un aroma que se mezclaba con el cobre tenue de la sangre que todavía manchaba las vendas de Massimo Agosti. La tenue luz que caía desde el techo parpadeaba, proyectando sombras erráticas en las paredes agrietadas, como si el espacio mismo respirara con esfuerzo. Massimo apenas lograba mantenerse despierto. El dolor palpitante en su costado lo mantenía en un estado de somnolencia febril, y su mente flotaba entre la realidad y los fragmentos desordenados de recuerdos recientes.De repente, un ruido sutil, el sonido de unos tacones acercándose, lo sacó de su letargo. Levantó la mirada, y por un instante creyó estar alucinando. En el umbral de la habitación apareció Blair. Su silueta estaba delineada por la luz del pasillo, y aunque su expresión denotaba calma, sus ojos cargaban una tormenta de emociones.—Blair… —murmuró Massimo, con un hilo de voz apenas audible. Ignorando que todos estaba
La noche era un manto oscuro que cubría la ciudad, salpicada de estrellas pálidas que apenas se atrevían a asomar entre las nubes. La mansión Vitali, imponente y solemne, se erguía como un gigante silencioso en medio de un jardín meticulosamente cuidado. Las luces cálidas de su interior brillaban a través de las amplias ventanas, ofreciendo una apariencia acogedora que contrastaba con la frialdad de su atmósfera.Lauren Morelli estacionó su auto frente a la entrada principal y bajó con determinación. Sus tacones resonaron con firmeza contra el empedrado mientras avanzaba hacia la puerta, su corazón palpitando con una mezcla de ira y ansiedad. Había tenido suficiente. Blair no tenía derecho a volver a sus vidas después de tanto tiempo, menos aún con los secretos que seguramente guardaba.Tocó el timbre y, tras unos segundos de espera, una sirvienta abrió la puerta. Su rostro reflejaba una mezcla de sorpresa y cautela.—Buenas noches, señorita. ¿En qué puedo ayudarla?Lauren inclinó lig
Las luces del hospital iluminaban con una claridad casi quirúrgica el largo pasillo donde Ricardo Agosti hablaba con el grupo de abogados y el médico que atendía a su hijo mayor. Eddie permanecía a cierta distancia, apoyado contra la pared, con los brazos cruzados y el ceño fruncido, observando la escena con una mezcla de amargura y resentimiento. Era como si el mundo entero girara en torno a Massimo, como si él fuera el único digno de la preocupación y el sacrificio de su padre.Los recuerdos se arremolinaban en su mente, nítidos y dolorosos. Las veces en que, siendo niño, había enfermado de fiebre alta y su padre apenas lo miraba, delegando todo a las niñeras, debido a que en esa época, su madre había enfermado de pulmonía. Las ocasiones en que había tratado de llamar su atención, solo para ser eclipsado por Massimo, el heredero perfecto. Apretó los puños, sintiendo que el odio subía como una ola que amenazaba con desbordarlo.—Eddie.La voz suave y familiar de su madre, Ana Agosti,
El murmullo constante de los aparatos médicos fue lo primero que Blair escuchó al abrir los ojos. Un leve pitido marcaba el ritmo de su corazón, y las luces blancas del hospital la cegaron momentáneamente mientras trataba de ubicarse. Parpadeó varias veces, sintiendo un dolor punzante en la cabeza que la obligó a cerrar los ojos con fuerza. Al incorporarse, un mareo le sacudió el cuerpo, y tuvo que apoyarse en la barandilla de la cama para no caer.—¿Dónde estoy? —murmuró para sí misma, observando las máquinas que monitoreaban sus signos vitales.La habitación era impersonal, fría, pero había algo en el ambiente que le resultaba extrañamente familiar. Una sensación de déjà vu la golpeó, y de repente, un recuerdo nebuloso cruzó su mente.Un niño pequeño, acostado en una cama de hospital. Su rostro estaba parcialmente oculto por una máscara de oxígeno, pero sus ojos azules eran inconfundibles. Él la miraba con una mezcla de miedo y esperanza. Blair extendía la mano hacia él, pero antes
Massimo estaba recostado en la cama del hospital, observando a Blair mientras permanecía de pie frente a él, con los brazos cruzados y una expresión de incertidumbre en el rostro. Había algo en su mirada que lo cautivaba, como siempre lo había hecho. A pesar de los años de distancia, a pesar de todo lo que había pasado, el deseo de tenerla entre sus brazos seguía ahí, ardiente y visceral. Pero ahora, más que nunca, debía controlarse. Ella no recordaba nada, ni a él, ni a lo que habían vivido juntos. Su mente era un libro en blanco que Alejandro había llenado con mentiras.Blair rompió el silencio, su voz sonando tan suave como siempre, pero cargada de preguntas que necesitaban respuestas.—Massimo, necesito entender algo. —Lo miró directamente, desafiando su mirada intensa—. ¿Por qué tu padre y tu hermano me hablan como si me conocieran de antes? Eddie incluso me dijo algo absurdo, que me iba a casar con él.Massimo apretó los puños sobre la sábana, luchando contra la urgencia de grit
Massimo permanecía recostado en la cama del hospital, los ojos fijos en el techo blanco y frío. La luz tenue del atardecer que entraba por la ventana pintaba sombras largas en las paredes, creando un ambiente pesado, casi opresivo. Pero nada de eso podía compararse al tumulto en su interior. El beso que le había dado a Blair seguía presente en sus labios, como un fuego que no podía apagar. Había sentido algo, estaba seguro. Ella no había sido indiferente. Y, sin embargo, se había alejado llena de terror.¿Por qué te asustaste, Blair? pensaba con intensidad. ¿Qué es lo que sientes cuando estás cerca de mí, aunque no lo recuerdes?Sus pensamientos se enredaron en una maraña de recuerdos y sentimientos. Alejandro Vitali le había robado todo, desde su proyecto hasta el amor de Blair. Pero esa no era la Blair que él conocía. Ella no lo habría abandonado, no así. La amnesia era la única explicación, y debía hacer algo para que ella recuperara su memoria antes de que fuera demasiado tarde.E
Lauren tamborileaba con las uñas en el brazo de la silla de la sala de espera del hospital, un gesto compulsivo que reflejaba su estado de ánimo. Su mirada fija en el reloj de la pared iba y venía, siguiendo cada movimiento del segundero como si este pudiera acelerar el tiempo. Los nervios se le enredaban en el pecho, cada segundo que pasaba sentía cómo la impaciencia daba paso a la rabia.¿Por qué tarda tanto? pensaba, apretando los labios hasta formar una línea blanca. El hospital tenía un aire estéril y aséptico, pero el olor a desinfectante no podía tapar el veneno que bullía dentro de ella. El problema no eran los trillizos de Blair, ni siquiera los resultados de las pruebas que había solicitado en secreto. Era Massimo. Siempre Massimo.Lauren sentía una mezcla de odio y frustración que la corroía desde dentro. Había hecho todo lo posible por darle un heredero a Massimo, un hijo que asegurara su lugar en la dinastía Agosti, pero él ni siquiera la miraba. Ni me toca, se lamentó, a
Ricardo Agosti caminaba de un lado a otro en su lujoso despacho, el teléfono móvil pegado a su oído, mientras lanzaba maldiciones en voz baja. Cada vez que escuchaba el pitido de la llamada sin respuesta, su rostro se enrojecía más de furia. La estancia de su cuarto de hotel, normalmente silenciosa y ordenada, se sentía sofocante bajo la tensión acumulada en el ambiente. Ana, su esposa, estaba sentada en uno de los sillones del salón, con las piernas cruzadas y una expresión severa en el rostro. Sus ojos seguían cada movimiento de Ricardo, aunque no había pronunciado palabra.—¡Maldita sea, Massimo! —bramó Ricardo al final, tirando el teléfono sobre la mesa con un golpe seco. Luego, giró hacia Ana con los ojos chispeando de enojo—. ¡Esto es culpa tuya!Ana lo miró, completamente impasible.—¿Perdón? —preguntó, alzando una ceja con escepticismo.—Sí, tuya. Siempre consintiéndolos, tratándolos como si fueran niños incapaces. Primero Eddie, y ahora Massimo. ¿Ves lo que has hecho? Ni siqu